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Estaba seguro de que, si le encontraba alguna aventura, algo que apuntara la posibilidad de que su nombre entrara en la historia, la muchacha se marcharía. Hacía como si entendiera la razón de que él tuviera que quedarse, pero de vez en cuando todavía insinuaba que quería marcharse y que esperaba que él quisiera acompañarla. Perrin estaba convencido de que el cebo apropiado la atraería con bastante fuerza para hacerla partir; sin él.

Como le ocurría a él, Faile identificaría la mayoría de los rumores como versiones tergiversadas de la verdad que se habían quedado anticuadas. Se decía que la guerra que se extendía por el Océano Aricio era obra de unas gentes de las que nadie había oído hablar hasta entonces y que se llamaban sanchin o senchan o algo parecido —había oído distintas variantes de los numerosos informadores—, un pueblo extraño que podría ser el ejército de Artur Hawkwing que regresaba al cabo de miles de años. Un tipo, un tarabonés tocado con un gran sombrero rojo y que lucía un bigote espeso como un cepillo, le aseguró solemnemente que el propio Hawkwing en persona dirigía a estas gentes, con la legendaria espada Justicia enarbolada en su mano. Corrían rumores de que se había encontrado el Cuerno de Valere, cuya llamada sacaría a los héroes legendarios de sus tumbas para luchar en la Última Batalla. En Ghealdan habían estallado revueltas por todo el país; Illian padecía una epidemia de locura colectiva; en Cairhien la hambruna estaba aminorando el ritmo de las matanzas; en alguna parte de las Tierras Fronterizas se habían incrementado las incursiones de los trollocs. Perrin no podía enviar a Faile a ninguno de estos conflictos ni siquiera para sacarla de Tear.

La información respecto a unos disturbios en Saldaea parecía prometedora —su propia tierra tenía que resultarle atractiva, y Perrin se había enterado de que Mazrim Taim, el falso Dragón, estaba a buen recaudo en manos de las Aes Sedai—, pero nadie conocía el alcance ni el motivo de dichos disturbios. Inventarse algo no daría resultado; antes de ir tras cualquier información que le diera él, Faile llevaría a cabo sus propias pesquisas para asegurarse. Además, cualquier disturbio en Saldaea podía ser tan peligroso como los otros conflictos de los que se hablaba.

Y tampoco podía decirle a la joven adónde iba cuando se ausentaba porque entonces le preguntaría la razón. Sabía que no era como Mat, que a él no le gustaba pasarse las horas muertas en tabernas. Nunca se le había dado bien mentir, así que eludía sus preguntas con evasivas, de modo que Faile empezó a asestarle largas miradas de soslayo sin decir una palabra. En esta situación, sólo le restaba redoblar sus esfuerzos para encontrar una historia lo bastante tentadora para alejarla de la Ciudadela. Tenía que apartarla de él antes de que la mataran por su culpa. No había más remedio.

Egwene y Nynaeve pasaron más horas con Joiya y Amico, aunque sin el menor resultado. Las historias de las dos mujeres no sufrieron ninguna variación. A pesar de las protestas de Nynaeve, Egwene probó incluso a contarle a cada una de ellas lo que había dicho la otra para ver si así soltaban la lengua. Amico la miró de hito en hito y gimoteó que no había oído ni una palabra de semejante plan para añadir de inmediato que cabía la posibilidad de que fuera verdad. Tal vez. La ansiedad por complacerlas la hacía sudar. Por su parte, Joiya le respondió que fueran a Tanchico si querían.

—He oído comentar que se ha convertido en una ciudad muy peligrosa —dijo sosegadamente, con los negros ojos reluciendo—. El rey conserva en su poder poco más que la urbe propiamente dicha, y tengo entendido que ya no se vela por el orden público. Ahora son la fuerza bruta y las armas las que mandan en Tanchico. Pero, si os apetece, id.

No se había recibido ninguna noticia de Tar Valon e ignoraban si la Amyrlin estaba ocupándose de la posible amenaza de liberar a Mazrim Taim. Desde que Moraine había enviado las palomas había transcurrido tiempo de sobra para que llegara un mensaje, ya fuera en un barco fluvial o a través de un jinete que cabalgara de continuo cambiando de caballo; suponiendo que la Aes Sedai las hubiera enviado realmente. Egwene y Nynaeve discutieron respecto a esto; la antigua Zahorí admitía que la Aes Sedai no podía mentir, pero intentaba encontrar algún doble sentido a sus palabras. Moraine no parecía preocupada por la falta de noticias de la Amyrlin, aunque era difícil adivinar qué había bajo la fría calma tras la que se escudaba.

Egwene sí estaba preocupada por eso y por si la historia de Tanchico era una pista falsa o real o una trampa. En la biblioteca de la Ciudadela había libros sobre Tarabon y Tanchico; pero, aunque leyó hasta que le dolieron los ojos, no encontró ninguna clave respecto a algo peligroso para Rand. El calor y la zozobra la condujeron a un estado de irritación tal que a veces estaba tan irascible como Nynaeve.

Algunas cosas iban bien, por supuesto. Mat continuaba en la Ciudadela; obviamente estaba madurando y aprendiendo a ser responsable. Lamentaba no haber podido ayudarlo, pero dudaba que ninguna otra mujer de la Torre hubiera podido hacer más por él. Comprendía su ansiedad de saber porque a ella le ocurría igual, aunque en su caso era otro tipo de conocimiento, el que sólo podía aprender en la Torre, las cosas que quizá descifraría y que nadie había descubierto cómo llevar a cabo, la sabiduría perdida que tal vez sacaría de nuevo a la luz.

Aviendha empezó a visitarla, aparentemente por propia iniciativa. Si al principio la mujer se mostró cautelosa, era comprensible ya que al fin y a la postre era Aiel y creía a Egwene una Aes Sedai. Con todo, su compañía resultaba muy agradable aunque en ocasiones Egwene tenía la sensación de que vislumbraba en sus ojos preguntas no planteadas. A pesar de que Aviendha mantenía cierta reserva, enseguida se hizo evidente que poseía mucho ingenio y un sentido del humor muy semejante al de Egwene; a veces acababan riendo tontamente como dos chiquillas. Empero, las costumbres Aiel eran por completo desconocidas para Egwene, como el rechazo de Aviendha a sentarse en una silla y su sobresalto al encontrar a la joven de Dos Ríos metida en una bañera plateada que la gobernanta había hecho traer a su cuarto. La reacción no se debía a que la otra mujer estuviera desnuda —de hecho, al advertir el desasosiego de Egwene se despojó de sus ropas y se sentó en el suelo para hablar— sino porque estaba metida en agua hasta el pecho. Lo que hizo que sus ojos parecieran a punto de salirse de las órbitas fue el hecho de que estuviera ensuciando tanta cantidad de agua. Por otro lado, Aviendha no comprendía por qué Elayne y ella no habían tomado medidas drásticas con Berelain ya que ambas deseaban quitársela de en medio. A una guerrera le estaba totalmente prohibido matar a una mujer que no se hubiera desposado con la lanza; pero, puesto que ni Elayne ni Berelain eran Doncellas Lanceras, en opinión de Aviendha era totalmente aceptable que Elayne retara a la Principal de Mayene a un duelo con cuchillos o zanjar el asunto con un combate a puñetazos y patadas. Desde su punto de vista, lo de los cuchillos era lo mejor. Berelain parecía el tipo de mujer que no renunciaría a su propósito aunque la derrotaran varias veces y, por lo tanto, el camino más directo y seguro era retarla y matarla. O Egwene podía hacerlo en su nombre, como amiga y casi hermana.

A pesar de estas diferencias, era muy agradable tener alguien con quien hablar y reír. Elayne estaba ocupada casi todo el tiempo, por supuesto; y Nynaeve, a quien afectaba tanto como a Egwene ver que se les acababa el tiempo, dedicaba sus ratos libres a dar paseos a la luz de la luna por las almenas, con Lan, y a preparar platos que eran del agrado del Guardián; sin mencionar las invectivas y maldiciones que hacían salir corriendo a las cocineras de la cocina. Nynaeve no era una experta en la preparación de viandas. De no ser por Aviendha, Egwene no sabía lo que habría hecho durante las bochornosas horas entre interrogatorio e interrogatorio a las Amigas Siniestras; las habría pasado sudando, indudablemente, y preocupada por si podría hacer algo para no tener pesadillas.