– Pórtate como un ángel -dijo Raúl- y anda a hacer de Florencia Nightingale para las pobres señoras mareadas, aparte de que también vos tenes la cara pasablemente verde
– Mentira -dijo Paula-. Yo no veo por qué me echan de mi cabina.
– Porque -explicó Raúl- tenemos que celebrar un consejo de guerra. Andate como una buena hormiguita y repartí Dramamina a los necesitados. Entren, amigos, y siéntense donde puedan, empezando por las camas.
López entró el último, después de ver cómo Paula se alejaba con aire aburrido, llevando en la mano el frasco de pastillas que Raúl le había dado como argumento todopoderoso. Ya olía a Paula en la cabina, lo sintió apenas hubo cerrado la puerta, por.sobre el humo del tabaco de pipa y la suave fragancia de las maderas le venía un olor de colonia, de pelo mojado, quizá de maquillaje. Se acordó de cuando había visto a Paula recostada en la cama del fondo y en vez de sentarse allí, al lado de Lucio ya instalado, se quedó de pie junto a la puerta y se cruzó de brazos.
Medrano y Raúl alababan la instalación eléctrica de las cabinas, los accesorios de último modelo provistos por la Magenta Star. Pero apenas se hubo cerrado la puerta y todos lo miraron con alguna curiosidad, Raúl abandonó su actitud despreocupada y abrió el armario para sacar la caja de hojalata. La puso sobre la mesa y se sentó en uno de los sillones repiqueteando con los dedos sobre la tapa de la caja.
– Yo creo -dijo- que en lo que va del día se ha discutido de sobra la situación en que estamos. De todas maneras no conozco en detalle el punto de vista de ustedes, y creo que deberíamos aprovechar que estamos juntos y a solas. Puesto que tengo el uso de la palabra, como dicen en las cámaras, empezaré por mi propia opinión. Ya saben que el chico Trejo y yo sostuvimos un diálogo muy aleccionante con dos de los habitantes de las profundidades. De resultas de ese diálogo o, más bien, del aire que se respiraba en el transcurso del diálogo, así como de la instructiva conferencia que acabamos de padecer con el oficial, extraigo la impresión de que a la tomadura de pelo bastante evidente, se.suma algo más serio. En una palabra, no creo que haya ninguna tomadura de pelo sino que somos víctimas de una especie de estafa. Nada que se parezca a las estafas comunes, por supuesto; algo más… metafísico, si me permiten la mala palabra.
– ¿Por qué mala palabra? -dijo Medrano-. Ya salió el intelectual porteño, temeroso de las grandes palabras.
– Entendámonos -dijo López-. ¿Por qué metafísico?
– Porque, si he pescado el rumbo del amigo Costa, las razones inmediatas de esta cuarentena, verdaderas o falsas, encubren alguna otra cosa que se nos escapa, precisamente porque es de un orden más… bueno, la palabra en cuestión.
Lucio los miraba sorprendido, y por un momento se preguntó si no se habrían confabulado para burlarse de él. Lo irritaba no tener la menor idea de lo que querían decir, y acabó tosiendo y adoptando un aire de atención inteligente. López, que había notado su gesto, alzó amablemente la mano.
– Vamos a fabricarnos un pequeño plan de clase, como diríamos el doctor Restelli y yo en nuestra ilustre sala de profesores. Propongo meter bajo llave las imaginaciones extremas, y encarar el asunto de la manera más positiva posible. En ese sentido suscribo lo de la tomadura de pelo y la posible estafa, porque dudo que el discurso del oficial haya convencido a nadie. Creo que el misterio, por llamarse así, sigue tan en pie como ai principio.
– En fin, está la cuestión del tifus -dijo Lucio.
– ¿Usted cree en eso? -¿Por qué no?
– A mí me suena a falso de punta a punta -dijo López-, aunque no podría explicar por qué. Por más irregular que haya sido nuestro embarque en Buenos Aires, el Malcolm estaba amarrado en la dársena norte, y cuesta creer que un barco en el que hay dos casos de esa enfermedad tan temible haya podido burlar en esa forma a las autoridades portuarias.
– Bueno, eso es materia de discusión -dijo Medrano-. Creo que nuestra salud mental saldrá ganando si por el momento lo dejamos de lado. Lamento ser tan escéptico, pero creo que las tales autoridades estaban metidas en un brete ayer a las seis de ia tarde, y que se zafaron de la mejor manera posible, o sea sin escrúpulos ni rodeos. Ya sé que eso no explica la etapa anterior, la entrada del Malcolm en el puerto con semejante peste a bordo. Pero también en ese caso se puede pensar en algún arreglo turbio.
– La enfermedad pudo declararse a bordo después de haber amarrado en la dársena -dijo Lucio-. Esas cosas latentes, verdad.
– Sí, es posible. Y la Magenta Star no quiso perder el negocio que se le presentaba a último minuto. ¿Por qué no? Pero no nos lleva a ninguna parte. Partamos de la base de que ya estamos a bordo y lejos de la costa. ¿Qué vamos a hacer?
– Bueno, la pregunta hay que desdoblarla previamente -dijo López-. ¿Debemos hacer algo? En ese caso, pongámonos de acuerdo.
– El oficial explicó lo del tifus -dijo Lucio, algo confuso-. A lo mejor nos conviene quedarnos tranquilos, por lo menos unos días. El viaje va a ser tan largo… ¿No es formidable que nos lleven al Japón?
– El oficial -dijo Raúl- puede haber mentido.
– ¡Cómo mentido! ¿Entonces… no hay tifus?
– Querido, a mí lo del tifus me suena a camelo. Como López, no puedo dar razón alguna. I feel it in my bones, como decimos los ingleses.