Víctor volvió a casa. Arrojó el gabán sobre una silla del recibidor y tiró los chanclos a un rincón, derribando de paso un paragüero que cayó con gran estrépito al suelo; pero él no se cuidó de volver a levantarlo.
En el comedor, Marisha estaba sentada ante un montón de libros abiertos, con la cabeza inclinada hacia un lado, y escribía con gran atención, mordiendo nerviosamente la contera del lápiz. Vasili Ivanovitch estaba sentado junto a la ventana y tallaba una cajita de madera. Asha estaba sentada en el suelo y mezclaba polvo, mondaduras de patata y semillas de girasol en una cazuela. -¿Está lista la comida? -gritó Víctor. Marisha se puso en pie y le abrazó.
– No, todavía no, querido -dijo excusándose-. Irina ha tenido quehacer y yo tengo que terminar estas tesis para mañana y… Víctor la rechazó con impaciencia y salió del comedor dando un portazo. Atravesó un oscuro pasillo y llegó al cuarto de Irina. Abrió la puerta, sin llamar, y se encontró a su hermana abrazada estrechamente con Sasha, sus labios sobre los de él. Irina se separó bruscamente y gritó con voz sofocada por la indignación: -¡Víctor!
Este se volvió sin pronunciar palabra y salió bruscamente de la habitación.
Volvió al comedor y gritó a Marisha:
– ¿Por qué no se ha hecho la cama en nuestro cuarto? Aquello parece una pocilga. ¿Qué has estado haciendo durante todo el día?
– Pero, Víctor… -balbució ella-, he ido… al Rabfac, luego a la reunión de la biblioteca Lenin y a la Oficina Editorial del Periódico Mural, y luego tengo que preparar este trabajo sobre la electrificación, que mañana tengo que leer en el Centro, y no sé nada todavía; tengo que leerlo otra vez… y…
– Bien, mira a ver si calientas algo en el "Primus". Cuando llego a casa quiero que la comida esté a punto.
– Sí, querido.
Recogió sus libros precipitadamente, nerviosa; se los llevó estrechando el montón contra su pecho, pero no pudo evitar que se le cayeran dos volúmenes al pasar la puerta, y tuvo que inclinarse, no sin dificultad, a recogerlos. Luego salió del comedor.
– Papá -dijo Víctor-, ¿por qué no buscas un empleo?
Vasili Ivanovitch levantó lentamente la cabeza y le miró:
– ¿Qué pasa, Víctor? -preguntó.
– Nada; absolutamente nada. Sólo que es estúpido que nos señalen como burgueses sin trabajo y que tengamos que estar continuamente despertando suspicacias.
– Víctor, ya sabes que hace mucho tiempo que no hemos discutido acerca de nuestras opiniones políticas, pero, puesto que te interesa saberlo… no estoy dispuesto a trabajar por tu Gobierno soviético mientras me quede vida.
– Pero, papá, supongo que no esperas que…
– Lo que yo espero no es para discutirlo con un miembro del Partido. Y si estás cansado de sostener los gastos de la casa…
– No, papá; no se trata de eso.
Sasha, al marcharse, atravesó el comedor. Estrechó la mano de Vasili Ivanovitch apartándose con la otra mano un mechón de rizos rubios que le caía sobre los ojos, acarició la cabeza de Asha, y salió sin decir una palabra ni dirigir una mirada a Víctor.
– Irina, deseo hablarte -dijo Víctor cuando se hubo marchado Sasha.
– ¿De qué se trata?
– Quisiera hablarte a solas.
– Papá puede oír todo cuanto tengas que decirme.
– Muy bien. Se trata de ese hombre -dijo Víctor señalando la puerta por donde Sasha acababa de salir.
– ¿Sí?
– Espero que te darás cuenta de lo infernal de esta situación.
– ¿De qué situación?
– ¿Tienes idea de la índole de hombre con quien andas en amoríos?
– No se trata de amoríos. Sasha y yo estamos prometidos.
Víctor dio un salto hacia delante, abrió la boca, la volvió a cerrar y luego dijo lentamente, haciendo un esfuerzo por contener su ira:
– Irina, esto es absolutamente imposible.
Irina estaba frente a él, mirándole con ojos firmes y amenazadores, y su rostro expresaba el más profundo desdén. Se limitó a preguntarle'
– ¿Ah, sí? ¿Por qué?
Víctor se inclinó hacia ella y le dijo, temblándole los labios:
– Óyeme. Es inútil que lo niegues. Sé quién es tu Sasha Chernov. Está engolfado hasta el cuello en conspiraciones contrarrevolucionarias. No me importa. Pero no pasará mucho tiempo sin que se enteren los demás miembros del Partido. Ya sabes el fin que aguarda a los jóvenes brillantes de este tipo. ¿Crees que yo soportaré que mi hermana se case con un contrarrevolucionario? ¿Qué consecuencias crees tú que puede tener una cosa semejante para mi posición en el Partido?
– Lo que esto pueda significar para ti y para tu Partido -dijo Irina con estudiada frialdad- me importa menos que las suciedades que pueda hacer el gato en la escalera del servicio.
– Irina… -balbució Vasili Ivanovitch.
Víctor se volvió bruscamente hacia él.
– Díselo tú -gritó-, ya es bastante difícil lograr algo con esta piedra de mi familia colgada al cuello. Os.podéis ir todos al infierno, tan noblemente como queráis, si eso os gusta, pero por mi parte no estoy dispuesto a dejarme arrastrar con vosotros.
– Pero, Víctor -dijo con calma Vasili Ivanovitch-, ni tú ni yo podemos hacer nada. Tu hermana le quiere. Y ella tiene también derecho a su parte de felicidad. ¡Dios sabe que le ha tocado poca durante estos últimos años!
– Si tanto miedo tienes por tu maldita situación en el Partido -dijo Irina- me iré de aquí. Gano lo bastante por mí misma para poder morir de hambre a gusto mío con un salario de esos que tus organizaciones rojas consideran suficientes para vivir. Y te advierto que me habría marchado ya si no fuera por papá y por Asha.
– Irina… -gimió su padre-, ¡ tú no harás eso!
– En otras palabras -concluyó Víctor-, ¿te niegas a deshacerte de este insignificante boquirrubio?
– Y me niego a discutir contigo sobre el particular -añadió Irina.
– Está muy bien. Ya te he advertido.
– Víctor -gritó Vasili Ivanovitch-, no… no vas a hacer nada contra Sasha.
– No te preocupes, no lo hará -silbó Irina-. Sería demasiado comprometedor para su posición en el Partido.
Kira se encontró por la calle con Vava Milovskaia y apenas la reconoció. Fue Vava quien se acercó a ella murmurando:
– ¿Cómo estás, Kira?
Vava llevaba un viejo sombrero de fieltro hecho con uno de su padre, con un ala arrugada que parecía llevar mucho tiempo sin que la cepillaran. Un rizo negro le caía sobre la mejilla derecha y la boca estaba pintarrajeada de cualquier modo con un lápiz de mala calidad. Su nariz relucía, y oscuras ojeras bordeaban sus ojos: sus párpados estaban hinchados y su mirada parecía indiferente, como si hubiera envejecido muchos años.
– ¿Cómo te va? ¡Cuánto tiempo sin verte! -dijo Kira.
– Me he… me he casado, Kira.
– Te… te felicito, Vava. ¿Cuándo ha sido?
– Gracias. Hace dos semanas. Y luego murmuró mirando a la calle:
– Yo no… no hemos querido dar publicidad a la boda. Por eso no invitamos más que a los padres. Fue un matrimonio religioso, ¿comprendes? Y Kolya no quería que se supiera en su oficina.
– ¿Kolya?
– Sí… Kolya Smiatkin; probablemente le recordarás. Lo encontraste en aquella fiesta en casa, aunque… Y ahí me tienes convertida en la ciudadana Smiatkina. El trabaja en el Trust del Tabaco, y no tiene ninguna gran situación, si bien espera ascender pronto… es muy bueno… ¡y me quiere tanto…! ¿Por qué no había de casarme con él?
– No he dicho que no debieras hacerlo, Vava.
– ¿Qué podía esperar? ¿Qué podemos hacer de nosotras en estos tiempos, si no es… si no es…? Lo que más te agradezco, Kira, es que eres la primera persona que no me ha deseado felicidades.
– ¡Claro está que te las deseo!
– Bien, pues soy feliz -y sacudió la cabeza con aire de desafío-. Soy completamente feliz y estoy satisfecha.