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El tono tranquilo de su voz pareció afectarlos más que sus gritos. Hasta Meilan denotaba inquietud cuando retrocedieron hacia la puerta, inclinándose a cada paso y farfullando afirmaciones de eterna lealtad. Le daban asco.

—¡Fuera! —bramó, y los nobles abandonaron toda dignidad y casi se empujaron para abrir la puerta. Salieron corriendo. Uno de los guardias Aiel se asomó un momento al dormitorio para comprobar si Rand se encontraba bien antes de cerrar la hoja de madera.

Rand temblaba sin poder contenerse. Le daban casi tanto asco como el que sentía por sí mismo. Amenazar con ahorcar hombres si no hacían lo que les ordenaba. Y lo peor era que lo había dicho en serio. Todavía recordaba cuando no tenía un genio tan irascible o, al menos, cuando esos accesos de ira surgían en contadas ocasiones y se las componía para refrenarlos.

Cruzó la habitación hacia donde Callandor brillaba con la luz que entraba por las cortinas entreabiertas. La hoja parecía hecha del más puro cristal, absolutamente transparente; tenía el tacto del acero en las puntas de sus dedos, y afilado como una cuchilla. Había faltado poco para cogerla y ocuparse de Meilan y Sunamon, aunque ignoraba si la habría usado como una espada o le habría dado su verdadera utilidad. Las dos posibilidades lo horrorizaban. «Aún no me he vuelto loco. Sólo estoy furioso. ¡Luz, y de qué modo!»

Mañana. Mañana embarcarían a las Amigas Siniestras, y Elayne partiría. Y Egwene y Nynaeve, por supuesto. De regreso a Tar Valon, deseó fervientemente; con Ajah Negro o sin él, la Torre debía de ser el lugar más seguro que había en la actualidad. Mañana. Se acabaron las excusas para seguir retrasando lo que tenía que hacer. Hasta pasado mañana, como mucho.

Volvió las manos hacia arriba para contemplar la garza grabada en cada una de las palmas. Las había examinado tan a menudo que sería capaz de dibujar de memoria todas y cada una de aquellas líneas a la perfección. Las Profecías las anunciaban:

Dos veces será marcado, dos veces para vivir y dos veces para morir. Una vez la garza, para señalar su camino. Dos veces la garza, para darle su verdadero nombre. Una vez el Dragón, para el recuerdo perdido. Dos veces el Dragón, por el precio que ha de pagar.

Pero, si las garzas le daban «su verdadero nombre», ¿para qué entonces los Dragones? Ya puestos, ¿qué era un Dragón? El único del que había oído hablar era Lews Therin Telamon. El Verdugo de la Humanidad había sido el Dragón, el Dragón era el Verdugo de la Humanidad. Excepto que ahora era él, y no podía ser marcado consigo mismo. Quizá la imagen del pendón era un Dragón; ni siquiera las Aes Sedai sabían con certeza qué clase de criatura era.

—Has cambiado desde la última vez que te vi. Te has hecho más fuerte. Más duro.

Giró rápidamente sobre sus talones y se quedó mirando atónito a la joven que estaba junto a la puerta; era alta, de tez clara y tenía los ojos y el cabello negros. Iba vestida de blanco y plata. Enarcó una ceja al reparar en los bultos informes de metal dorado y plateado que había sobre la repisa del hogar. Rand los había dejado allí a propósito, para que le recordaran lo que podía pasar cuando actuaba sin reflexionar, cuando perdía el control. Aunque, para lo que había servido…

—Selene —exclamó mientras iba presuroso hacia ella—. ¿De dónde sales? ¿Cómo has entrado? Creía que todavía estabas en Cairhien o… —Se calló, reacio a confesar su temor de que estuviera muerta o pasando calamidades como otros refugiados.

Un cinturón de plata le ceñía la esbelta cintura, y unos peinecillos plateados con incrustaciones de estrellas y medias lunas brillaban en su cabello, que le caía sobre los hombros en negras cascadas. Seguía siendo la mujer más hermosa que había visto en su vida. Elayne y Egwene sólo eran bonitas comparadas con ella. Sin embargo, por alguna razón, no lo impresionaba tanto como antes; tal vez se debía a los largos meses transcurridos desde que se habían visto por última vez en un Cairhien todavía ajeno a los estragos de la guerra civil.

—Voy donde quiero estar. —Frunció el entrecejo al mirar su rostro—. Te han marcado, pero no importa. Fuiste mío y lo sigues siendo. Cualquier otra no es más que un pasatiempo circunstancial cuyo tiempo ha quedado atrás. Reclamaré lo que es mío públicamente, ahora.

La miró de hito en hito. ¿Marcado? ¿Se refería a sus manos? ¿Y qué quería decir con lo de que era suyo?

—Selene —empezó suavemente—, vivimos juntos días placenteros y también otros muy duros. Jamás olvidaré tu valor ni tu ayuda, pero en ningún momento hubo entre nosotros algo más que camaradería. Fuimos compañeros de viaje, punto. Te quedarás en la Ciudadela, en los mejores aposentos, y cuando la paz vuelva a Cairhien me ocuparé de que tus propiedades de allí te sean devueltas, si está en mi mano.

—Vaya si te han marcado. —Sonrió irónicamente—. ¿Mis propiedades de Cairhien, dices? Puede que en un tiempo las tuviera en esas tierras. El mundo ha cambiado tanto que ya nada es como antes. Selene sólo es un nombre que a veces utilizo, Lews Therin. El que he hecho verdaderamente mío es Lanfear.

Rand soltó una risa forzada.

—Esa broma no tiene gracia, Selene. Casi tan poca como decir que el Oscuro es uno de los Renegados. Y me llamo Rand.

—Nosotros nos autodenominamos los Elegidos —repuso la mujer reposadamente—. Elegidos para gobernar el mundo para siempre. Viviremos eternamente. Y tú también puedes.

Rand la miró preocupado, con el ceño fruncido. De verdad creía que era… Las fatigas para llegar a Tear debían de haberla trastornado. Empero, no actuaba como alguien que ha perdido la razón; se mostraba tranquila, fría, segura. Sin darse cuenta de lo que hacía, buscó el contacto con el saidin, tendió la mano y… topó con un muro que no veía ni percibía salvo porque le impedía llegar a la Fuente Verdadera.

—No puede ser —musitó. Ella sonrió—. Luz, realmente eres uno de ellos.

Retrocedió lentamente. Si conseguía coger a Callandor por lo menos dispondría de un arma. Tal vez no funcionara como un angreal, pero sí como una espada. Aun así, ¿sería capaz de utilizarla contra una mujer, contra Selene? No, contra Selene no. Contra Lanfear, contra uno de los Renegados.

Se dio un fuerte encontronazo con algo; miró hacia atrás para ver qué era. No había nada. Un muro de nada contra el que apretaba la espalda. Callandor brillaba a menos de tres pasos de distancia, al otro lado de la barrera invisible. Frustrado, descargó contra ella un puñetazo; era tan dura como una roca.

—Todavía no puedo fiarme completamente de ti, Lews Therin. —Se acercó más, y Rand consideró saltar sobre ella y agarrarla. Era, con mucho, más corpulento y fuerte… Pero, aislado de la Fuente como estaba, la mujer lo envolvería con el Poder como un gatito enredado en un ovillo de cuerda—. Y, desde luego, no con eso en tus manos —añadió, señalando con una mueca a Callandor—. Solamente hay dos más poderosos que un hombre puede utilizar. Que yo sepa, al menos uno existe todavía. No, Lews Therin, todavía no me fío de ti para permitir que cojas eso.

—Deja de llamarme así —gruñó—. Mi nombre es Rand. Rand al’Thor.

—Eres Lews Therin Telamon. Oh, en el aspecto físico el único parecido es la altura, pero reconocería quién está tras esos ojos aunque te hubiera encontrado cuando aún dormías en tu cuna. —Se echó a reír inesperadamente—. Todo habría sido mucho más fácil si te hubiera encontrado entonces. Si hubiera sido libre para… —Su jovialidad dio paso a la ira—. ¿Quieres ver mi verdadero aspecto? Tampoco lo recuerdas, ¿verdad?

Rand intentó responder que no, pero la lengua no le obedecía. Una vez había visto a dos Renegados juntos, Aginor y Balthamel, los primeros que habían escapado después de pasar tres mil años encerrados tras los sellos en la prisión del Oscuro. Uno de ellos estaba tan consumido que era inexplicable cómo podía seguir vivo, y el otro ocultaba el rostro tras una máscara para tapar hasta la última brizna de su carne como si no soportara verla o que la vieran.