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Lanzó una mirada enconada al ter’angreal. ¿Por qué no funcionaba? Tal vez los tipos del otro lado lo habían cerrado de algún modo. No entendía prácticamente nada de lo que había ocurrido. Lo de la campana, y el pánico que se había apoderado de ellos. Habríase dicho que tenían miedo de que el techo se desplomara sobre sus cabezas. Pensándolo bien, poco había faltado para que se les viniera encima. Y lo de Rhuidean y todo lo demás. Como si lo del Yermo fuera poco, resulta que estaba destinado a casarse con alguien llamada la Hija de las Nueve Lunas. ¡Casarse! Y con una noble, por lo que parecía. Antes se casaría con una cerda que con una noble. Como lo de morir y volver a vivir. «¡Muy amable por su parte añadir ese detalle!» Si algún Aiel de rostro velado lo mataba de camino a Rhuidean, descubriría hasta qué punto era cierto eso. Todo ello tonterías sin sentido, y no creía ni una sola palabra. Sólo que… El maldito marco lo había llevado a alguna parte, y sólo habían accedido a contestar tres preguntas, como le había dicho Egwene.

—¡Pues no pienso casarme con una maldita noble! —le gritó al ter’angreal—. ¡Contraeré matrimonio cuando sea tan viejo que no me queden ganas de divertirme! ¡A la mierda con Rhuidean y…!

Por el retorcido marco de piedra apareció una bota, seguida de inmediato por el resto de Rand, con aquella ardiente espada en la mano. El arma desapareció cuando estuvo fuera completamente; entonces Rand soltó un suspiro de alivio. A pesar de la mortecina luz Mat advirtió que estaba preocupado. Se sobresaltó al reparar en su presencia.

—¿Curioseando, Mat, o también lo cruzaste?

Mat lo observó con cautela un momento. Por lo menos ya no llevaba la espada. Tampoco parecía que estuviera encauzando —aunque ¿cómo demonios podía saberlo ni él ni nadie?— y tampoco tenía aspecto de estar demente. De hecho, se parecía mucho al Rand que Mat recordaba. Tuvo que repetirse para sus adentros que ya no estaban en casa y que Rand no era el mismo de antes.

—Oh, ya lo creo que crucé. Un puñado de mentirosos, si quieres que te dé mi opinión. ¿Qué son? Me recordaban a las serpientes.

—No creo que sean mentirosos. —Lo dijo como si deseara que lo fueran—. No, eso no. Desde el principio noté que me tenían miedo. Y cuando esa campana empezó a repicar… La espada los mantuvo a raya; ni siquiera podían mirarla. La rehuían, se tapaban los ojos. ¿Obtuviste tus respuestas?

—Nada que tuviera sentido —rezongó Mat—. ¿Y tú?

De pronto Moraine apareció en el ter’angreal dando la impresión de que surgía de la nada con un grácil paso, como si flotara. Si no hubiera sido Aes Sedai habría resultado la compañera ideal para un baile. Apretó los labios al verlos allí.

—¡Vosotros! Los dos estuvisteis dentro. ¡Por eso fue por lo que…! —Soltó un siseo furioso—. Con uno de vosotros ya habría sido bastante malo, pero dos ta’veren al mismo tiempo… Habríais podido romper la conexión por completo y quedar atrapados allí. Condenados muchachos, jugando con cosas cuyo peligro desconocéis. ¡Perrin! ¿Está también ahí dentro? ¿Ha compartido vuestra… hazaña?

—La última vez que lo vi estaba a punto de irse a la cama —contestó Mat. A lo mejor Perrin lo desmentía siendo el siguiente en cruzar el condenado umbral, pero por lo menos procuraría desviar la ira de la Aes Sedai si estaba en sus manos. No había necesidad de que Perrin tuviera que sufrirla también. «A lo mejor él consigue librarse de Moraine, por lo menos, si se marcha antes de que descubra lo que se propone. ¡Maldita mujer! Apuesto a que es noble de nacimiento».

Que la Aes Sedai estaba furiosa no cabía la menor duda. Tenía las mejillas pálidas, y sus ojos eran oscuros berbiquíes que taladraban a Mat.

—Por lo menos habéis escapado con vida. ¿Quién os habló de esto? ¿Cuál de ellas fue? Haré que desee que la hubiera despellejado.

—Me lo dijo un libro —repuso Rand calmosamente. Se sentó al borde de un cajón que crujió de manera alarmante bajo su peso, y se cruzó de brazos. Todo ello con una fría calma; Mat deseó poder emularlo—. De hecho, un par de libros. Los tesoros de la Ciudadela y Tratos con el territorio de Mayene. Sorprendente lo que uno puede sacar de los libros si lee el tiempo suficiente, ¿no os parece?

—¿Y tú? —Volvió aquella mirada taladradora hacia Mat—. ¿También lo leíste en un libro?

—Leo de vez en cuando —replicó, cortante. No le habría desagradado que a Egwene y a Nynaeve les hubieran arrancado un poco de piel después de lo que habían hecho con él para obligarlo a revelar dónde había escondido la carta de la Amyrlin; atarlo con el Poder ya era malo de por sí, ¡pero el resto! Sin embargo, resultaba más divertido pellizcarle la nariz a Moraine—. Tesoros. Tratos. Los libros guardan muchas cosas. —Por suerte, la Aes Sedai no hizo hincapié en que había repetido los títulos; Mat no había prestado atención una vez que Rand sacó a colación lo de los libros.

En lugar de ello, Moraine se volvió hacia Rand.

—¿Y tus respuestas?

—Son para mí —contestó Rand, que frunció el entrecejo—. Pero no resultó fácil. Trajeron una… mujer para que hiciera de intérprete, pero se expresaba como un libro antiguo. Me costó entender algunas palabras. No se me pasó por la cabeza que hablaran otro idioma.

—La Antigua Lengua —le aclaró Moraine—. Utilizan la Antigua Lengua o, más bien, un burdo dialecto, para comunicarse con los hombres. ¿Y tú, Mat? ¿Se le entendía bien a tu intérprete?

Al joven se le había quedado la boca seca de repente.

—¿La Antigua Lengua? ¿Era eso lo que hablaban? No me trajeron intérprete. De hecho, no tuve ocasión de hacer mis preguntas. Esa campana empezó a sonar y las paredes temblaron, y entonces me sacaron de allí precipitadamente como si fuera una vaca soltando un reguero de excrementos sobre la alfombra. —Seguía mirándolo intensamente, y sus ojos hurgaban dentro de su cabeza. Sabía que algunas veces se le escapaban palabras en la Antigua Lengua—. Alguna que otra palabra me sonaba familiar, pero no lo bastante para descifrarlas. Rand y vos obtuvisteis respuestas. ¿Qué sacaron a cambio esas serpientes con patas? Cuando subamos esas escaleras no vamos a encontrarnos con que han transcurrido diez años, como Bili en el cuento, ¿verdad?

—Sensaciones —respondió la Aes Sedai haciendo una mueca de asco—. Sensaciones, emociones, experiencias. Revuelven en ellas, y uno percibe cómo lo hacen, y se le pone la piel de gallina. Tal vez se nutren de ellas de algún modo. La Aes Sedai que estudió este ter’angreal cuando lo guardaban en Mayene escribió sobre el intenso deseo de bañarse después. Desde luego, es lo que pienso hacer yo.

—¿Pero sus respuestas son verdaderas? —quiso saber Rand cuando ella se daba media vuelta para marcharse—. ¿Estáis segura? Los libros dan a entender que es así, pero ¿realmente pueden dar respuestas ciertas acerca del futuro?

—Las respuestas son ciertas —afirmó lentamente Moraine—, en cuanto se refiere a tu propio futuro. Eso es indiscutible. —Observó a Rand y a Mat como sopesando el efecto que tenían en ellos sus palabras—. En cuanto al cómo, sin embargo, sólo existen especulaciones. El mundo se… dobla sobre sí mismo de un modo extraño. No puedo explicarlo con más claridad. Tal vez sea eso lo que les permite leer el hilo de la vida humana, las formas distintas en que puede tejerse en el Entramado. O quizá sea un talento de esos seres. No obstante, a menudo las respuestas son oscuras. Si necesitáis ayuda para discurrir el significado de las vuestras, podéis contar conmigo. —Sus ojos fueron del uno al otro, y faltó poco para que Mat mascullara una maldición. No había creído que no le habían dado respuestas. A menos que se tratara simplemente de una sospecha de la Aes Sedai. Rand esbozó lentamente una sonrisa.

—¿Y vos me contaréis lo que preguntasteis y lo que os respondieron?