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Tenía todo preparado y guardado en las alforjas de viaje, excepto la muda de ropa que se pondría por la mañana. Tan pronto como saliera el sol iría a buscar a Loial. No había razón para molestar al Ogier esa noche; seguramente estaría ya acostado, cosa que Perrin tenía intención de hacer muy pronto. Faile era el único problema al que todavía no sabía cómo hacer frente. Hasta quedarse en Tear sería mejor para ella que acompañarlo en este viaje.

La puerta se abrió, sorprendiéndolo. Una bocanada de perfume inundó sus fosas nasales cuando la hoja de madera gimió; le recordaba el olor de campanillas trepadoras en una noche de verano. Un aroma sugestivo, tenue para cualquiera que no fuera él, pero no del tipo que Faile se pondría. Su sorpresa aumentó considerablemente cuando Berelain entró en su cuarto.

Sin soltar el borde de la puerta la mujer parpadeó, y ello hizo comprender a Perrin hasta qué punto la luz debía de ser escasa para ella.

—¿Vas a alguna parte? —preguntó, vacilante, Berelain.

Al trasluz del resplandor de las lámparas del pasillo costaba mucho trabajo no mirarla fijamente.

—Sí, mi señora. —Hizo una inclinación sin demasiada soltura pero lo mejor que supo. Faile podía resoplar todo lo desdeñosamente que quisiera, pero Perrin no veía razón para no ser cortés—. Por la mañana.

—Yo también. —Cerró la puerta y se cruzó de brazos de manera que su busto resaltó aún más. Para que no creyera que la observaba con descaro, Perrin apartó la vista, aunque siguió mirándola de reojo. La mujer no reparó en su reacción; la llama de la vela se reflejaba en sus oscuros ojos—. Después de lo de esta noche… Mañana partiré en un carruaje hacia Godan, y desde allí tomaré un barco hacia Mayene. Debería haberme ido hace días, pero pensé que tenía que haber algún modo de resolver las cosas. Pero no lo había, naturalmente. Tuve que haberme dado cuenta antes. Lo de esta noche me ha convencido. El modo en que él… Todos esos rayos descargándose por los pasillos… Saldré mañana.

—Mi señora, ¿por qué me contáis esto? —preguntó, desconcertado.

La forma en que la mujer sacudió la cabeza le recordó a una yegua que a veces herraba en Campo de Emond; era un animal con el que había que tener cuidado porque en cualquier momento intentaría darte un mordisco.

—Para que se lo digas al lord Dragón, por supuesto.

Tampoco tenía sentido esa explicación, a su entender.

—Podéis decírselo vos misma —contestó, bastante exasperado—. No dispongo de tiempo para transmitir mensajes antes de emprender el viaje.

—Yo… Dudo mucho que quiera verme.

Cualquier hombre querría; era una hermosa visión para los ojos, y ella sabía tanto lo uno como lo otro. A Perrin se le ocurrió que quizá sus palabras apuntaban otra cosa. ¿Tanto se habría asustado con lo ocurrido en el dormitorio de Rand? ¿O con el ataque y el modo en que Rand le había puesto fin? Tal vez, pero ella no era el tipo de mujer que se amedrentaba tan fácilmente, a juzgar por la fría calma con que lo estaba observando.

—Dad vuestro mensaje a un criado, porque dudo que vea a Rand antes de marcharme. Cualquier sirviente puede llevarle una nota.

—Tendrá una acogida mejor si viene de ti, un amigo del…

—Dádselo a un criado. O a uno de los Aiel.

—¿No harás lo que te pido? —preguntó con incredulidad.

—No. ¿Es que no me habéis escuchado?

La mujer sacudió de nuevo la cabeza, pero esta vez fue diferente aunque el joven no sabría decir en qué sentido. Sin dejar de observarlo de hito en hito, musitó casi para sí misma:

—Qué ojos tan impresionantes.

—¿Qué? —De pronto se dio cuenta de que estaba desnudo de cintura para arriba. El intenso escrutinio de la mujer recordaba el modo de examinar a un caballo antes de comprarlo. Lo próximo que haría sería tantearle los tobillos e inspeccionarle la dentadura. Cogió bruscamente la camisa que tenía preparada para la mañana siguiente y se la metió por la cabeza—. Dadle vuestro mensaje a un sirviente. Ahora querría irme a la cama, porque tengo intención de levantarme pronto, antes del alba.

—¿Adónde te marchas?

—A casa. A Dos Ríos. Es muy tarde, y si pensáis partir mañana también supongo que querréis dormir un poco. Yo por lo menos estoy cansado. —Bostezó abriendo la boca cuanto pudo, pero ella no hizo intención de ir hacia la puerta.

—¿Eres herrero? Me hace falta uno en Mayene, para trabajos de forja ornamentales. ¿No te apetecería una corta estancia antes de volver a Dos Ríos? Mayene te resultaría… entretenido.

—Regreso a casa —le dijo firmemente—, y vos, a vuestros aposentos.

El leve encogimiento de hombros de la mujer hizo que Perrin apartara la vista de nuevo, precipitadamente.

—En fin, tal vez en otra ocasión. Al final siempre consigo lo que quiero. Y lo que ahora quiero… —Hizo una pausa y su mirada lo recorrió de la cabeza a los pies—, son trabajos de forja ornamentales. Para las ventanas de mi dormitorio. —Su sonrisa fue tan inocente que el joven sintió repicar los gongs de alarma en su cabeza.

En ese momento la puerta se abrió de nuevo y entró Faile.

—Perrin, fui a la ciudad a buscarte y oí un rumor… —Se quedó paralizada, muda, con los ojos clavados duramente en Berelain.

La Principal hizo caso omiso de ella. Se acercó a Perrin y le pasó la mano por el brazo y el hombro. Por un instante el joven pensó que iba a tirar para hacerle bajar la cabeza y darle un beso —de hecho, había alzado el rostro hacia el suyo—, pero se limitó a acariciarle el cuello y luego se apartó.

—Recuerda —musitó, como si estuvieran solos—, siempre consigo lo que quiero. —Pasó junto a Faile sin mirarla y salió del cuarto.

Perrin esperaba que la muchacha estallara, pero en lugar de ello Faile echó un vistazo a las alforjas llenas que había sobre la cama.

—Veo que ya te has enterado —dijo—. Sólo es un rumor, Perrin.

—Lo de los ojos amarillos hace que sea algo más que eso. —Tendría que estar soltando sapos y culebras por la boca. ¿Por qué se mostraba tan serena?

—Muy bien. Entonces Moraine es el problema inmediato. ¿Intentará detenerte?

—No si no lo sabe. Y, si lo intenta, me iré de todos modos. Tengo familia y amigos, Faile, y no los dejaré al capricho de los Capas Blancas. Sin embargo, confío en que no lo descubra hasta que me encuentre lejos de la ciudad. —Hasta sus ojos estaban tranquilos, cual oscuros estanques del bosque. Se le puso carne de gallina.

—Tienen que haber pasado semanas para que ese rumor haya llegado a Tear, y tardarás varias más en llegar a Dos Ríos. Para entonces los Capas Blancas pueden haberse ido. En fin, hace tiempo que deseo que te marches de aquí, así que no debería protestar. Sólo quiero hacerte ver la realidad.

—No tardaré semanas por los Atajos —le dijo—. Dos, puede que tres días. —Dos días. Suponía que no había forma de acortarlo.

—Estás tan loco como Rand al’Thor —musitó, sin dar crédito a sus oídos. Se sentó pesadamente a los pies de la cama, con las piernas cruzadas, y se dirigió a él empleando un tono de voz adecuado para sermonear a un niño—: Entra en los Atajos y saldrás completamente demente, si es que sales, lo que no creo probable. Los Atajos están contaminados, Perrin. Han permanecido a oscuras durante… ¿cuánto, trescientos años? ¿Cuatrocientos? Pregunta a Loial, él podrá decírtelo. Fueron Ogier quienes los construyeron o los crearon o lo que quiera que hicieran. Ni siquiera ellos los utilizan. Aun en el caso de que consiguieras salir ileso de la aventura, sólo la Luz sabe dónde aparecerías.

—He viajado por ellos, Faile. —Y había sido una experiencia aterradora—. Loial sabe leer los postes indicadores y podrá guiarme, como ocurrió la vez anterior. Lo hará por mí cuando sepa lo importante que es. —También el Ogier estaba ansioso por marcharse de Tear; parecía temer que su madre supiera dónde se encontraba. Perrin estaba seguro de que lo ayudaría.