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– Volveos.

Los cabezas rapadas arrastraron las Doc Martins.

– Vais a arrodillaros, tíos. Vosotras también, pavas. Y poned las manos sobre la cola.

Todas las manos se apretaron contra la disoplastina, que se coló entre los dedos cerrados. A la tercera tracción, las palmas quedaron pegadas definitivamente. Los skins se dejaron caer de bruces contra el suelo, torciéndose las muñecas al aplastarlas sobre el asfalto.

Karim se reunió con su primer adversario. Se sentó con las piernas cruzadas, en posición de loto, e inspiró profundamente para calmarse. Su voz se sosegó:

– ¿Dónde estabais ayer por la noche?

– No… no fuimos nosotros.

Karim aguzó el oído. Había humillado a los skins a fuerza de bravatas y ahora los interrogaba por guardar las formas. Estaba seguro de que esos descerebrados no tenían nada que ver con la profanación del cementerio. Sin embargo, este skin parecía saber algo. El moro se inclinó:

– ¿De qué hablas?

El cabeza rapada se apoyó sobre un codo.

– El cementerio… No hemos sido nosotros.

– ¿Cómo es que estás al corriente?

– Hemos… hemos pasado por allí…

En la mente de Karim surgió una idea. Crozier tenía un testigo. Alguien le había prevenido esta mañana: los skins habían sido vistos rondando el cementerio. Y el comisario le había mandado allí sin decirle nada. Karim le ajustaría las cuentas más tarde.

– Cuéntamelo.

– Pasábamos por allí…

– ¿A qué hora?

– No sé… A eso de las dos…

– ¿Por qué?

– No lo sé… Queríamos armar jaleo… íbamos a las casas de los obreros para darle una lección a algún moreno…

Karim se estremeció.

– ¿Y qué más?

– Pasamos cerca del cementerio… La verja estaba abierta… vimos unas sombras… unos gamberros que salían del panteón…

– ¿Cuántos eran?

– D… dos, creo…

– ¿Podrías describirlos?

El herido rió con sarcasmo.

– Tío, estábamos ciegos…

Karim le dio un manotazo en la oreja triturada. El skin ahogó un grito que acabó en un silbido de serpiente.

– ¿Podrías dar sus señas?

– ¡No! Estaba muy oscuro…

Karim reflexionó. Le volvió a la cabeza una certidumbre a propósito de los ladrones: eran profesionales.

– ¿Y después?

– Joder… Eso nos acobardó… pusimos pies en polvorosa… Pensamos que iban a echarnos la culpa… por lo de Carpentras…

– ¿Esto es todo? ¿No visteis nada más? ¿Ningún detalle?

– No… nada… A las dos de la madrugada, en ese poblacho… no se ve nada…

Karim se imaginó la soledad de la carretera estrecha, con un único farol como una zarpa blanca encima de la noche, rodeado por luciérnagas. Y la banda de cabezas rapadas dándose codazos, drogados hasta las orejas, gritando himnos nazis. Repitió:

– Reflexiona un poco más.

– Un… un poco más tarde… Creo que vimos un cacharro del Este, un Lada o algo parecido, que venía a toda velocidad en dirección contraria… Venía del cementerio… Por la D143…

– ¿De qué color?

– Bl… Blanco…

– ¿Nada de particular?

– Es… estaba cubierto de barro…

– ¿Has tomado nota de la matrícula?

– Capullo… No somos polis, cara culo…

Karim le propinó un golpe de tacón en el bazo. El hombre se retorció, emitiendo un gorgoteo sanguinolento. El teniente se enderezó y se sacudió el polvo de los vaqueros. Ya no había nada más que sonsacar. Oyó gemir a los otros a sus espaldas. Sin duda tenían quemaduras de tercer o cuarto grado en las manos. Karim concluyó:

– Irás amablemente a la comisaría de Sarzac. Hoy. A firmar tu declaración. Di que vas de mi parte, así recibirás un trato de favor.

El skin asintió con la cabeza palpitante y después alzó unos ojos de animal abatido.

– ¿Por qué… por qué… haces esto, tío?

– Para que te acuerdes -murmuró Karim-. Un poli siempre es un problema. Pero un poli moro es un maldito problema. Intenta darle una lección a un moreno y tendrás un problema.

Karim le asestó un último puntapié. A fondo.

El árabe salió andando hacia atrás y recuperó su Glock 21 al pasar.

Karim arrancó en tromba y se detuvo varios kilómetros más allá, en la linde de un bosque, para dejar que la tranquilidad volviera a sus venas y reflexionar. Así pues, la profanación había tenido lugar antes de las dos de la madrugada. Los saqueadores eran dos y conducían -tal vez- un cacharro del Este. Echó una mirada al reloj: tenía el tiempo justo de consignarlo todo por escrito. La investigación podía empezar en serio. Había que dar una orden de búsqueda, solicitar la documentación del automóvil, interrogar a la gente que vivía a lo largo de la D143…

Pero ya tenía la cabeza en otro sitio. Se había librado de su misión. Ahora Crozier le iba a dar carta blanca. Ahora podría llevar la investigación a su manera: huronear por ejemplo, acerca de un niño desaparecido en 1982.

III

11

El examen de la parte anterior del tórax revela largos cortes longitudinales realizados, sin duda, con un instrumento cortante. Encontramos igualmente otras laceraciones, efectuadas con el mismo instrumento, en los hombros, los brazos…

El médico forense llevaba una bata arrugada de tela gruesa y gafas pequeñas. Se llamaba Marc Costes. Era un hombre joven de facciones afiladas y mirada perdida. Al primer golpe de vista le había caído bien a Niémans, que había reconocido en él a un apasionado, un verdadero investigador falto, sin duda, de experiencia pero en absoluto de vocación. Leía su informe con una voz metódica:

… Quemaduras múltiples: en el torso, los hombros, las caderas, los brazos. Hemos contado aproximadamente veinticinco huellas de este tipo, muchas de las cuales se confunden con los cortes antes descritos…

Niémans interrumpió:

– ¿Qué quiere decir eso?

El médico alzó una mirada tímida por encima de sus gafas.

– Creo que el asesino cauterizó las heridas con fuego. Al parecer las salpicó de pequeñas cantidades de gasolina para luego encenderlas. Yo diría que utilizó un aerosol comercial, tal vez un Kärcher.

Niémans echó de nuevo una mirada a la sala de prácticas donde había instalado su cuartel general, en el primer piso del edificio Psicología/Sociología. Era en esta sala discreta donde había deseado hablar con el médico forense. El capitán Barnes y el teniente Joisneau estaban también presentes, muy atentos en sus sillas de estudiantes.

– Continúe -ordenó.

… Constatamos igualmente numerosos hematomas, edemas, fracturas. Sólo en el torso hemos encontrado dieciocho hematomas. Tiene cuatro costillas rotas. Las dos clavículas están deshechas. Tres dedos de la mano izquierda y dos de la derecha están aplastados. Los genitales están amoratados a fuerza de golpes.

El arma utilizada es sin duda una barra de hierro o de plomo de un espesor de unos siete centímetros. Por supuesto hay que distinguir las heridas causadas más tarde por el transporte del cuerpo y su «incrustamiento» en la roca, pero los edemas no evolucionan de la misma manera, post mortem…

Niémans echó una breve ojeada al auditorio: miradas huidizas y sienes relucientes.