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—Tenía intención de dejarte en cueros hasta que pensaras en un atuendo más apropiado. Ponerse el cadin’sor de ese modo, como si fueras… Me sorprendiste al liberarte de aquella manera, volviendo contra mí mi propia lanza. Pero aún te falta adiestramiento, y no eres demasiado poderosa. De otro modo no te habrías dejado caer en mitad de mi cacería de ese modo, donde era evidente que no querías estar. ¿Y a qué viene lo de volar de aquí para allí? ¿Acaso has venido al Tel’aran’rhiod simplemente a contemplar la ciudad, sea cual sea?

—Es Tanchico —dijo Egwene con un hilo de voz. ¡La mujer no sabía dónde estaban! Entonces ¿cómo la había seguido y encontrado? Era evidente que conocía el Mundo de los Sueños mucho, muchísimo más que ella—. Podríais ayudarme. Estoy intentando encontrar a unas mujeres del Ajah Negro, Amigas Siniestras. Creo que se encuentran aquí, y tengo que comprobar si están o no.

—Así que es cierto que existe —musitó Amys—. Un Ajah de Seguidoras de la Sombra en la Torre Blanca. —Sacudió la cabeza—. Pareces una muchacha que acaba de casarse con la lanza y que se cree capaz de sostener una lucha cuerpo a cuerpo con los hombres y saltar montañas. En el caso de ella el peligro se reduce a unos cuantos moretones y una valiosa lección de humildad. En el tuyo, aquí, podría significar la muerte. —Amys echó una ojeada a los edificios blancos del entorno e hizo una mueca de desagrado—. ¿Tanchico? ¿En… Tarabon? Esta ciudad se está muriendo, devorándose a sí misma. Aquí hay una oscuridad, un mal. Algo peor de lo que podrían hacer los hombres o las mujeres. —Observó a Egwene fijamente—. Tú no lo ves ni lo percibes, ¿verdad? ¿Y pretendes dar caza a Seguidoras de la Sombra en el Tel’aran’rhiod?

—¿Un mal? —repitió precipitadamente—. Tal vez sean ellas. ¿Estáis segura? Si os digo qué aspecto tienen, ¿podríais confirmármelo? A una de ellas sería capaz de describírosla hasta en el más mínimo detalle.

—Igual que una niña que le pide un brazalete de plata a su padre de inmediato sin saber nada del comercio ni del proceso de creación de los brazaletes —rezongó Amys—. Tienes mucho que aprender. Mucho más de lo que puedo empezar a enseñarte ahora. Ven a la Tierra de los Tres Pliegues. Haré correr la voz por los clanes de que ha de traerse a mi presencia a una Aes Sedai llamada Egwene al’Vere, en el dominio Peñas Frías. Da tu nombre y muestra tu anillo de la Gran Serpiente y tendrás paso franco. Ahora no estoy allí, pero habré regresado de Rhuidean antes de que llegues.

—Por favor, tenéis que ayudarme. Necesito saber si están aquí. He de saberlo.

—Pero no puedo decírtelo. No las conozco y tampoco este sitio, Tanchico. Tienes que venir a mí. Lo que haces es peligroso, mucho más de lo que imaginas. Tienes que… ¿Dónde vas? ¡Alto ahí!

Algo pareció tirar de Egwene y sumergirla en la oscuridad.

Sonó la voz de Amys, hueca y perdiéndose en la distancia:

—Tienes que venir a mí y aprender. Tienes que…

12

Tanchico o la Torre

Elayne soltó un entrecortado suspiro de alivio cuando finalmente Egwene rebulló y abrió los ojos. A los pies de la cama, el semblante de Aviendha perdió la expresión de frustración y ansiedad, y la Aiel le dedicó una fugaz sonrisa que Egwene le devolvió. La vela había pasado de la marca hacía minutos, aunque parecía que hubiera sido una hora.

—No te despertabas —dijo Elayne, temblorosa—. Te sacudimos y te zarandeamos, pero no te despertabas. —Soltó una risita corta—. Oh, Egwene, hasta Aviendha estaba asustada.

Egwene le puso la mano en el brazo y le dio un apretón para tranquilizarla.

—Ahora ya estoy aquí. —Su voz sonaba cansada, y tenía el camisón empapado de sudor—. Supongo que había una razón para permanecer un poco más de lo que habíamos planeado. La próxima vez tendré más cuidado, lo prometo.

Nynaeve soltó la jarra en el palanganero con tanta brusquedad que derramó parte del contenido. Había estado a punto de echarle el agua a la cara. Mantenía el gesto impasible, pero la jarra traqueteó contra la jofaina y el agua goteó sobre la alfombra sin que ella hiciera nada por impedirlo.

—¿Fue porque descubriste algo o porque…? Egwene, si el Mundo de los Sueños te puede retener de un modo u otro, tal vez es demasiado peligroso hasta que hayas aprendido más sobre él. Quizá resulta más difícil regresar cada vez que se va allí. Quizá… No sé. Pero no podemos correr el riesgo de que te quedes perdida allí.

—Lo sé —repuso la joven en una actitud sumisa que hizo que Elayne arqueara las cejas bruscamente. Su amiga nunca se había mostrado sumisa con Nynaeve. Todo lo contrario.

Egwene se levantó de la cama con esfuerzo, rehusando la ayuda de Elayne, y se dirigió al palanganero para mojarse la cara y los brazos con el agua relativamente fresca. Elayne buscó un camisón limpio en el armario mientras su amiga se quitaba el empapado en sudor.

—Me encontré con una Sabia, una mujer llamada Amys. —La voz de la muchacha sonó amortiguada hasta que sacó la cabeza por el cuello de la prenda limpia—. Me dijo que tenía que acudir a ella, a aprender acerca del Tel’aran’rhiod, en un sitio del Yermo que se llama el dominio Peñas Frías.

Elayne advirtió que Aviendha parpadeaba al oír el nombre de la Sabia.

—¿La conoces? ¿Conoces a esa tal Amys? —preguntó.

El cabeceo de asentimiento de la Aiel sólo podía describirse como renuente.

—Es una Sabia, una caminante de sueños. Amys fue Far Dareis Mai hasta que renunció a la lanza para ir a Rhuidean.

—¡Una Doncella! —exclamó Egwene—. Así que por eso me dijo que… No importa. Dijo que se encontraba en Rhuidean ahora. ¿Sabes dónde está ese dominio Peñas Frías, Aviendha?

—Por supuesto. Peñas Frías es el dominio de Rhuarc. Él es el marido de Amys. Solía ir de visita allí, de vez en cuando. Mi madre segunda, Lian, es hermana conyugal de Amys.

Elayne intercambió una mirada desconcertada con Egwene y Nynaeve. Hubo un tiempo en que la heredera del trono creía saber mucho sobre los Aiel de todo lo aprendido de sus maestros en Caemlyn, pero desde que conocía a Aviendha se había dado cuenta de lo poco que sabía en realidad. Las costumbres y parentescos eran un confuso laberinto. Hermana primera significaba que tenían la misma madre; excepto que cabía la posibilidad de que unas amigas se convirtieran en primeras hermanas haciendo el juramento ante las Sabias. Hermana segunda significaba que las madres eran hermanas; si los padres eran hermanos, entonces eran hermanas paternas, y no se consideraba un parentesco tan próximo como hermanas segundas. A partir de ahí, la cosa se complicaba de manera increíble.

—¿Qué significa «hermana conyugal»? —preguntó, vacilante.

—Que se tiene el mismo marido. —Aviendha frunció el entrecejo ante el respingo de Egwene y la forma en que Nynaeve abrió desmesuradamente los ojos. Elayne casi esperaba esa respuesta, pero a pesar de todo empezó a colocarse la falda, que estaba perfectamente recta y en su sitio—. ¿No tenéis esa costumbre? —preguntó la Aiel.

—No —repuso Egwene con un hilo de voz—. No, no la tenemos.

—Pero Elayne y tú os queréis como hermanas primeras. ¿Qué habríais hecho si una de vosotras no hubiera querido renunciar a Rand al’Thor? ¿Luchar por él? ¿Permitir que un hombre desbaratara los vínculos que hay entre vosotras? ¿No habría sido mejor que las dos os hubieseis casado con él?

Elayne miró a Egwene. La idea de… ¿Habría sido capaz de hacer algo así? ¿Incluso tratándose de Egwene? Sentía las mejillas arreboladas. Por su parte, Egwene sólo parecía sobresaltada.

—Pero yo quise renunciar a él —dijo la muchacha de Dos Ríos.

La heredera del trono sabía que el comentario iba dirigido tanto a Aviendha como a ella, pero la idea no se le iba de la cabeza. ¿Había tenido Min una visión? «Si es Berelain, la estrangularé. ¡Y a él también! Si tiene que haber alguien más, ¿por qué no puede ser Egwene? ¡Luz! ¿Qué estoy pensando?» Su sofoco había aumentado de tal manera que sentía que las mejillas le ardían, y para disimular habló con un tono superficiaclass="underline"