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—He reparado en que la Amyrlin habla con vos a diario —dijo de improviso Gawyn—. ¿Os ha mencionado a nuestra hermana Elayne? ¿O a Egwene al’Vere? ¿Ha comentado algo sobre dónde están?

Min deseó darle un buen puñetazo en el ojo. El joven ignoraba el motivo de que ella fingiera ser quien no era, claro está, pero había accedido a ayudarla a hacerse pasar por Elmindreda, y ahora la estaba relacionando con mujeres que muchos de la Torre sabían que eran amigas de una chica llamada Min.

—Oh, la Sede Amyrlin es una mujer maravillosa —dijo dulcemente al tiempo que le enseñaba los dientes al sonreír—. No deja de preguntarme si lo estoy pasando bien y siempre alaba mis vestidos. Supongo que espera que tome pronto una decisión entre Darvan y Goemal, pero me resulta imposible. —Abrió mucho los ojos, confiando en que ello le diera aspecto de una muchacha indefensa y confusa—. Los dos son tan tiernos. ¿Por quién me habéis preguntado? ¿Por vuestra hermana, mi señor Gawyn? ¿La mismísima heredera del trono? Me parece que la Sede Amyrlin nunca la ha mencionado. ¿Cómo era el otro nombre? —Podía oír perfectamente cómo rechinaban los dientes de Gawyn.

—No deberíamos molestar a la señora Elmindreda con esas cosas —intervino Galad—. Es problema nuestro, Gawyn. Nos corresponde a nosotros desvelar la mentira y ponerle remedio.

Apenas le prestó atención porque, de repente, había visto a un hombretón de largo y rizoso cabello que le llegaba a los hombros hundidos, y que deambulaba sin propósito por uno de los paseos, entre los árboles, y bajo la atenta vigilancia de una Aceptada. Había visto a Logain con anterioridad, un hombre de rostro triste que antaño había sido jovial, siempre acompañado por una Aceptada. Ésta tenía como misión impedir que se matara, e igualmente prevenir su huida; a despecho de su corpulencia, no daba la impresión de estar tramando esto último. Pero nunca lo había visto con un halo alrededor de la cabeza, de un radiante color entre dorado y azul. Sólo duró un instante, pero fue suficiente.

Logain se había proclamado el Dragón Renacido, lo habían capturado y lo habían amansado. Fuera cual fuera la gloria alcanzada como un falso Dragón, ahora había quedado muy atrás. Lo único que permanecía era la desesperación de los amansados, como la de un hombre al que le han quitado la vista, el gusto y el oído y desea la muerte, un deseo que satisfacían inevitablemente, en pocos años, todos los hombres como él. Así pues, ¿por qué lo rodeaba aquel halo que pregonaba gloria y poder venideros? Tenía que contárselo a la Amyrlin.

—Pobre hombre —murmuró Gawyn—. No puedo evitar compadecerlo. Luz, sería un acto de misericordia dejarle que pusiera fin a su sufrimiento. ¿Por qué lo obligan a seguir viviendo?

—No merece compasión —manifestó Galad—. ¿Acaso has olvidado lo que fue y lo que hizo? ¿Cuántos miles de personas murieron antes de que lo apresaran? ¿Cuántas ciudades ardieron? Que viva, y así servirá de advertencia para otros.

Gawyn asintió aunque de mala gana.

—Sin embargo hubo hombres que lo siguieron. Y algunas de esas ciudades fueron incendiadas después de declararse partidarias suyas.

—He de irme —anunció Min mientras se levantaba del banco; de inmediato, Galad fue todo solicitud.

—Disculpadnos, mi señora Elmindreda. No era nuestra intención asustaros. Logain no puede haceros daño, os doy mi palabra.

—Yo… Sí, verlo me ha hecho sentirme indispuesta. Excusadme, pero realmente he de ir a tumbarme un rato.

La expresión de Gawyn no podía ser más escéptica, pero recogió el cesto de costura antes de que la joven tuviera tiempo de tocarlo.

—Al menos dejadme que os acompañe un trecho —dijo, y la voz rezumaba fingida preocupación—. El cesto ha de ser demasiado pesado para vos, estando tan mareada. No querría que os desmayaseis.

A Min le habría gustado arrebatarle él cesto de un tirón y darle un buen golpe con él, pero ésa no sería una reacción propia de Elmindreda.

—Oh, gracias, mi señor Gawyn. Sois muy amable. Muy amable. No, no, mi señor Galad, no quisiera molestaros a los dos. Sentaos aquí y leed vuestro libro. Prometedme que lo haréis o no podré soportarlo. —Incluso pestañeó con cierta coquetería.

Se las compuso para que Galad se acomodara en el banco de mármol y dejarlo allí, aunque no pudo quitarse de encima a Gawyn. Eran exasperantes las largas faldas; habría querido recogerlas hasta las rodillas y echar a correr, pero Elmindreda jamás correría ni mostraría tanto las piernas a no ser bailando. Laras la había sermoneado duramente a ese respecto; con que echara a correr una sola vez mandaría completamente al traste la imagen de Elmindreda. ¡Y Gawyn…!

—Dame ese cesto, cretino con cerebro de mosquito —gruñó tan pronto como perdieron de vista a Galad, y se lo arrebató bruscamente sin darle tiempo a protestar—. ¿A santo de qué me preguntaste por Elayne y Egwene delante de él? Elmindreda no las conoce ni le importan un rábano. ¡Elmindreda no quiere que se la relacione con ellas! ¿Es que no lo entiendes?

—No. No, porque no quisiste explicármelo. Pero lo lamento. —En su voz no había bastante arrepentimiento para complacer a Min—. Lo que ocurre es que estoy muy preocupado. ¿Dónde están? Las noticias que llegan río arriba sobre un falso Dragón en Tear no contribuyen precisamente a tranquilizarme. Están ahí fuera, en alguna parte, la Luz sabe dónde, y no dejo de preguntarme ¿y si se encuentran en medio de una conflagración semejante a la desatada por Logain en Ghealdan?

—¿Y si no es un falso Dragón? —inquirió con cautela.

—¿Te refieres a los cuentos que corren por las calles acerca de que ha tomado la Ciudadela de Tear? Los rumores siempre encuentran el modo de exagerar los acontecimientos reales. Lo creeré cuando lo vea, y, en cualquier caso, hará falta algo más para convencerme. No me bastaría siquiera que la Ciudadela hubiera caído. Luz, en realidad no creo que Elayne y Egwene se encuentren en Tear, pero esta falta de información no me deja vivir. Si le ocurre algo…

Min no sabía a cuál de ellas se refería, y sospechaba que tampoco él lo tenía muy claro. A pesar de su costumbre de tomarle el pelo, se sintió conmovida por su preocupación, pero ella no podía hacer nada para tranquilizarlo.

—Si fueras capaz de hacer caso a lo que te vengo repitiendo…

—Ya. ¡Que confíe en la Amyrlin! ¡Que confíe! —exhaló larga y lentamente—. ¿Sabes que Galad ha estado bebiendo en las tabernas con Capas Blancas? Cualquiera puede cruzar los puentes si viene en son de paz, incluso los malditos Hijos de la Luz.

—¿Galad? —repitió con incredulidad—. ¿En tabernas? ¿Y bebiendo?

—Sólo una o dos copas, estoy seguro. No se permitiría salirse de sus normas más allá, ni siquiera el día de su onomástica. —Gawyn frunció el entrecejo como si se planteara si este comentario podría conllevar una crítica a Galad—. La cuestión es que está hablando con Capas Blancas. Y conozco ese libro. De acuerdo con la dedicatoria se lo ha entregado el propio Elmon Valda. «Con la esperanza de que encontréis el camino». Valda, Min. El hombre que está al mando de los Capas Blancas al otro lado de los puentes. La falta de información también reconcome a Galad. Y está prestando oídos a esos individuos. Si algo le ocurriera a nuestra hermana o a Egwene… —Sacudió la cabeza—. ¿Sabes dónde están, Min? ¿Me lo dirías si lo supieras? ¿Por qué te escondes aquí?

—Porque volví locos a dos hombres con mi belleza y soy incapaz de decidirme por uno u otro —respondió con acritud.

El joven soltó una corta y seca risa que enmascaró con una mueca.

—Bueno, eso sí que lo creo. —Rió bajito y pasó suavemente el índice bajo la barbilla de Min—. Eres una muchachita muy hermosa, Elmindreda. Una niñita guapa y muy lista.

Min le soltó un puñetazo dirigido al ojo, pero el joven hizo un ágil y rápido movimiento hacia atrás mientras que ella tropezaba con las largas faldas, a punto de irse de bruces al suelo.