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Estuvieron muchos meses ahorrando hasta que un sábado por la noche se pudieron comprar dos entradas para ir a ver Bayadera, el último éxito de Viena, Berlín y París. Estaban sentados muy erguidos, tiesos, reverentes, como si estuvieran en una función religiosa. Kira algo más pálida que de costumbre en su traje de seda gris, y Leo esforzándose por no toser; y uno y otro escuchaban con atención la frivola opereta que venía del extranjero.

Era un alegre absurdo. Como si una mirada, atravesando la nieve y las banderas, penetrase a través de la frontera hasta el corazón de un mundo distinto. Había luces de colores y relucientes lentejuelas, copas de cristal y un auténtico bar extranjero con un arco de vidrio opaco en el que una luz se movía lentamente precediendo a cada una de las personas que entraban. Había un auténtico ascensor extranjero; mujeres en deslumbrantes trajes de seda que venían de países en que existía la moda, y gente que bailaba una curiosa y absurda danza llamada "shimmy", y una mujer que no cantaba sino que ladraba las palabras, como si las escupiera con desprecio sobre el público, con una voz áspera que terminaba bruscamente en un áspero gemido ronco, y una música que reía, delirante, jadeante, convulsiva, sacudiendo los oídos, el pecho, la respiración, una música ebria e insolente como un desafío de una alegría chispeante, perversa y loca, una música como la de la Canciónde la copa rota, una promesa que existía en algún lugar, que existía o que hubiera podido existir.

El público reía, aplaudía y volvía a reír. Y cuando se apagaron las luces, luego que el telón hubo caído por última vez en medio de las últimas sonrisas, hubo quien observó a una joven vestida de seda gris que, sentada en una fila vacía, con la cabeza entre las manos, sollozaba.

Capítulo dieciséis

Al principio fueron sólo murmullos.

Los estudiantes hablaban en grupos por los rincones oscuros, y volvían nerviosamente la cabeza cada vez que se acercaba alguien nuevo: en sus murmullos se oía la palabra "depuración".

Y en las colas ante la cooperativa o en la parada del tranvía, todo el mundo se preguntaba: " ¿Sabe usted algo de la depuración? "

A fines de semestre de invierno, en el Instituto de Tecnología y en la Universidad, lo mismo que en todos los centros de enseñanza superior, apareció un gran cartel en que se veía en grandes letras, escrita en lápiz rojo, la palabra "Depuración". El aviso ordenaba que todos los estudiantes se presentasen a la secretaría de su centro, solicitasen cuestionarios, los llenasen a la mayor brevedad, obtuvieran un certificado del Upravdom conforme era verdad su declaración y entregasen luego el cuestionario al "Comité de Depuración". Había que desembarazar las escuelas de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas de todos los elementos indeseables. Aquellos alumnos que fueran juzgados "socialmente indeseables" deberían ser expulsados y no se les admitiría en otros Institutos. Por todos los ámbitos del país, los diarios proclamaban:

" La Ciencia es un arma para la lucha de clases. Las escuelas proletarias son para el proletariado. No tenemos que instruir a nuestros enemigos de clase."

Pero no faltaban quienes procurasen que estas afirmaciones no rebasasen la frontera.

Kira fue a buscar su cuestionario a la secretaría del Instituto, y Leo recogió el suyo en la de la Universidad.

Sentados en silencio, a la hora de comer, los llenaron cuidadosamente. No comieron mucho aquella noche. Cuando hubieron contestado a las preguntas del cuestionario tuvieron la impresión de que acababan de firmar la sentencia de muerte de su porvenir. Pero no se lo confesaron en voz alta, ni se atrevieron a mirarse cara a cara.

Las principales preguntas eran las siguientes: " ¿Quiénes eran sus padres? " " ¿Qué hacía su padre antes de 1917? " " ¿Qué hace su padre en la actualidad? " " ¿Qué hace su madre? " " ¿Qué hizo usted durante la guerra civil? " " ¿Es usted miembro de algún Sindicato? " " ¿Es usted miembro del Partido Comunista? " Todo intento de dar una respuesta falsa era inútil. Las respuestas eran controladas por el "Comité de Depuración" y la G. P. U. Una respuesta falsa era castigada con la detención, la prisión y otras penas hasta la muerte.

La mano de Kira temblaba un poco cuando entregó al " Comité de Depuración" un cuestionario en el que se leía: "¿Qué hacía su padre antes de 1917? -Era propietario de la fábrica de tejidos Argounov."

De lo que aguardaba a quienes resultasen expulsados, nadie decía una palabra, ni nadie se atrevía siquiera a pensarlo: se entregaban los cuestionarios al Comité y se aguardaba a que éste llamase a cada uno; la espera era silenciosa, con los nervios tensos como conductores de corriente eléctrica a gran voltaje. En los largos corredores del Instituto en que se reunía en grupos agitados la turbada muchedumbre de los estudiantes, se susurraba que lo más importante era el origen social, y que no había esperanza para quienes fueran de origen burgués; que los hijos de padres ricos, aunque en la actualidad estuvieran en la más absoluta miseria, eran considerados "enemigos de clase", y que valía la pena intentar probar, aunque fuera pagándolo con la inmortalidad del alma, un origen obrero o campesino. En los centros de enseñanza superior se veían más pañuelos rojos, más chaquetas de cuero y más cascaras de semilla de girasol que nunca, y circulaban bromas como la siguiente: "¿Mis padres? Eran una campesina y dos obreros."

La primavera había vuelto, la nieve se derretía lentamente por las aceras, y en las esquinas volvían a verse puestos de flores. Pero los jóvenes no pensaban en la primavera, y los que todavía pensaban en la primavera ya no eran jóvenes.

Kira Argounova, muy alta la cabeza, se hallaba ante el "Comité de Depuración" del Instituto de Tecnología. Entre otros miembros que ella no conocía, en el Comitó figuraban tres personas conocidas: la camarada Sonia, Pavel Syerov y Andrei Taganov. Pavel Syerov era quien generalmente hacía las preguntas. El cuestionario de Kira estaba encima de la mesa, delante de él. -¿De modo, ciudadana Argounova, que su padre era dueño de una fábrica? -Sí.

– Bien. ¿Y su madre, trabajaba antes de la Revolución?

– No.

– ¿Tenían sirvientas en casa?

– Sí.

La camarada Sonia preguntó:

– ¿Se ha inscrito usted en algún Sindicato? ¿Lo ha considerado necesario alguna vez?

– Nunca tuve oportunidad de hacerlo.

– Bien.

Andrei Taganov escuchaba. Su rostro permanecía impasible. Sus ojos fríos, impersonales, firmes, parecían no haber visto a Kira en su vida. Y de pronto, fue ella quien sintió una inexplicable compasión por él, por aquella inmovilidad suya y por lo que se ocultaba tras esta inmovilidad, a pesar de que no diera ninguna señal de ocultar nada.

Pero cuando él hizo una pregunta, de improviso a pesar de lo duro de su voz y de lo inexpresivo de su mirada, esta pregunta fue una posibilidad de salvarse.

– Pero usted ha simpatizado siempre estrechamente con el Gobierno soviético, ¿no es verdad, ciudadana Argounova?

– Sí -contestó ella con mucha dulzura.

En torno a la lámpara, ya muy entrada la noche, entre un montón de papeles, informes y documentos, se celebraba una reunión del "Comité de Depuración".

– Los patronos de fábrica eran los peores explotadores del proletariado. Peores aún que los terratenientes.

– Los más peligrosos enemigos de nuestra clase.

– Estarnos prestando un gran servicio a la causa de la revolución, y ningún sentimiento personal debe ser obstáculo para que cumplamos nuestro deber.

– Orden de Moscú: los hijos de los patronos de fábricas pertenecen a la primera categoría de individuos que hay que expulsar.

Una voz preguntó, pensando muy bien sus palabras:

– ¿No hay excepciones a esta regla, camarada Taganov?

Andrei estaba inmóvil junto a la ventana, con las manos detrás de la espalda.