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El joven sonrió como si supiera lo que estaba pensando.

—Decís que estáis aquí para ayudarme —dijo de mucho mejor humor—. ¿Haciendo qué? Supongo que no sabréis el método para lograr que un Gran Señor no falte a su palabra en cuanto le quito la vista de encima. Ni cómo impedir que tenga ciertos sueños. No me vendría mal tener ayuda con… —Sus ojos pasaron rápidamente de Elayne a ella, y empezó de nuevo dándole otro enfoque—. ¿Qué me decís de la Antigua Lengua? ¿Aprendisteis algo en la Torre Blanca? —Sin esperar respuesta empezó a revolver entre los volúmenes esparcidos sobre la alfombra—. Tengo aquí una copia, en alguna parte, de…

—Rand. —Egwene levantó la voz—. Rand, no sé leer la Antigua Lengua. —Lanzó una rápida mirada admonitoria a Elayne, advirtiéndole que no admitiera tener dicho conocimiento. No habían venido para traducirle las Profecías del Dragón. El leve cabeceo de asentimiento de la heredera del trono hizo destellar los zafiros que adornaban su cabello—. Tenemos otras cosas que aprender.

El joven dejó de buscar entre los libros y suspiró.

—Era mucho esperar —comentó. Pareció que iba a decir algo más, pero se quedó mirando sus botas.

Egwene se preguntó cómo se las componía para tratar con los Grandes Señores, tan arrogantes, si ellas dos lograban turbarlo con tanta facilidad.

—Vinimos para ayudarte con el encauzamiento —le dijo—. Con el Poder. —Lo que afirmaba Moraine se daba por cierto; tan imposible era que una mujer enseñara a un hombre a encauzar como a que diera a luz un hijo. Pero Egwene no estaba tan segura de ello. Una vez había percibido algo tejido por el saidin. O, más bien, había sentido algo que obstruía sus propios flujos, tan cierto como que un dique represa el agua. Pero fuera de la Torre había aprendido tanto como dentro; sin duda, entre sus conocimientos habría algo que podría enseñarle, cierta guía que ofrecerle.

—Si podemos —añadió Elayne.

De nuevo una sombra de sospecha cruzó su rostro. Resultaban inquietantes los bruscos cambios en su estado de ánimo.

—Hay más probabilidades de que yo sepa leer la Antigua Lengua que de que vosotras podáis… ¿Seguro que esto no es obra de Moraine? ¿Os envió aquí? Cree que podrá convencerme utilizando medios indirectos, ¿verdad? ¿Algún ardid de Aes Sedai que no veré hasta que esté atrapado en él? —Soltó un gruñido amargado, y recogió la chaqueta verde oscuro que tenía tirada en el suelo, detrás de una de las sillas; se puso la prenda precipitadamente—. He aceptado recibir a otros Grandes Señores esta mañana. Si no los tengo vigilados, encuentran el modo de soslayar lo que he ordenado. Aprenderán antes o después. Ahora soy yo quien manda en Tear. Yo. El Dragón Renacido. Ya les enseñaré. Tenéis que disculparme.

Egwene sentía un terrible deseo de sacudirlo. ¿Que mandaba en Tear? Bueno, quizá sí, tan orgulloso como un gallo de corral porque ha ahuyentado al zorro que intentaba colarse en él. Era un pastor, no un rey, e incluso si tenía derecho a darse aires, no era bueno para él hacerlo. Estaba a punto de decírselo a la cara, pero Elayne se le adelantó.

—Nadie nos ha enviado —dijo, furiosa—. Vinimos porque… porque te apreciamos. Tal vez no funcione, pero al menos podrías probar. Si me… Si nos preocupas lo suficiente para que lo intentemos, tú también tendrías que intentarlo. ¿Tan poco te importa que no puedes dedicarnos ni una hora? ¿Ni siquiera por tu vida?

Rand dejó de abotonarse la chaqueta y se quedó mirando a Elayne tan intensamente que por un momento Egwene pensó que se había olvidado de ella. El joven apartó los ojos con un estremecimiento. Miró de soslayo a Egwene, cambió el peso del cuerpo de uno a otro pie, y bajó la vista al suelo, fruncido el ceño.

—De acuerdo —murmuró—. No servirá de nada, pero lo intentaré. ¿Qué queréis que haga?

Egwene respiró hondo. No había pensado que convencerlo iba a ser tan fácil; Rand había sido siempre tan inamovible como una roca cuando decidía no dar su brazo a torcer, cosa que ocurría con sobrada frecuencia.

—Mírame —dijo, al tiempo que conectaba con el saidar. Dejó que el Poder la hinchiera más que nunca, más plenamente, aceptando hasta la última gota que podía asumir; fue como si la luz bañara cada partícula de su ser. Se obligó a hablar—: ¿Qué ves? ¿Qué sientes? ¡Mírame, Rand!

Él levantó la cabeza poco a poco, todavía con el ceño fruncido.

—Te veo a ti. ¿Qué se supone que tengo que ver? ¿Estás tocando el Poder? Egwene, Moraine ha encauzado en mi presencia un centenar de veces, y jamás he visto nada. Salvo lo que hacía. No funciona así. Hasta yo sé eso.

—Soy más fuerte que Moraine —respondió firmemente—. Ella estaría tendida en el suelo, quejándose o inconsciente, si intentara absorber tanto como hay dentro de mí ahora. —Era verdad, aunque hasta ahora no había hecho una estimación tan aproximada de la habilidad de la Aes Sedai.

Este Poder, que palpitaba en sus venas con más fuerza que su propia sangre, clamaba por ser utilizado. Con tal cantidad, podría realizar cosas que Moraine no imaginaría hacer ni en sueños. La herida en el costado de Rand que la Aes Sedai nunca podía curar del todo. Ella no sabía cómo llevar a cabo la Curación, ya que era mucho más complicado que todo lo que había hecho hasta ahora, pero había visto cómo curaba Nynaeve y, tal vez, con esta inmensa cantidad de Poder que la llenaba, sería capaz de ver algún modo de cómo podría sanarse. No llevarlo a cabo, desde luego, sino sólo verlo.

Con cuidado, irradió un abanico de flujos, finos como cabellos, de Aire, Agua y Energía, los Poderes utilizados para la Curación, y tanteó la vieja herida. Un roce y echó marcha atrás, convulsa, retirando la urdimbre; tenía el estómago tan revuelto como si quisiera vomitar hasta la última comida que había ingerido en su vida. Daba la impresión de que toda la oscuridad del mundo estuviera agazapada allí, en el costado de Rand, toda la maldad del mundo dentro de una llaga purulenta, cubierta sólo por una tierna cicatriz. Una cosa como ésa empaparía los fluidos de Curación como gotas de agua en la seca arena de un desierto. ¿Cómo podía soportar Rand el dolor? ¿Por qué no lloraba?

Sólo había pasado un segundo desde la primera idea concebida a la acción. Estremecida, y procurando por todos los medios ocultarlo, continuó sin hacer una pausa:

—Eres tan fuerte como yo. Lo sé; tienes que serlo. Siéntelo, Rand. ¿Puedes sentirlo? —«¡Luz! ¿qué puede curarle eso? ¿Habrá algo que pueda?»

—No siento nada —murmuró, sin dejar de mover los pies—. La piel de gallina. Y no me extraña. No es que no me fíe de ti, Egwene, pero no puedo evitar ponerme nervioso cuando una mujer encauza cerca de mí. Lo siento.

No se molestó en explicarle la diferencia entre encauzar y simplemente conectar con la Fuente Verdadera. Eran tantas las cosas que ignoraba, incluso comparándolo con sus limitados conocimientos. Era un ciego intentando hacer funcionar un telar al tacto, sin saber nada de colores ni del aspecto de los hilos e incluso del telar.

No sin esfuerzo, soltó el saidar; y le costó mucho trabajo. Una parte de su ser quería llorar por la pérdida.

—Ahora no estoy tocando la Fuente, Rand. —Se acercó un poco más a él y lo miró a los ojos—. ¿Sigues teniendo carne de gallina?

—No. Pero es porque me lo has dicho. —Se encogió de hombros bruscamente—. ¿Lo ves? Nada más pensar en ello, y ya se me han puesto los pelos de punta.

Egwene esbozó una sonrisa de triunfo. No necesitó mirar a Elayne para estar segura de lo que ya había percibido, lo que habían acordado hacer antes de venir.

—Los tienes porque percibes que una mujer está en contacto con la Fuente, Rand. Es lo que está haciendo Elayne en este preciso momento. —El joven observó intensamente a la heredera del trono, con los ojos entrecerrados—. Da igual que lo veas o no. Lo sientes. Algo hemos conseguido. Veamos qué más podemos descubrir. Rand, entra en contacto con la Fuente Verdadera. Da entrada al saidin. —Su voz sonó enronquecida. También habían acordado esto Elayne y ella. Al fin y al cabo era Rand, no el monstruo de los relatos, y las dos habían estado de acuerdo. Con todo, pedir a un hombre que… Lo extraño es que hubiera sido capaz de pronunciar siquiera las palabras—. ¿Ves algo? —le preguntó a Elayne—. ¿Sientes algo?