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—Está desesperado. —El tono afable de Nynaeve no iba dirigido a Moraine, de eso no le cabía duda a Elayne, sino a Rand—. Desesperado e intentando hallar su camino.

—También yo estoy desesperada —repuso firmemente la Aes Sedai—. He dedicado mi vida a encontrarlo, y no permitiré que fracase si puedo evitarlo. Estoy casi tan desesperada como para… —Calló de repente y frunció los labios—. Baste decir que para hacer lo que debo.

—Pero a mí no me basta —intervino Egwene, cortante—. ¿Qué haríais?

—Tienes otras cosas de las que preocuparte. El Ajah Negro…

—¡No! —La voz de Elayne sonó imperativa y tan cortante como la hoja de un cuchillo; sus manos crispadas apretaban con tanta fuerza la falda azul que los nudillos estaban blancos—. Guardáis muchos secretos, Moraine, pero éste debéis decírnoslo. ¿Qué pensáis hacerle? —Sintió el fugaz impulso de coger a la Aes Sedai y sacudirla hasta arrancarle la verdad si ello era necesario.

—¿Hacerle? Nada. Oh, está bien. No hay razón para que no lo sepáis. ¿Habéis visto lo que los tearianos llaman la Gran Reserva?

Cosa rara, tratándose de gente que temía tanto al Poder, los tearianos conservaban en la Ciudadela una colección de objetos conectados con el Poder a la que sólo superaba la de la Torre Blanca. Elayne era de la opinión de que la tenían por la única razón de haberse visto obligados a guardar Callandor durante tanto tiempo, lo quisieran o no. Hasta La Espada que no es una Espada podía parecer menos imponente si se encontraba entre muchos otros objetos de su misma condición. Pero los tearianos jamás tuvieron el coraje de exhibir sus trofeos. La Gran Reserva se guardaba en una serie de sucias habitaciones abarrotadas que estaban ubicadas a mayor profundidad que las mazmorras. Cuando Elayne las vio por primera vez, la herrumbre había sellado los cerrojos de aquellas puertas que aguantaban todavía a los estragos de la podredumbre.

—Pasamos un día entero allí abajo —dijo Nynaeve—, para comprobar si Liandrin y sus amigas habían cogido algo. No creo que lo hicieran. Todo estaba enterrado bajo una gruesa capa de polvo y moho. Harán falta diez barcos fluviales para transportarlo todo a la Torre. Tal vez allí sepan descubrir su utilidad, cosa imposible para mí. —Por lo visto, la tentación de pinchar a Moraine era demasiado grande para resistirse a ella, ya que añadió—: Sabríais todo esto si nos hubieseis dedicado un poco más de tiempo.

La Aes Sedai no se dio por aludida. Parecía estar sumida en hondas reflexiones, analizando sus propios pensamientos, y cuando habló lo hizo más para sí misma que para las otras.

—Hay un ter’angreal en particular en la Reserva, una especie de marco de puerta de piedra roja que da la sensación de estar torcido cuando se lo mira. Si no consigo que Rand tome alguna decisión, puede que tenga que cruzar a través de él. —La pequeña gema azul que reposaba sobre su frente titiló, emitiendo destellos. Por lo visto la Aes Sedai no estaba ansiosa por dar aquel paso.

La mención del ter’angreal hizo que Egwene se llevara instintivamente la mano al corpiño del vestido. Ella misma había cosido un pequeño bolsillo allí para guardar el anillo de piedra. Ese anillo era un ter’angreal, poderoso a su manera aunque pequeño, y Elayne era una de las tres únicas mujeres que sabían que lo tenía. Moraine no se encontraba entre esas tres mujeres.

Los ter’angreal eran objetos extraños, reliquias de la Era de Leyenda, como los angreal y los sa’angreal, aunque más numerosos. Los ter’angreal utilizaban el Poder en lugar de magnificarlo, y aparentemente cada uno de ellos se había hecho para una única utilidad; pero, aunque se usaban algunos hoy en día, nadie tenía la certeza de si el uso que se les daba era el mismo para el que se los había creado. La Vara Juratoria, sobre la que una mujer pronunciaba los Tres Juramentos al alcanzar la categoría de Aes Sedai, era un ter’angreal que hacía de tales juramentos parte de su carne y su sangre. La última prueba que pasaba una novicia al ascender a la categoría de Aceptada se encontraba dentro de otro ter’angreal que desentrañaba sus más profundos temores y los hacía parecer realidad, o quizá la trasladaba a un lugar donde en verdad eran reales. Con los ter’angreal podían suceder cosas muy raras. Se habían dado casos de Aes Sedai que se habían consumido o habían muerto o simplemente habían desaparecido mientras los estudiaban. Y mientras los utilizaban.

—Vi ese umbral —dijo Elayne—. En la última habitación al final del pasillo. Mi lámpara se apagó, y me caí tres veces antes de llegar a la puerta. —Un ligero rubor le tiñó las mejillas—. Me dio miedo encauzar allí, ni siquiera para volver a encender la lámpara. La mayoría de los objetos parecían desechos, desde mi punto de vista, y creo que los tearianos se limitaron a recoger cualquier cosa que alguien apuntara que podría estar conectada con el Poder, pero pensé que si encauzaba podía canalizar accidentalmente la energía en algo que no fuera simple basura, y quién sabe lo que hubiera ocurrido.

—¿Y si al tropezar en la oscuridad hubieras caído a través del umbral torcido? —replicó secamente Moraine—. Ahí no es necesario encauzar, sólo cruzarlo.

—¿Con qué propósito? —quiso saber Nynaeve.

—Para obtener respuestas. Tres respuestas, todas verídicas, acerca del pasado, del presente y del futuro.

Lo primero que le vino a la cabeza a Elayne fue el cuento infantil Bili debajo de la colina, pero sólo por lo de las tres respuestas. De inmediato otra idea le vino a la mente, y no sólo a ella. Se adelantó por poco a Nynaeve y a Egwene, que ya abrían la boca para hablar.

—Moraine, eso resolvería nuestro problema. Podríamos preguntar si es Joiya o es Amico quien dice la verdad, y dónde están Liandrin y las otras. Y los nombres de las del Ajah Negro que todavía quedan en la Torre…

—Podemos preguntar qué es eso que significa un peligro para Rand —intervino Egwene.

—¿Por qué no nos lo dijisteis antes? —añadió Nynaeve—. ¿Por qué habéis dejado que siguiéramos escuchando las mismas historias día tras día cuando podríamos tenerlo resuelto a estas alturas?

La Aes Sedai se encogió y levantó las manos.

—Vosotras tres os lanzáis ciegamente hacia algo en lo que Lan y un centenar de Guardianes irían con pies de plomo. ¿Por qué creéis que no lo he cruzado ya? Hace días podría haber preguntado qué tenía que hacer Rand para sobrevivir y triunfar, cómo podía derrotar a los Renegados y al Oscuro, cómo podía aprender a controlar el Poder y mantener a raya la locura el tiempo suficiente para llevar a cabo lo que ha de hacer. —Esperó, con los brazos en jarras, a que las jóvenes comprendieran el significado de lo que acababa de decir. Ninguna de ellas habló—. Existen reglas —prosiguió—, y peligros. Nadie puede cruzarlo más de una vez. Sólo una. Se pueden hacer tres preguntas, pero hay que hacerlas y oír las respuestas antes de poder marcharse. Las preguntas frívolas se castigan, al parecer, pero también parece ser que lo que es serio para una persona podría ser frívolo viniendo de otra. Y, lo más importante, las preguntas conectadas con la Sombra tienen terribles consecuencias.

»Si preguntas sobre el Ajah Negro, cabe la posibilidad de que regreses muerta o salgas farfullando como una demente, si es que sales. En cuanto a Rand… No estoy segura de que sea posible plantear una pregunta sobre el Dragón Renacido que no esté conectada con la Sombra de un modo u otro. ¿Os dais cuenta? A veces hay motivos para ser cautelosa.

—¿Cómo sabéis todo eso? —demandó Nynaeve, plantada delante de Moraine con los brazos en jarras—. Los Grandes Señores no habrán permitido nunca que las Aes Sedai estudien ninguna de las cosas que hay en la Reserva. A juzgar por la suciedad que los cubre, ninguno de esos objetos debe de haber visto la luz del día en un siglo.