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– Oídme, hermanos. Tenemos que contestar a esta pregunta. Sus dos manos, blancas y luminosas, se agitaron sobre el negro abismo, y su voz se elevó sonora como se había elevado años antes en una oscura hondonada sobre las trincheras blancas: -Tenemos que contestar a esta pregunta o, de lo contrario, la Historia contestará por nosotros. ¡Y nosotros caeremos agobiados por un peso que nunca más se podrá olvidar! Todo nos está permitido si tenemos razón. Pero, ¿cuál es nuestro objetivo? ¿Cuál es nuestro objeto, camaradas? ¿Qué estamos haciendo? ¿Queremos saciar a una humanidad hambrienta para que viva? ¿O queremos estrangular su vida para saciarla después?

– Camarada Taganov -chilló el presidente-, te retiro la palabra.

– No… no tengo nada más que decir -balbució Andrei, bajando de la tribuna.

Atravesó la sala en dirección a la puerta, como una alta figura esbelta y solitaria.

Muchas cabezas se volvieron a mirarle. En la última fila, alguien silbó, chancero y triunfante. Y cuando se hubo cerrado la puerta tras él, se oyó murmurar: -Veremos cómo saldrá el camarada Taganov de la próxima depuración del partido.

Capítulo catorce

La camarada Sonia estaba sentada ante una mesa, envuelta en un descolorido quimono de color de espliego, con el lápiz detrás de la oreja. El quimono no se cerraba por delante, porque Sonia había alcanzado unas proporciones que ya no se lo permitían. Estaba inclinada bajo una lámpara, y hojeaba un calendario; de vez en cuando tomaba el lápiz y escribía apresuradamente una nota sobre un pedazo de papel.

Pavel Syerov estaba sentado en el diván, en calcetines y con los pies apoyados en un brazo del mueble; estaba leyendo un periódico y masticando semillas de girasol, cuyas cascaras iba escupiendo en un montón sobre un diario doblado que había en el suelo. Al salir de sus labios, las cascaras de semilla de girasol, producían una especie de silbido peculiar. En general, Pavel Syerov daba la impresión de estar de mal humor.

– Nuestro hijo -decía la camarada Sonia- será un ciudadano nuevo de un Estado nuevo. Podrá educarse en la ideología libre, sana, del proletariado, sin que ningún prejuicio burgués venga a obstaculizar su natural desarrollo. -Sí -dijo Syerov sin levantar los ojos del periódico.

– Le inscribiré en los pioneros desde el día de su nacimiento. ¿No estarás orgulloso de tu tributo viviente al porvenir de los Soviets, cuando le veas desfilar con los demás pioneros, con su pantalón azul y su pañuelo rojo al cuello?

– ¿Qué duda cabe? -contestó Syerov escupiendo una cascara. -Celebraremos un auténtico bautizo rojo. Ya comprendes lo que quiero decir: nada de curas estúpidos; sólo nuestros camaradas del Partido. Una ceremonia privada con discursos adecuados al acto. Estoy buscando un nombre… ¿me escuchas Pavel? -Claro -dijo Pavel aplastando una semilla entre sus dientes. -Aquí en el calendario hay un sinfín de buenas ideas para darle un nombre nuevo, bien revolucionario, en lugar de los absurdos nombres de santos que se daban antiguamente. He copiado algunos excelentes. ¿A ti qué te parece? Si fuera varón, creo que Ninel estaría muy indicado.

– ¿Ninel? ¿Qué diablos quiere decir eso?

– Pavel, no puedo tolerar ese lenguaje y esa ignorancia. Estoy segura de que ni por un momento has pensado en el nombre de tu hijo; ¿tengo razón o no?

– Un poco. Todavía me queda tiempo, ¿no?

– No te interesa, he aquí lo que ocurre. No me engañes, Pavel Syerov, ni vayas a creer que no me dé cuenta ni que esté dispuesta a olvidarlo.

– Vamos, Sonia, ya sabes que eso del nombre te lo confío a ti; tú entiendes más que yo de esas cosas.

– ¡Claro! ¡Como de costumbre! Pues bien; Ninel es el nombre de nuestro gran jefe Lenin vuelto al revés. Es un nombre muy adecuado. También podríamos llamarle Vil, las iniciales del nombre completo de nuestro gran jefe: Vladimiro Ilytch Lenin. ¿No te parece?

– Por lo que a mí se refiere, uno y otro me parecen de perlas.

– Si es una niña, y espero que lo sea, porque la mujer nueva es la dueña de sí misma, y el porvenir pertenece mucho más de lo que vosotros os figuráis a la mujer proletaria libre; si es una niña, digo, tengo nombres excelentes para ella. Pero el que me parece mejor es Octubrina, que sería un monumento viviente a nuestra gran revolución de octubre.

– Es algo… largo, ¿no te parece?

– Y aunque lo fuera. Es un nombre hermosísimo, y muy popular. ¿Sabes? El otro día Fimka Popoya, bautizó a su hija y le puso Octubrina. Incluso los periódicos trajeron la gacetilla sobre la ceremonia. Su marido estaba encantado. ¡Vaya estúpido ciego!

– Sonia, no vas a querer insinuar que… -¡Vamos! ¡Ya salió el respetable moralista! ¡Valiente santita está hecha la tal Fimka…! En fin, ¡qué se vaya al diablo…! Pero si se figura que va a ser la única que salga en los periódicos por el bautizo de una hija… He copiado otros nombres; hermosos nombres modernos; hay Marxina, de Carlos Marx, Comunera… Se oyó un ruido bajo la mesa.

– ¡Oh, qué asco de zapatillas! -exclamó la camarada Sonia, y doblándose sobre su asiento, alargó una pierna, mientras tanteaba el suelo con el pie, en busca de su zapatilla. Por fin la encontró, y cogiéndola por el tacón, viejo y gastado, se la enseñó a su marido-. Fíjate qué porquería tengo que llevar -se lamentó-, como si no me faltaran ya bastantes cosas para el hijo que tiene que nacer. ¡Verdaderamente, has elegido un buen momento para ponerte a escribir tus obras literarias y echarlo todo a perder, borracho imbécil!

– No vuelvas a empezar, Sonia. Ya sabes que, al fin y al cabo, no me puedo quejar de la forma en que han ido las cosas. -En fin, espero que por lo menos tu amigo Kovalensky será fusilado con todos los requisitos, y que su proceso será algo que meta ruido. Procuraré que las mujeres de Zhenotdel organicen una manifestación de protesta contra los especuladores y los aristócratas. Siguió hojeando el calendario, y añadió:

– ¿Ves tú? Otro excelente nombre moderno para una niña sería Tribuna o Barricada, o, si lo preferimos algo adecuado al espíritu de la nueva ciencia, Universidad.

– Me parece demasiado largo Universidad -dijo Pavel. -Por mi parte, prefiero Octubrina. Es más simbólico.

– Si, como espero, tenemos una niña, Octubrina Syerov me parece un nombre estupendo para una mujer que ha de ser la dueña del porvenir. ¿Tú qué prefieres, Pavel, un varón o una niña?

– Mientras no sean dos gemelos -dijo Pavel-, lo mismo me da.

– Esta observación no me gusta. Demuestra que tú…

Llamaron a la puerta en una forma inusitadamente violenta.

Syerov levantó la cabeza y contestó, dejando caer el periódico:

– ¡Adelante!

Andrei Taganov entró y cerró la puerta.

La camarada Sonia dejó caer su calendario.

Syerov se levantó lentamente:

– Buenas noches -dijo Andrei.

– Buenas noches -contestó Pavel, de pie, mirándole con fijeza.

– ¿Qué buen viento te trae, camarada Taganov? preguntó!a camarada Sonia en voz baja, ronca y amenazadora.

Andrei fingió no haberla oído. Dijo sólo, dirigiéndose a Syerov: