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– Eso se arregla dejando de leer.

– No. Porque aquí y allá doy con algún libro que no se puede calificar de gran literatura, y que sin embargo no me da asco. Empiezo a sospechar por qué: porque el autor ha renunciado a los efectos, a la belleza formal, sin por eso incurrir en el periodismo o la monografía disecada. Es difícil explicarlo, yo misma no lo veo nada claro. Creo que hay que marchar hacia un nuevo estilo, que si querés podemos seguir llamando literatura aunque sería más justo cambiarle el nombre por cualquier otro. Ese nuevo estilo sólo podría resultar de una nueva visión del mundo. Pero si un día se alcanza, qué estúpidas nos van a parecer estas novelas que hoy admiramos, llenas de trucos infames, de capítulos y subcapítulos con entradas y salidas bien calculadas…

– Vos sos poeta -dijo Raúl-, y todo poeta es por definición enemigo de la literatura. Pero nosotros, los seres sublunares, todavía encontramos hermoso un capítulo de Henry James o de Juan Carlos Onetti, que por suerte para nosotros no tienen nada de poetas. En el fondo lo que vos le reprochas a las novelas es que te llevan de la punta de la nariz, o más bien que su efecto sobre el lector se cumpla de fuera para dentro, y no al revés como en la poesía. ¿Pero por qué te molesta la parte de fabricación, de truco, que en cambio te parece tan bien en Picasso o en Alban Berg?

– No me parece tan bien; simplemente no me doy cuenta. Si fuera pintora o música, me rebelaría con la misma violencia. Pero no es solamente eso, lo que me desconsuela es la mala calidad de los recursos literarios, su repetición al infinito. Vos dirás que en las artes no hay progreso, pero es casi cuestión de lamentarlo. Cuando comparas el tratamiento de un tema por un escritor antiguo y uno moderno, te das cuenta de que por lo menos en la parte retórica, apenas hay diferencia. Lo más que podemos decir es que somos más perversos, más informados y que tenemos un repertorio mucho más amplio; pero las muletillas son las mismas, las mujeres palidecen o enrojecen, cosa que jamás ocurre en la realidad (yo a veces me pongo un poco verde, es cierto, y vos colorado), y los hombres actúan y piensan y contestan con arreglo a una especie de manual universal de instrucciones que tanto se aplica a una novela india como a un best-seller yanqui. ¿Me entendés mejor, ahora? Hablo de las formas exteriores, pero si las denuncio es porque esa repetición prueba la esterilidad central, el juego de variaciones en torno a un pobre tema, como ese bodrio de Hindemith sobre un tema de Weber que escuchamos en una hora aciaga, pobres de nosotros.

Aliviada, se estiró en la cama y apoyó una mano en la rodilla de Raúl.

– Tenes mala cara, hijito. Contale a mamá Paula.

– Oh, yo estoy muy bien -dijo Raúl-. Peor cara tiene nuestro amigo López después de lo mal que lo trataste.

– El, vos y Medrano se lo merecían -dijo Paula-. Se portan como estúpidos, y el único sensato es Lucio. Supongo que no necesito explicarte que…

– Por supuesto, pero López debió creer que realmente tomabas partido por la causa del orden y el laissez faire. Le ha caído bastante mal, sos un arquetipo, su Freya, su Walkyria, y mira en io que terminas. Hablando de terminar, seguro que Lucio terminará en la municipalidad o al frente de una sociedad de dadores de sangre, está escrito. Qué pobre tipo, madre mía.

– ¿Así que Jamaica John anda cabizbajo? Mi pobre pirata de capa caída… Sabés, me gusta mucho Jamaica John. No te extrañes de que lo trate muy mal. Necesito…

– Ah, no empeces con el catálogo de tus exigencias-dijo Raúl, terminando su whisky-. Ya te he visto arruinar demasiadas mayonesas en la vida por echarles la sal o el limón a destiempo. Y además me importa un corno lo que te parece López y lo que necesitas descubrir en él.

– Monsieur est faché?

– No, pero sos más sensata hablando de literatura que de sentimientos, cosa bastante frecuente en las mujeres. Ya sé, me vas a decir que eso prueba que no las conozco. Ahórrate el comentario.

– Je ne te le fais pas dire, mon petit. Pero a lo mejor tenes razón. Dame un trago de esa porquería.

– Mañana vas a tener la lengua cubierta de sarro. El whisky te hace un mal horrible a esta hora, y además cuesta muy caro y no tengo más que cuatro botellas.

– Dame un poco, infecto murciélago.

– Anda a buscarlo vos misma.

– Estoy desnuda.

– ¿Y qué?

Paula lo miró y sonrió.

– Y qué -dijo, encogiendo las piernas y sacando los pies de la sábana. Tanteó hasta encontrar las pantuflas, mientras Raúl la miraba fastidiado. Enderezándose de un brinco, le tiró la sábana a la cara y caminó hasta la repisa donde estaban las botellas. Su espalda se recortaba en la penumbra de la cabina.

– Tenes lindas nalgas -dijo Raúl, librándose de la sábana- Te vas salvando de la celulitis hasta ahora. ¿A ver de frente?

– De frente te va a interesar menos -dijo Paula con la voz que lo enfurecía. Echó whisky en un vaso grande y fue al cuarto de baño para agregarle agua. Voivió caminando lentamente. Raúl la miró en los ojos, y después bajó la vista, la paseó por los senos y el vientre. Sabía lo que iba a ocurrir y estaba preparado, eí bofetón le sacudió la cara y casi al mismo tiempo oyó el primer sollozo de Paula y el ruido apagado del vaso cayendo sin romperse sobre la alfombra.

– No se va a poder respirar en toda la noche -dijo Raúl-. Hubieras hecho mejor en bebértelo, después de todo tengo Alka-Seltzer.

Se inclinó sobre Paula, que lloraba tendida boca abajo en la cama. Le acarició un hombro, después el apenas visible omoplato, sus dedos siguieron por el fino hueco central y se detuvieron al borde de la grupa. Cerró los ojos para ver mejor la imagen que quería ver.

«…que te quiere, Nora.» Se quedó mirando su propia firma, después dobló rápidamente el pliego, escribió el sobre y cerró la carta. Sentado en la cama, Lucio trataba de interesarse en un número del Reader's Digest.

– Es muy tarde -dijo Lucio-. ¿No te acostás?

Nora no contestó. Dejando la carta sobre la mesa tomó algunas ropas y entró en el baño. El ruido de la ducha le pareció interminable a Lucio, que procuraba enterarse de los problemas de conciencia de un aviador de Milwaukee convertido al anabaptismo en plena batalla. Decidió renunciar y acostarse, pero antes tenía que esperar turno para lavarse, a menos que… Apretando los dientes fue hasta la puerta y movió el picaporte sin resultado.

«-¿No podes abrir? -preguntó con el tono más natural posible.

– No, no puedo -repuso la voz de Nora.

– ¿Por qué?

– Porque no. Salgo en seguida.

– Abrí, te digo.

Nora no contestó. Lucio se puso el piyama, colgó su ropa, ordenó las zapatillas y los zapatos. Nora entró con una toalla convertida en turbante, el rostro un poco encendido.

Lucio notó que se había puesto el camisón en el baño. Sentándose frente al espejo, empezó a secarse el pelo, a cepillarlo con movimientos interminables.

– Francamente yo quisiera saber lo que te pasa -dijo Lucio, afirmando la voz-. ¿Te enojaste porque salí a dar una vuelta con esa chica? Vos también podías venir, si querías.

Arriba, abajo, arriba, abajo. El pelo de Nora empezaba a brillar poco a poco.

– ¿Tan poca confianza me tenes, entonces? ¿O te pensás que yo quería flirtear con ella? Estás enojada por eso, ¿verdad? No tenes ninguna otra razón, que yo sepa. Pero habla, habla de una vez. ¿No te gustó que saliera con esa chica?

Nora puso el cepillo sobre la cómoda. A Lucio le dio la impresión de estar muy cansada, sin fuerzas para hablar.

– A lo mejor no te sentís bien -dijo, cambiando de tono, buscando una apertura-. No estás enojada conmigo, ¿verdad? Ya ves que volví en seguida. ¿Qué tenía de malo, al fin y al cabo?

– Parecería que tuviera algo de malo -dijo Nora en voz baja-. Te defendés de una manera…

– Porque quiero que comprendas que con esa chica…

– Deja en paz a esa chica, que por lo demás me parece una desvergonzada.

– Entonces, ¿por qué estás enojada conmigo?

– Porque me mentís -dijo Nora bruscamente-. Y porque esta noche dijiste cosas que me dieron asco.