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—Cabe la posibilidad de que las mataran como castigo por dejarse capturar —sugirió, dominando el momento de debilidad. No compartió la idea de que el asesinato tuviera como propósito hacerles creer que lo que quiera que Joiya y Amico les hubieran contado era cierto; ya tenían bastantes dudas para echar más leña al fuego—. Tres posibilidades distintas, y sólo una apunta a la eventualidad de que el Ajah Negro sabe que han revelado algo. Puesto que todas caben dentro de lo posible, lo más probable es que lo ignoren.

—¿Para castigarlas? —repitió Nynaeve con incredulidad. Ella y Egwene estaban conmocionadas.

Ambas eran mucho más duras que ella en muchos sentidos —y las admiraba por ello— pero no habían crecido presenciando las maniobras de la corte en Caemlyn, escuchando conversaciones del modo cruel con que cairhieninos y tearianos participaban en el Juego de las Casas.

—Creo que el Ajah Negro es capaz de mostrarse muy cruel con cualquier tipo de fracaso —les dijo—. No me cuesta imaginar a Liandrin dando la orden. Y Joiya lo habría hecho sin pestañear siquiera. —Moraine la miró brevemente, como evaluándola de nuevo.

—Liandrin —musitó Egwene en un tono inexpresivo—. Sí, a mí tampoco me cuesta imaginarla a ella o a Joiya dando esa orden.

—En cualquier caso no os quedaba mucho tiempo para interrogarlas —comentó Moraine—. Iban a ser embarcadas mañana a mediodía. —Su voz dejaba traslucir un dejo iracundo, y Egwene comprendió que la Aes Sedai contemplaba la muerte de las hermanas Negras como una forma de eludir la justicia—. Confío en que toméis una decisión pronto. Tanchico o la Torre.

Los ojos de Elayne se encontraron con los de Nynaeve, y la joven hizo un leve gesto de asentimiento, al que la antigua Zahorí respondió de igual manera antes de volverse hacia la Aes Sedai.

—Elayne y yo nos pondremos en camino a Tanchico tan pronto como encontremos un barco que nos lleve. Un bajel rápido, espero. Egwene y Aviendha se dirigirán al dominio Peñas Frías, en el Yermo de Aiel. —No dio explicaciones y Moraine enarcó las cejas.

—Jolien puede acompañarla —intervino la Aiel aprovechando el momentáneo silencio. Evitaba mirar a Egwene—. O Sefela o Bain o Chiad. Yo… he pensado ir con Elayne y Nynaeve. Si hay guerra en Tanchico necesitarán una hermana que les guarde las espaldas.

—Si es eso lo que quieres, Aviendha —dijo lentamente Egwene.

Parecía sorprendida y dolida, pero no tan sorprendida como la heredera del trono, que pensaba que las dos se habían hecho muy amigas.

—Me complace que quieras ayudarnos, Aviendha, pero tendrías que ser tú quien condujera a Egwene al dominio Peñas Frías.

—No irá ni a un sitio ni al otro —intervino Moraine al tiempo que sacaba una carta del bolsillo y desdoblaba las páginas—. Me entregaron esto hace una hora. El joven Aiel que lo trajo me informó que se lo habían dado hacía un mes, antes de que cualquiera de nosotras hubiera llegado a esta ciudad y, sin embargo, va dirigido a mi nombre, a la Ciudadela de Tear. —Miró la última página—. Aviendha, ¿conoces a Amys, del septiar Nueve Valles del Taardad Aiel; a Bair, del septiar Haido de los Shaarad Aiel; a Melaine, del septiar Jhirad de los Goshien Aiel; y a Seana, del septiar Riscos Negros de los Nakai Aiel? Son quienes han firmado la carta.

—Todas son Sabias, Aes Sedai. Todas caminantes de sueños. —La actitud de Aviendha se había vuelto cautelosa, aunque no parecía ser consciente de ello. Daba la impresión de estar presta a luchar o a huir.

—Caminantes de sueños —musitó Moraine—. Quizás eso lo explica todo. He oído hablar de las caminantes de sueños. —Volvió a la segunda página de la carta—. Aquí está lo que dicen sobre ti. Lo que decían quizás antes de que se te pasara por la imaginación venir a Tear: «Entre las Doncellas Lanceras que se encuentran en la Ciudadela de Tear hay una muchacha voluntariosa y rebelde, llamada Aviendha, del septiar Nueve Valles de los Taardad Aiel. Tiene que presentarse ante nosotras sin más retrasos ni excusas. Estaremos esperándola en las vertientes de Chaendaer, más arriba de Rhuidean». Hay más cosas respecto a ti, pero principalmente es para decirme que debo ocuparme de que acudas sin demora a su emplazamiento. Estas Sabias vuestras dan órdenes como la Amyrlin. —Resopló con enojo, lo que hizo que Elayne se preguntara si las Sabias habrían intentado dar órdenes también a la Aes Sedai. No lo creía probable. Y más inverosímil todavía que tuvieran éxito si lo intentaban. A pesar de todo, había algo en la carta que irritaba a Moraine.

—Soy Far Dareis Mai —manifestó Aviendha, encorajinada—. Yo no acudo corriendo como una chiquilla en cuanto alguien me llama, y si quiero iré a Tanchico.

Elayne frunció los labios en un gesto meditabundo. Ésta era una faceta nueva de la Aiel. No su reacción iracunda —había visto furiosa a Aviendha otras veces, aunque no hasta este punto— sino el trasfondo de sus palabras. Sólo se le ocurría la palabra encorajinada para describirlo. Era tan absurdo como imaginar a Lan perdiendo los papeles por una rabieta, pero no había vuelta de hoja.

También Egwene lo advirtió, y le dio unas palmaditas a Aviendha en el brazo.

—No pasa nada —intentó tranquilizarla—. Si quieres ir a Tanchico, estaré encantada de que protejas a mis amigas.

La Aiel la miró como si se sintiera muy desdichada. Moraine sacudió la cabeza levemente, pero de manera deliberada.

—Le enseñé esto a Rhuarc. —Aviendha abrió la boca con gesto airado, pero la Aes Sedai alzó la voz y prosiguió con sosiego—: Siguiendo las instrucciones dadas en la carta. Por supuesto, sólo le mostré lo relacionado contigo. Parecía muy resuelto a que hicieras lo que se pide en la misiva. Lo que se ordena. Creo que lo más sensato es acatar los deseos de Rhuarc y de las Sabias, Aviendha. ¿No estás de acuerdo?

La joven Aiel miró en derredor desesperada, como si estuviera metida en una trampa.

—Soy Far Dareis Mai —musitó, y se dirigió hacia la puerta sin pronunciar una palabra más.

Egwene dio un paso y levantó a medias la mano para detenerla; la bajó cuando la hoja se cerró con un violento portazo.

—¿Qué quieren de ella? —demandó a Moraine—. Siempre sabéis más de lo que dais a entender. ¿Qué es lo que ocultáis esta vez?

—Sea cual sea el motivo de las Sabias —replicó fríamente la Aes Sedai—, es algo que sólo les concierne a ellas y a Aviendha. Si ella hubiera querido que lo supierais os lo habría contado.

—No paráis de intentar manipular a la gente, es superior a vuestras fuerzas —intervino Nynaeve con acritud—. Estáis manipulando a Aviendha para que haga algo ¿verdad?

—Yo no. Las Sabias. Y Rhuarc. —Moraine dobló la carta y la guardó de nuevo en el bolsillo; en sus movimientos se advertía un atisbo de aspereza—. Siempre le queda la opción de decirle que no. Un jefe de clan no es como un rey, por lo que sé acerca de las costumbres Aiel.

—¿Puede negarse? —preguntó Elayne. Rhuarc le recordaba a Gareth Bryne. El capitán general de la Guardia Real de su madre rara vez se plantaba, pero cuando lo hacía ni siquiera Morgase era capaz de persuadirlo, como no recurriera a su autoridad como reina. Ahora no habría una orden real… y Morgase nunca había hecho uso de esta prerrogativa con Gareth Bryne cuando el consejero había decidido que tenía razón, ahora que lo pensaba. Aun así, esperaba que Aviendha fuera a las vertientes de Chaendaer, más arriba de Rhuidean—. Al menos te acompañaría en el viaje, Egwene. Dudo mucho que Amys pueda reunirse contigo en el dominio Peñas Frías si tiene previsto esperar a Aviendha en Rhuidean. Podríais ir juntas al encuentro de Amys.

—Pero no quiero que venga si ella no lo desea —arguyó tristemente Egwene.

—Sea lo que sea —intervino Nynaeve—, tenemos trabajo que hacer. Necesitarás muchas cosas para un viaje al Yermo, Egwene. Lan me dirá qué equipo hace falta. Y Elayne y yo tenemos que iniciar los preparativos para ir en barco a Tanchico. Supongo que encontraremos pasaje mañana, pero en tal caso esta noche hay que decidir qué equipaje llevar.