– ¡Ah, pero yo también la he leído! Los piratas tenían nombres deslumbrantes, como Senaquerib Edén y Maracaibo Smith.
– ¿A que no se acuerda cómo se llamaba el espadachín que muere batiéndose por la buena causa?
– Claro que me acuerdo: Christopher Dwan.
– Somos almas gemelas -dijo Paula, tendiéndole la mano-. ¡Viva la bandera negra! La palabra profesor queda borrada para siempre.
López fue a buscar una silla, luego de asegurarse de que Paula preferiría seguir charlando a la lectura de Un certain sourire. Ágil y pronto (no era pequeño, pero daba a veces la impresión de serlo, en parte porque usaba sacos sin hombreras y pantalones angostos, y porque se movía con suma rapidez) volvió con una reposera que chorreaba verdes y blancos. Se instaló con manifiesta voluptuosidad al lado de Paula y la contempló un rato sin decir nada.
– Soleil, soleil, faute éclatante -dijo ella, sosteniendo su mirada-. ¿Qué divinidad protectora, Max Factor o Helena Rubinstein, me salvarían de este escrutinio crudelísimo?
– El escrutinio -observó López- arroja las siguientes cifras: belleza extraordinaria, levemente contrariada por una exposición excesiva a los dry Martinis y al aire helado de las boites del barrio norte.
– Right you are.
– Tratamiento: sol en cantidades moderadas y piratería ad libitum. Esto último me lo dicta mi experiencia de taumaturgo, pues sé de sobra que no podría quitarle los vicios de golpe. Cuando se ha saboreado la sal de los abordajes, cuando se ha pasado a cuchillo un centenar de tripulaciones…
– Claro, quedan las cicatrices, como en el tango.
– En su caso se reducen a una excesiva fotofobia, causada sin duda por la vida de murciélago que lleva y el exceso de lectura. Me ha llegado además el horrendo rumor de que escribe poemas y cuentos.
– Raúl -murmuró Paula-. Delator maldito. Lo voy a hacer caminar por la plancha, desnudo y untado de alquitrán.
– Pobre Raúl -dijo López-. Pobre, afortunado Raúl.
– La fortuna de Raúl es siempre precaria -dijo Paula-. Especulaciones muy arriesgadas, venda el mercurio, compre el petróleo, liquide a lo que le den, pánico a las doce y caviar a medianoche. Y no está mal así.
– Sí, siempre es mejor que un sueldo en el Ministerio de Educación. Por mi parte no sólo no tengo acciones sino que casi no las cometo. Vivo en inacciones, y eso…
– La fauna bonaerensis se parece bastante entre sí, querido Jamaica John. Será por eso que hemos abordado con tanto entusiasmo este Malcolm, y también por eso que ya lo hemos contagiado de inmovilismo y de no te metas.
– La diferencia es que yo hablaba tomándome el pelo, mientras que usted parece lanzada a una autocrítica digna de las de Moscú.
– No, por favor. Ya he hablado bastante le mí con Claudia. Basta por hoy.
– Simpática, Claudia.
– Muy simpática. La verdad es que hay un grupo de gentes interesantes.
– Y otro bastante pintoresco. Vamos a ver qué alianzas, qué cismas y qué deserciones ocurren con el tiempo. Allá veo a don Galo charlando con la familia Presutti. Don Galo será el observador neutral, irá de una a otra mesa en su raro vehículo. ¿No es curiosa una silla de ruedas en un barco, un medio de transporte sobre otro?
– Hay cosas más raras -dijo Paula-. Una vez cuando volvía de Europa, el capitán del Charles Tellier me hizo una confesión íntima: el maduro caballero admiraba las motonetas y tenía la suya a bordo. En Buenos Aires paseaba entusiastamente en su Vespa. Pero me interesa su visión estratégica y táctica de todos nosotros. Siga.
– El problema son los Trejo -dijo López-. El chico andará de nuestro lado, es seguro. («Tu parles», pensó Paula.) El resto será recibido cortésmente pero no se pasará de ahí. Por lo menos en el caso de usted y de mí. Ya los he oído hablar y me basta. Son del estilo: «¿Gusta de una masita de crema? Es hecha en casa.» Me pregunto si el doctor Restelli no engranará por el lado más conservador de su persona. Sí, es candidato a jugar al siete y medio con ellos. La chica, pobre, tendrá que someterse a la horrible humillación de jugar con Jorge. Sin duda esperaba encontrar a alguien de su edad, pero como la popa no nos reserve alguna sorpresa… Por lo que respecta a usted y a mí, anticipo una alianza ofensiva y defensiva, coincidencia absoluta en la piscina, si hay piscina en alguna parte, y supercoincidencia en los almuerzos, tés y cenas. A menos que Raúl…
– No se preocupe por Raúl, oh avatar de von Clausewitz.
– Bueno, si yo fuera Raúl -dijo López- no me entusiasmaría oírle decir eso. En mi calidad de Carlos López considero la alianza como cada vez más indisoluble.
– Empiezo a creer -dijo desganadamente Paula- que Raúl hubiera hecho mejor en pedir dos cabinas.
López la miró un momento. Se sintió turbado a pesar suyo.
– Ya sé que estas cosas no ocurren en la Argentina, y quizá en ninguna parte -dijo Paula-. Precisamente por eso lo hacemos Raúl y yo. No pretendo que me crea.
– Pero si le creo -dijo López, que no le creía en absoluto-. ¿Qué tiene que ver?
Un gongo sonó afelpadamente en el pasillo, y repitió su llamado desde lo alto de la escalerilla.
– Si es así -dijo López livianamente-, ¿me acepta en su mesa?
– De pirata a pirata, con mucho gusto.
Se detuvieron al pie de la escalerilla de babor. Enérgico y eficiente, Atilio ayudaba al chófer a subir a don Galo que movía afablemente la cabeza. Los otros lo siguieron en silencio. Ya estaban arriba cuando López se acordó.
– Dígame: ¿usted ha visto a alguien en el puente de mando?
Paula se quedó mirándolo.
– Ahora que lo pienso, no. Claro que estar anclado frente a Quilmes no creo que requiera el ojo de águila de ningún argonauta.
– De acuerdo -convino López-, pero es raro de todos modosa ¿Qué hubiera pensado Senaquerib Edén?
XXIII
Hors d'oeuvres variés
Putage Impératrice
Poulet á l'estragon.
Salade tricolore
Fromages
Coupe Melba
Gateaux, petits fours
Fruits
Café, infusions
Liqueurs
En la mesa 1, la Beba Trejo se las arregla para quedar de frente al resto de los comensales, que en esa forma podrán apreciar su blusa nueva y su pulsera de topacios sintéticos,
la señora de Trejo considera que los vasos tallados son tan elegantes,
el señor Trejo consulta los bolsillos del chaleco para cerciorarse de que trajo el Promecol y la tableta de Alka Seltzer,
Felipe mira lúgubremente las mesas contiguas, donde se sentiría mucho más contento.
En la mesa 2, Raúl dice a… Paula que los cubiertos de pescado le recuerdan unos nuevos diseños italianos que ha visto en una revista,
Paula lo escucha distraída y opta por el atún en aceite y las aceitunas,
Carlos López se siente misteriosamente exaltado y su mediocre apetito crece con los camarones a la vinagreta y el apio con mayonesa.
En la mesa 3, Jorge describe un círculo con el dedo sobre la bandeja de hors d'oeuvres, y su orden ecuménica merece la sonriente aprobación de Claudia,
Persio lee atento la etiqueta del vino, observa su color y lo husmea largo rato antes de llenar su copa hasta el borde.
Medrano mira al maître, que mira servir al mozo, que mira su bandeja,
Claudia prepara pan con manteca para su hijo y piensa en la siesta que va a dormir, precedida de una novela de Bioy Casares.