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En el bar, donde Raúl los había invitado a beber ginebra, sobrevolaron a los Presutti aglutinados en un rincón, pero se dieron de frente con Nora y Lucio que no habían cenado y parecían preocupados. La menuda fatalidad de las sillas y las mesas los puso frente a frente, y charlaron de todo un poco, cediendo con alivio la personalidad de cada uno al cómodo monstruo de la conversación colectiva, siempre por debajo de la suma de los que la forman y por eso tan soportable y solicitada. Lucio agradecía para sus adentros la llegada de los otros, porque Nora se había quedado melancólica después de escribir una carta a su hermana. Aunque decía que no era nada, recaía en seguida en una distracción que lo exasperaba un poco puesto que no encontraba la manera de evitarla. Nunca había hablado mucho con Nora, era ella quien hacía el gasto; en realidad tenían gustos bastante diferentes, pero eso, entre un hombre y una mujer… De todas maneras era un lío que Nora se estuviera afligiendo por pavadas. A lo mejor le hacía bien distraerse un rato con los otros.

Paula casi no había charlado con Nora hasta ese momento, y las dos cruzaron sonrientes las armas mientras los hombres pedían bebidas y repartían cigarrillos. Refugiado en un silencio sólo cortado por una que otra observación amable, Raúl las observaba, cambiando impresiones con Lucio sobre el mapa y el itinerario del Malcoím. Veía renacer en Nora la alegría y la confianza, el monstruo social la acariciaba con sus muchas lenguas, la arrancaba del diálogo, ese monólogo disfrazado, la sumía en un pequeño mundo cortés y trivial, chispeante de frases ingeniosas y risas no siempre explicables, el sabor del chartreuse y el perfume del Philip Morris. «Un verdadero tratamiento de belleza», pensó Raúl, apreciando cómo los rasgos de Nora recobraban una animación que los hermoseaba. Con Lucio era más difícil, seguía un poco reconcentrado mientras el pobre López, ah, el pobre López. Ese sí que estaba soñando despierto, el pobre López. Raúl empezaba a tenerle lástima. «So soon -pensaba-, so soon…» Pero quizá no se daba cuenta de que López era I feliz y que soñaba con elefantes rosados, con enormes globos de vidrio llenos de agua coloreada.

– Y así ocurrió que los tres mosqueteros, que esta vez no eran cuatro, fueron por popa y volvieron trasquilados -dijo Paula-. Cuando usted quiera, Nora, nos damos una vuelta nosotras dos y en todo caso agregamos a la novia de Presutti para componer un número sagrado. Seguro que no paramos hasta las hélices.

– Nos contagiaremos el tifus -dijo Nora, que tendía a tomar en serio a Paula.

– Oh, yo tengo Vick Vaporub -dijo Paula-. ¿Quién iba a creer que estos gallardos hoplitas morderían el polvo como unos follones cualesquiera?

– No exageres -dijo Raúl-. El barco está muy limpio y no hay nada que morder por el momento.

Se preguntó si Paula faltaría a su palabra y sacaría a relucir los revólveres y la pistola. No, no lo haría. Good girí. Completamente loca pero tan derecha. Un poco sorprendida, Nora pedía detalles sobre la expedición. López miró de reojo a Lucio.

– Bah, no te conté porque no valía la pena -dijo Lucio-. Ya ves lo que dice la señorita. Pura pérdida de tiempo.

– Vea, no creo que hayamos perdido el tiempo -dijo López-. Todo reconocimiento tiene su valor, como habrá dicho algún estratego famoso. A mí por lo menos me ha servido para,convencerme de que hay algo podrido en la Magenta Star. Nada truculento, por cierto, no es que lleven un cargamento de gorilas en la popa; más bien un contrabando demasiado visible o algo por el estilo.

– Puede ser, pero en realidad no es cosa que nos concierna -dijo Lucio-. De este lado todo está bien.

– Al parecer sí.

– ¿Por qué al parecer? Está bien claro.

– López, muy juiciosamente, duda de la excesiva claridad -dijo Raúl-. Como lo afirmó un día el poeta bengalí de Santiniketán, no hay como]a excesiva claridad para dejarlo a uno ciego.

– Bueno, esas son frases de poetas.

– Por eso la cito, incluso incurriendo en la modestia de adjudicársela a un poeta que no la dijo jamás. Pero volviendo a López, comparto sus dudas que son también las del amigo Medrano. Si algo no anda bien en la popa, la proa se va a contaminar tarde o temprano. Llamémosle tifus 224 o marihuana a toneladas: de aquí al Japón hay una larga ruta salina, queridos míos, y muchos peces voraces debajo de la quilla.

– ¡Brr…, no me hagas temblar! -dijo Paula-. Miren a Nora, pobrecita, se está asustando de veras.

– Yo no sé si hablan en broma -dijo Nora, lanzando una mirada de sorpresa a Lucio-, pero vos me habías dicho…

– ¿Y qué querías que te dijera, que Drácula anda suelto por el barco? -protestó Lucio-. Aquí se está exagerando mucho, y eso será muy bonito como pasatiempo, pero no hay que hacer creer a la gente que se habla en serio.

– Por mi parte -dijo López-, hablo muy en serio, y no pienso quedarme con los brazos cruzados.

Paula aplaudió burlonamente.

– ¡Jamaica John solo! No esperaba menos de usted, pero realmente ese heroísmo…

– No sea tonta -dijo francamente López-. Y déme un cigarrillo, que se me han acabado.

Raúl disimuló un gesto de admiración. Ah, pibe. No, si la cosa iba a estar buena. Se dedicó a observar cómo Lucio trataba de recobrar el terreno perdido y cómo Nora, dulce ovejita inocente, lo privaba del placer de aceptar sus explicaciones. Para Lucio la cosa era sencilla: tifus. El capitán enfermo, la popa contaminada, ergo una elemental precaución. «Es fatal -pensó Raúl-, los pacifistas tienen que pasarse la vida en guerra, pobres almas. Lucio va a comprarse una ametralladora en el primer puerto de escala.»

Paula parecía más compasiva, y aceptaba los criterios de Lucio con una cara muy atenta que Raúl conocía de sobra.

– Por fin encuentro alguien con sentido común. Me he pasado el día rodeada de conspiradores, de los últimos mohicanos, de los dinamiteros de Petersburgo. Hace tanto bien dar con un hombre de convicciones sólidas, que no se deja arrastrar por los demagogos.

Lucio, poco seguro de que eso fuera un elogio, arreció en sus puntos de vista. Si algo cabía hacer, era enviar una nota firmada por todos (por todos los que quisieran, bien entendido) a fin de que el primer piloto supiera que los pasajeros del Malcolm comprendían y acataban la situación insólita planteada a bordo. En todo caso se podía insinuar que el contacto entre oficiales y pasajeros no había sido todo lo franco…

– Vamos, vamos -murmuró Raúl, aburrido-. Si los tipos tenían el tifus a bordo en Buenos Aires, se portaron como unos cabrones al embarcarnos.

Nora, poco habituada a las expresiones fuertes, parpadeó. A Paula le costaba no soltar la carcajada, pero ocra vez se alió con Lucio para conjeturar que la epidemia debía haber estallado con vehemencia apenas salidos de la rada. Llenos de confusión e incertidumbre, los honestos oficiales se habían detenido frente a Quilmes, cuyas bien conocidas emanaciones no habrían contribuido probablemente a mejorar el ambiente de la popa.