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Elayne miró con el ceño fruncido los dos bultos pulcramente atados y el portafolios de cuero con los implementos para escribir que estaban al lado de la puerta. Contenían todas sus ropas y otros utensilios. Estuche con tenedor y cuchillo, cepillo y peine, agujas, alfileres, hilo, dedal, tijeras. Un yesquero y otro cuchillo, más pequeño que el que llevaba en el cinturón. Jabón y polvos de tocador y… Era absurdo repasar otra vez la lista; el anillo de Egwene iba guardado en su bolsita. Estaba preparada para partir; no había nada que la retuviera.

—No, no lo hizo. —La heredera del trono se sentía orgullosa de la calma y la seguridad que traslucía su voz. «¡Parecía aliviado! ¡Aliviado! Y yo fui tan necia de entregarle esa carta en la que le abrí mi corazón. Por lo menos no la leerá hasta que me haya ido». Dio un brinco al sentir el contacto de la mano de Nynaeve en su hombro.

—¿Querías que te pidiera que te quedaras? Sabes cuál habría sido tu respuesta, ¿verdad?

—Por supuesto que sí. —Apretó los labios—. Pero tampoco tenía que parecer contento de que me marchara. —El comentario se le escapó sin querer.

—En el mejor de los casos, los hombres son difíciles. —Nynaeve la miraba comprensivamente.

—Todavía no puedo creer que fuera tan…, tan… —Egwene empezó a rezongar en voz baja, y Elayne no supo lo que iba a decir su amiga porque en ese momento la puerta se abrió tan violentamente que chocó contra la pared.

Elayne abrazó el saidar cuando todavía daba un respingo de sobresalto y experimentó una breve turbación cuando la puerta, al rebotar, se frenó contra la mano extendida de Lan. Un instante después decidió mantener el contacto con la Fuente un poco más. El Guardián ocupaba todo el vano con sus anchos hombros; la expresión de su rostro era tormentosa. Si sus ojos hubieran podido descargar los relámpagos que traslucía la mirada amenazadora que había en ellos, habrían derribado a Nynaeve. El brillante halo del saidar también envolvía a Egwene sin menguar un ápice su intensidad.

Lan sólo parecía ver a Nynaeve.

—Dejaste que creyera que regresabas a Tar Valon —dijo con voz áspera.

—Puede que lo creyeras —respondió calmosa—, pero yo nunca lo dije.

—¿Que nunca lo dijiste? ¡Que nunca lo dijiste! Hablaste de que partías hoy, y siempre relacionabas tu marcha con la decisión de enviar a esas Amigas Siniestras de vuelta a Tar Valon. ¡Siempre! ¿Qué querías que pensara, si no?

—Pero nunca dije que…

—¡Cuidado, mujer! —bramó—. ¡No intentes conmigo ese juego de palabras!

Elayne intercambió una mirada preocupada con Egwene. Este hombre poseía un férreo autocontrol, pero estaba a punto de estallar. Nynaeve era de las que a menudo daba rienda a sus ataques de furia, pero ahora le hizo frente con frialdad, la cabeza alta, y los ojos, serenos, con las manos descansando sobre la falda de seda verde.

Fue evidente el gran esfuerzo que Lan tuvo que hacer para dominarse. Su semblante adquirió la misma expresión impasible de siempre y el mismo aire de autocontrol; Egwene estaba convencida de que sólo era una fachada.

—No me habría enterado de hacia dónde te dirigías si no hubiera oído que habías ordenado preparar un carruaje que te llevará a un barco con destino a Tanchico. Para empezar, ignoro por qué la Amyrlin os permitió abandonar la Torre o por qué Moraine os ha implicado en el interrogatorio de unas hermanas Negras, pero las tres sois Aceptadas. Aceptadas, no Aes Sedai. Y en este momento Tanchico es un lugar sólo para una Aes Sedai con un Guardián que guarde sus espaldas. ¡No permitiré que te metas en algo así!

—Vaya —dijo Nynaeve en tono ligero—. Así que ahora pones en tela de juicio las decisiones de Moraine y también las de la Sede Amyrlin. A lo mejor tenía un concepto de los Guardianes totalmente equivocado. Creía que jurabais aceptar y obedecer, entre otras cosas. Lan, entiendo tu preocupación, y te estoy agradecida, más que agradecida, por ello; pero todos tenemos tareas que llevar a cabo. Nos vamos, y debes aceptarlo como un hecho.

—¿Por qué? ¡Por el amor de la Luz, al menos dime por qué! ¡A Tanchico!

—Si Moraine no te lo ha contado, tal vez tenga sus razones —adujo Nynaeve dulcemente—. Cada cual debe cumplir con su cometido, y tú tienes el tuyo.

Lan tembló —¡tembló!— y apretó los dientes con rabia. Cuando habló, su voz sonaba extrañamente vacilante:

—Necesitarás a alguien que te ayude en Tanchico, alguien que impida que un ladrón tarabonés te clave un cuchillo en la espalda para quitarte la bolsa. Tanchico era esa clase de ciudad antes de la guerra y por todo lo que he oído ahora es aún peor. Yo… podría protegerte, Nynaeve.

Elayne enarcó las cejas bruscamente. No estaría sugiriendo… No, imposible. Nynaeve no pareció sorprendida, como si Lan no hubiera dicho algo fuera de lo normal.

—Tu sitio está con Moraine.

—Moraine. —Los duros rasgos del Guardián se cubrieron de gotitas de sudor; de nuevo vaciló, como enredándose con las palabras—. Puedo… Debo… Nynaeve, yo… Yo…

—Te quedarás con Moraine hasta que te libre de tu vínculo —lo interrumpió, cortante, la antigua Zahorí—. Es una orden y debes obedecer. —Sacó de un bolsillo un papel cuidadosamente doblado y se lo puso en las manos bruscamente. El Guardián frunció el ceño, leyó, parpadeó y volvió a leerlo.

Elayne sabía lo que ponía:

«Lo que hace el portador de este documento lo hace bajo mis órdenes y mi autoridad. Obedeced y guardad silencio, siguiendo mi mandato».

Siuan Sanche,
Vigilante de los Sellos, Llama de Tar Valon,
La Sede Amyrlin.

En el bolsillo de Egwene iba guardado otro documento igual, aunque ninguna de ellas estaba segura de que sirviera de mucho en el lugar hacia el que se dirigía ella.

—Pero esto te permite hacer cualquier cosa que quieras —protestó Lan—. Te autoriza a hablar en nombre de la Amyrlin. ¿Por qué iba a dar algo así a una Aceptada?

—No me hagas preguntas que no puedo responder —manifestó Nynaeve, añadiendo con un atisbo de sonrisa—: Y considérate afortunado de que no te haya ordenado que bailes para mí.

Elayne también tuvo que contener una sonrisa, y Egwene hizo un ruido ahogado al tragarse una carcajada. Eso era lo que había dicho Nynaeve cuando la Amyrlin les entregó los documentos: «Con esto, podría hacer que un Guardián se pusiera a bailar». Ninguna de ellas albergó la menor duda sobre el Guardián al que se refería.

—¿Y no es eso lo que has hecho? Me has despachado de un modo muy habilidoso, recurriendo a mi vínculo, a mis juramentos y a este documento. —Había un brillo peligroso en los ojos de Lan que Nynaeve no parecía advertir mientras recuperaba la carta y la guardaba de nuevo en el bolsillo.

—Te tienes en mucho, al’Lan Mandragoran. Hacemos lo que debemos, como lo harás tú.

—¿Que me tengo en mucho, Nynaeve al’Meara? ¿Que yo me tengo en mucho? —Lan se movió hacia la mujer tan rápidamente que Elayne estuvo a punto de envolverlo en flujos de Aire antes de pensar lo que hacía. En un visto y no visto, Nynaeve, que sólo había tenido tiempo para mirar boquiabierta al hombre alto que se abalanzaba sobre ella, se encontró suspendida en el aire, a un palmo del suelo, y recibiendo un intenso beso. Al principio le pateó las espinillas y lo golpeó con los puños al tiempo que emitía ahogados sonidos de furiosa protesta, pero las patadas y los golpes bajaron de ritmo hasta cesar por completo, y después enlazó los brazos a su cuello y no hubo más protestas.