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Rand seguía repartiendo miradas entre una y otra joven, y algunas veces bajaba la vista al suelo y otras hasta se sonrojaba. ¿Por qué se turbaba tanto? Elayne, observando fijamente al joven, sacudió la cabeza.

—No noto absolutamente nada. Podría estar ahí plantado, sin más. ¿Seguro que está haciendo algo?

—Puede que sea cabezota, pero no necio. Al menos, no lo es casi nunca.

—Bueno, sea cabezota o necio o cualquier otra cosa, no siento nada.

—Dijiste que harías lo que te pidiéramos, Rand. —Egwene tenía la frente fruncida—. ¿Lo estás haciendo? Si tú sentiste algo, lo mismo tendría que haberme pasado a mí, y no… —Se interrumpió con un grito sofocado. Algo le había pellizcado el trasero. Las comisuras de los labios de Rand temblaban en un claro intento de contener la sonrisa—. Eso no ha tenido gracia —espetó, tajante.

El joven trataba de conservar la expresión de inocencia, pero finalmente acabó sonriendo.

—Dijiste que querías sentir algo, y pensé que… —Su repentino bramido hizo que Egwene diera un salto. Con la mano frotándose la nalga izquierda, Rand empezó a girar en círculo, cojeando dolorido—. ¡Rayos y truenos, Egwene! No era necesario que me… —Bajó la voz a un murmullo incomprensible, que la joven se alegró de no entender.

Aprovechó la oportunidad para darse un poco de aire con el pañuelo, y compartió una fugaz sonrisa con Elayne. El fulgor que rodeaba a la heredera del trono perdió intensidad. Las dos muchachas estuvieron a punto de echarse a reír mientras se frotaban el trasero con disimulo. Eso le enseñaría. Pagarle con la misma moneda, salvo que multiplicado por cien, según el cálculo de Egwene.

Se volvió hacia Rand con toda la seriedad que pudo dar a su rostro.

—Eso lo habría esperado de Mat. Creía que tú, al menos, habías madurado. Vinimos para ayudarte si podíamos, así que procura cooperar. Haz algo con el Poder, pero algo que no sea infantil. Quizá seamos capaces de sentirlo.

Encorvado, Rand les asestó una mirada iracunda.

—Que haga algo, dices —rezongó—. No tenías derecho a… Voy a estar cojo durante… Así que quieres que haga algo, ¿no?

De repente, Egwene se levantó en el aire, y Elayne también; se miraron la una a la otra, los ojos desorbitados por la sorpresa, mientras flotaban a casi un metro del suelo. Nada las sostenía, ningún flujo que Egwene pudiera ver ni sentir. Nada. Apretó los labios. No tenía derecho a hacerles esto. Ninguno en absoluto, y era hora de que aprendiera la lección. El mismo tipo de escudo de Energía que había aislado a Joiya de la Fuente Verdadera también serviría para él; las Aes Sedai lo utilizaban con los contados hombres que encontraban que eran capaces de encauzar.

Se abrió al saidar y sintió un vacío en la boca del estómago. El saidar estaba allí, sentía su calor y su luz, pero entre ella y la Fuente Verdadera se interponía algo, nada, una ausencia que la separaba de la Fuente Verdadera como un muro de piedra. Se sentía vacía por dentro hasta que el pánico la colmó. Un hombre estaba encauzando, y ella estaba atrapada en ello. Era Rand, sí, pero estando allí, suspendida como un cesto, indefensa, en lo único que pensó fue que un varón estaba encauzando y en la contaminación existente en el saidin. Quiso gritarle, pero sólo emitió una especie de graznido.

—¿Quieres que haga algo? —bramó Rand. Las patas de un par de mesitas se doblaron en ángulos extraños y la madera crujió; empezaron a dar tumbos de un lado para otro en una horrenda parodia de baile, esparciendo por el suelo laminillas doradas—. ¿Te gusta esto? —El fuego se prendió en la chimenea de costado a costado, ardiendo sobre las piedras limpias de cenizas—. ¿O esto? —La escultura del ciervo y los lobos empezó a reblandecerse y a desmoronarse. Regueros de plata y oro resbalaron de la masa informe, se afinaron hasta semejar hilos brillantes que serpenteaban y se tejían entre sí formando un estrecho paño de tejido metálico; la pieza de reluciente material colgó en el aire mientras crecía, el extremo superior unido todavía a la escultura que se derretía poco a poco sobre la repisa de la chimenea—. Haz algo. ¡Haz algo! ¿Tienes idea de lo que es tocar el saidin, encauzarlo? ¿La tienes? ¡Puedo sentir la locura acechando, infiltrándose dentro de mí!

De repente, las mesitas saltarinas estallaron en llamas, como antorchas, sin dejar de bailar; los libros dieron vueltas en el aire, mientras las páginas pasaban y se agitaban; el cobertor de la cama reventó esparciendo plumas por la habitación como si estuviera nevando. Las que cayeron sobre las mesas prendidas impregnaron el aire de un penetrante y repulsivo olor a hollín.

Durante un momento, Rand miró de hito en hito, con cara de loco, las mesitas en llamas. Entonces, lo que quiera que sostenía a Egwene y a Elayne desapareció, junto con el escudo; los pies de ambas tocaron la alfombra en el mismo instante en que las llamas se extinguían como si las hubiera absorbido la madera que estaban consumiendo. El fuego de la chimenea se apagó, y los libros cayeron al suelo en un revoltijo mayor que antes. El trozo de paño dorado y plateado también cayó junto con hebras de metal fundido, aunque ya no eran líquidas y ni siquiera estaban calientes. Sólo quedaban tres bultos de tamaño regular, dos de plata y uno de oro, encima de la repisa de la chimenea, fríos e irreconocibles.

Egwene se había acercado, tambaleándose, a Elayne nada más pisar el suelo. Se agarraron la una a la otra buscando apoyo, pero Egwene notó que su amiga estaba haciendo exactamente lo mismo que ella, abrirse al saidar lo más deprisa posible. En cuestión de segundos, tenía preparado un escudo para lanzarlo alrededor de Rand no bien viera el menor indicio de que iba a encauzar; pero el joven estaba inmóvil, estupefacto, contemplando fijamente las mesitas abrasadas mientras las plumas seguían cayendo sobre él y se le quedaban prendidas en la chaqueta.

Ahora no parecía ofrecer peligro, pero el dormitorio estaba hecho un completo desastre. Egwene tejió pequeños flujos de Aire para recoger todas las plumas que flotaban y las que ya habían caído sobre la alfombra. Como si se le ocurriera en el último momento, también incluyó las que Rand tenía en la chaqueta. Podría encargarle a la gobernanta que se ocupara del resto o hacerlo él mismo.

Rand se encogió cuando las plumas pasaron flotando ante él para ir a posarse sobre el destrozado cobertor. El olor a plumas y madera quemada persistía, pero al menos el cuarto estaba más arreglado, y la débil brisa que entraba por las ventanas abiertas empezaba a disminuir el tufo.

—A lo mejor la gobernanta no quiere darme otro —dijo Rand con una risa tensa—. Un cobertor diario es más de lo que está dispuesta a… —Evitaba mirarla a ella y a Elayne—. Lo lamento. Quizá sea mejor que os marchéis. Ésa parece ser la frase que repito más últimamente. —Se puso colorado otra vez y carraspeó para aclararse la garganta—. No estoy tocando la Fuente Verdadera, pero tal vez sería mejor que os marchaseis.

—Todavía no hemos terminado —dijo Egwene dulcemente; con más dulzura de la que sentía realmente.

Habría querido tirarle de las orejas por levantarla así en el aire, por aislarlas a ambas de la Fuente. Pero Rand estaba pasando un mal momento, al borde de… No sabía de qué y tampoco quería saberlo, en esa oportunidad ni allí. Con tantos aspavientos sobre su fuerza —todas decían que Elayne y ella se contarían entre las Aes Sedai más poderosas, si no las más, desde hacía un milenio—, había dado por hecho que eran tan fuertes como él. O al menos, casi. Acababan de sacarla de su error sin contemplaciones. Tal vez Nynaeve se acercara más si se ponía lo bastante furiosa, pero Egwene sabía que ella jamás sería capaz de hacer lo que él había hecho, diversificar los flujos de aquel modo, realizar tantas cosas a la vez. El esfuerzo de trabajar con dos flujos a un tiempo era más del doble que hacerlo sólo con uno de igual magnitud, y trabajar tres, más del cuádruple de hacerlo con dos. Y él debía de haber estado tejiendo una docena. Ni siquiera parecía cansado, aunque la brega con el Poder consumía energía. Mucho se temía que Rand era capaz de manejarlas a Elayne y a ella como dos gatitos recién nacidos. Gatitos a los que quizá decidiera ahogar si se volvía loco.