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A Marisha no le gustaba Kira, pero a veces hablaba con Leo. Empujaba la puerta con tal violencia que hacía oscilar los retratos colgados de la pared, y chillaba imperiosamente:

– Ciudadano Kovalensky, ¿puede usted ayudarme a estudiar esta maldita historia?

¿En qué siglo quemaron a Martín Lutero?

¿Fue en Alemania o no? ¡O a lo mejor ni siquiera lo quemaron!

Otras veces abría la puerta y decía, sin dirigirse especialmente a nadie:

– Voy al Consejo del Komsomol. Si viene el camarada Rilenko dígale que me en contrará en el Círculo. Pero si viniera aquel chismoso de Misha Gvozdev, dígale que me marcho a América. Ya sabe quién es: aquel pequeño que tiene una verruga en la nariz.

O entraba con una taza en la mano:

– Ciudadana Argounova, ¿puede usted prestarme un poco de manteca? No sabía que la había acabado… ¿Sólo aceite de linaza?

¿Cómo puede comer esa basura? En fin, déme una taza. Cuando Leo salía a las siete de la mañana, al atravesar la habitación de Marisha la encontraba dormida, con la cabeza apoyada sobre la mesa llena de libros. Marisha despertaba con un estremecimiento, al oír el ruido de pasos.

– ¡Maldita sea! -exclamaba bostezando y desperezándose-. ¡Es esta comunicación que tengo que leer esta noche en el Círculo Marxista a nuestros camaradas menos ilustrados, acerca del "Significado social de la electricidad como factor histórico"

! Ciudadano Kovalensky, ¿quién diablos es Edison?

Por la noche, la oían llegar tarde a casa. Daba un portazo y luego tiraba furiosamente al suelo los libros de encima de una silla; se oía el rodar de los libros y luego la voz de Marisha mezclada al bajo profundo de adolescente del camarada Rilenko.

– Aleshka, querido, eres un ángel. ¿Quieres encender ese maldito "Primus"? Estoy muerta de hambre.

Se oían los pasos de Aleshka, y luego el silbido del "Primus".

– Eres un ángel, Aleshka, siempre he dicho que eres un ángel. Estoy más cansada que un caballo de tiro.

Por la mañana el Rabfac, a mediodía el Círculo del Konsomol, a las dos el Círculo Marxista, a las dos y media una Junta para tratar de las guarderías infantiles para las fábricas, a las tres manifestación contra el analfabetismo… ¡Cómo me sudan los pies…! A las cuatro conferencia sobre la electricidad, a las siete Junta de los directores de periódicos murales… Yo dirigiré uno. Reunión de amas de casa hacia las siete y media, conferencia sobre nuestras camaradas de Hungría a las… ¿qué sé yo? No podrás decir que tu amiga no tenga una gran mentalidad de clase y una actividad social extraordinaria, Aleshka; realmente no puedes decirlo.

Aleshka se sentaba al piano y tocaba John Gray. Una vez, en plena noche, Kira se despertó al ruido de alguien que entraba furtivamente en el cuarto de baño. Tuvo la rápida visión de un cuerpo desnudo y unos cabellos rubios. En el cuarto de Marisha no había luz.

Una tarde, Kira oyó detrás de la puerta una voz familiar. Un hombre decía:

– Claro está que somos amigos. Ya lo sabe usted bien. Tal vez, por mi parte, hay algo más que amistad… pero no me atrevo a esperar. Le he demostrado mi afecto. Ahora es usted quien debería hacer algo por mí. Deseo conocer a aquel amigo suyo del Partido.

Kira iba a salir. Al atravesar la habitación de Marisha se detuvo de golpe. Víctor estaba sentado en el diván y tenía entre las suyas la mano de Marisha. Se puso en pie de un salto, ruborizándose.

– ¡Víctor! ¿Venías por mí?

El no acertó a contestar. Kira comprendió.

– Kira, no quisiera que fueras a creer que yo… -empezó a decir Víctor.

Kira salió corriendo, atravesó el rellano y bajó la escalera a toda velocidad.

Cuando refirió la escena a Leo, éste quería romper las costillas a Víctor. Kira le recomendó que se mantuviera sereno.

– Si vas a hacerle una escena, su padre se enterará. Y esto será el golpe de gracia para tío Vasili, que ya es tan desgraciado. Y total, ¿para qué? Tampoco nos devolverán el salón…

En la cooperativa del Instituto, Kira encontró a la camarada Sonia y a Pavel Syerov. La camarada Sonia estaba masticando un pedazo de corteza del pan que acababan de darle. Pavel Syerov iba elegante como un figurín militar. Sonrió a Kira con efusión.

– ¿Cómo está usted, camarada Argounova? ¡No se la ve a menudo por el Instituto, desde hace algún tiempo!

– He tenido quehacer.

– No se la ve con el camarada Taganov. ¿Han reñido?

– ¿Por qué le interesa saberlo?

– ¡Oh, no me interesa personalmente!

– Pero nos interesa como deber respecto al Partido -dijo suavemente la camarada Sonia-. El camarada Taganov es un elemento de gran valor para el Partido… Y es natural que nos preocupemos por él, porque su amistad con una mujer de la procedencia social de usted puede perjudicar su posición.

– ¡No digas tonterías, Sonia, no digas tonterías! -protestó Pavel Syerov con súbita energía-. La posición de Andrei en el Partido es demasiado elevada. Nada puede comprometerla. La camarada Argounova no tiene por qué preocuparse por ello y romper una buena amistad.

Kira le preguntó, mirándole de hito en hito:

– ¿No le sabe mal que la posición del camarada Taganov en el Partido sea tan elevada?

– ¿Por qué? El camarada Taganov es un excelente amigo mío y…

– Y usted es un excelente amigo suyo, ¿no?

– ¡Vaya una pregunta rara, camarada Argounova!

– En estos tiempos se hacen cosas muy raras, ¿no es verdad?

Buenos días, camarada Syerov.

Marisha entró mientras Kira estaba sola. Su boca, malhumorada, estaba hinchada, y sus ojos, enrojecidos por las lágrimas. Sin preámbulos, preguntó:

– Ciudadana Argounova, ¿qué sistema usa usted para no tener criaturas?

Kira la miró sorprendida.

– Temo haber hecho una tontería -gimió Marisha-. Y aquel maldito chinchoso de Aleshka decía que era una burguesa si no le dejaba… me prometía andar con cuidado… ¿Qué tengo que hacer?

Kira le dijo que no lo sabía.

Kira se pasó tres semanas trabajando secretamente en un nuevo traje. No era otra cosa que el antiguo vuelto del revés; poco a poco, penosamente, con grandes dificultades, logró hacerlo. Por el revés, la lana azul turquí era suave y sedosa al tacto como si fuera nueva. Tenía que ser una sorpresa para Leo. Trabajaba de noche, cuando Leo ya estaba en la cama. Ponía una vela en el suelo, abría la gran puerta del armario de luna, como si fuera un biombo, y luego se sentaba en el suelo, detrás, al lado de la vela. Kira no había aprendido nunca a coser. Sus dedos se movían lentamente, inseguros. Cuando se pinchaba con la aguja, se secaba furtivamente las gotas de sangre en la camisa. Sentía que le escocían los ojos como si la pinchasen con pequeños alfileres por debajo de los párpados, y los párpados eran tan pesados que sólo con dificultad lograba entreabrirlos, y era necesario un esfuerzo para que sus ojos permaneciesen abiertos a la luz amarillenta de la vela, que parecía enorme.

De vez en cuando, en la oscuridad, Leo, dormido, suspiraba profundamente.

El traje estaba terminado el día que Kira encontró a Vava por la calle. Vava sonreía feliz, misteriosamente, sin motivo aparente, como si sonriese a un pensamiento secreto. Anduvieron juntas un rato, y Vava no pudo contener su secreto por más tiempo.

– ¿Quieres subir, Kira? -preguntó-. Sólo un momento. Quiero enseñarte algo… Algo… del extranjero.

Abrió un paquete cuidadosamente envuelto en papel de color; manejaba lo que había dentro con reverencia, casi sin atreverse a tocarlo con sus dedos temblorosos. En el paquete había dos pares de medias de seda y una pulsera de galalit negro. Kira suspiró profundamente.

Alargó la mano, vaciló, y luego, con la punta de los dedos, tocó una media, acariciándola tímidamente como si fuese la piel de un animal de valor inestimable.

– De contrabando -susurró Vava-; una señora cliente de papá… su marido se dedica a los negocios. Lo han traído de Riga… y el brazalete… es la última moda en el extranjero. ¡Imagínate! ¡Joyas falsas! ¿No es algo maravilloso?