El viejo hirsuto miró a Karim. Sus pupilas brillaban como granos de café.
– ¿Qué buscas exactamente, jefe?
– Enséñame el expediente.
El hombre se secó las manos con el anorak y abrió un armario cuyas puertas eran una especie de persianas. Karim le vio leer los nombres de los accidentados, murmurando las sílabas.
– Jude Itero. Aquí está, es éste. Te prevengo, es…
Karim se lo cogió de las manos y hojeó las diferentes páginas. Testimonios, certificados, atestados, actas de seguros. Todas las circunstancias. Fabienne Pascaud conducía un coche de alquiler que había contratado en Sarzac. Las señas de residencia eran las mismas que le había dado el doctor Macé: las ruinas aisladas en el valle de rocalla. Nada nuevo por ese lado. Lo asombroso era que la madre había declarado la muerte de su hijo bajo el nombre de Jude Itero, de sexo masculino.
– No comprendo -dijo el policía-. ¿El hijo era un varón?
– Pues claro… -El viejo miró el expediente por encima del brazo de Karim-. Es lo que ella dijo, en todo caso…
– ¿No recuerdas si hubo un problema en este aspecto?
– ¿Un problema? ¿Qué quieres decir?
El poli se esforzó en dominar la voz:
– Escucha, te pregunto simplemente si era posible identificar el sexo del niño.
– ¡Yo no soy médico! Pero, francamente, creo que no. Más que un cuerpo eran fragmentos… Carne en el parachoques… -Se pasó la mano por la cara-. No se puede describir, jefe… En los veinticinco años que vivo aquí, he visto muchos accidentes… Siempre es algo espantoso… -Agitó las manos levantadas, imitando capas de bruma-. ¡Como una especie de guerra subterránea, sabes, que surgiera de vez en cuando con una violencia terrible!
Karim comprendió que el estado del cuerpo había permitido a la mujer llevar su mentira hasta más allá de la tumba. Pero, ¿por qué? ¿Seguía temiendo una amenaza? ¿Incluso ahora que su hija estaba muerta?
El teniente hojeó de nuevo el expediente y descubrió fotografías del siniestro. Sangre. Chapa retorcida. Trozos de carne, miembros diseminados, desprendidos de la carrocería. Pasó rápidamente. No tenía ánimos para aquello. Después llegó al certificado de defunción, la descripción del médico, y obtuvo confirmación de que las características del cuerpo pertenecían al orden de lo abstracto.
Karim se apoyó en la pared, presa de vértigo. Después examinó el reloj. Había matado dos horas.
Pero esas horas le habían matado a él.
Con un esfuerzo, echó una última mirada a las páginas. Unas huellas digitales estaban impresas con tinta azul en una ficha de cartón. Las observó unos segundos y preguntó:
– ¿Estas son sus huellas?
– ¿Qué quieres decir?
– ¿Estas huellas son las del niño?
– No entiendo tus preguntas. Pues claro que lo son… Fui yo quien aguantó el entintador. Los restos del cuerpo estaban en la funda. El médico apoyó la pequeña mano. Una mano ensangrentada. Joder. Todos tenían prisa por acabar. Escucha, todavía hoy viene a atormentarme por las noches, así que…
Karim se guardó el expediente bajo la chaqueta de cuero.
– De acuerdo. Me quedo con los documentos.
– Eso, quédatelos. Y vete con viento fresco.
El teniente salió con esfuerzo de la oficina. Estaba estupefacto. Bajo sus párpados bailaban unas estrellas. El viejo le gritó desde los escalones de la construcción.
– Cuídate.
Karim se volvió. El hombre le observaba bajo el viento salino, reteniendo con el hombro la puerta acristalada. El cristal doblaba su silueta con un reflejo dorado.
– ¿Qué? -repitió el poli.
– He dicho: cuídate. Y ve siempre solo.
Karim intentó sonreír.
– ¿Por qué?
El hombre se bajó el pasamontañas.
– Porque lo sé, lo huelo: caminas entre los muertos.
35
– La de cosas que me hace usted hacer, teniente… Me he reunido con una colega de la delegación…
La voz de la mujer vibraba de alegre excitación. Karim se había detenido en otra cabina para llamar al teléfono móvil de la directora. Ésta continuó:
– El guardián ha sido muy amable…
– ¿Qué han encontrado?
– El expediente completo de Fabienne Hérault, nacida Pascaud. Pero es otro callejón sin salida. Después de sus dos años en Sarzac, la mujer desapareció. Parece ser que dejó la enseñanza.
– ¿No hay ninguna manera de saber dónde se instaló después?
– Ninguna, no. Por lo visto ya había terminado aquel año su contrato con la Educación Nacional y no renovó sus compromisos. Eso es todo. La delegación no ha tenido nunca más contacto con ella.
Karim se hallaba al pie de un barrio residencial en las afueras de Sète. A través del cristal de la cabina observaba los coches estacionados, cuyas carrocerías rutilantes brillaban bajo los faroles. La información de la mujer no le sorprendía. Fabienne Pascaud había cerrado la puerta a sus espaldas. A su misterio. A su tragedia. A sus diablos.
– ¿Y de dónde venía esta mujer, antes de Sarzac?
– De Guernon, una ciudad universitaria en el Isère, encima de Grenoble. En esta ciudad enseñó sólo unos pocos meses. Antes de eso era responsable de una pequeña escuela primaria en Taverlay, un pueblo situado en las alturas del Pelvoux, una montaña de ese lugar.
– ¿Ha obtenido informaciones personales?
Ella contestó en un tono mecánico:
– Fabienne Pascaud nace en 1945 en Corivier, en un valle del Isère. Se casa con Sylvain Hérault en 1970 y obtiene el mismo año un primer premio del conservatorio de piano de Grenoble. Pudo llegar a profesora y…
– Continúe, por favor.
– En 1972 entra en la escuela normal. Dos años más tarde se integra en la escuela primaria de Taverlay, siempre en el Isère. Allí enseña durante seis años. En 1980, la escuela de Taverlay cierra sus puertas: una carretera nueva permite a los niños asistir a una escuela más grande en un pueblo vecino, incluso en invierno. Entonces Fabienne es trasladada a Guernon. Un golpe de suerte: está a cincuenta kilómetros de Taverlay. Y es una pequeña ciudad famosa en el mundo de la enseñanza. Una ciudad universitaria, muy agradable, muy intelectual.
– Usted me dijo que era viuda: ¿sabe cuándo murió su marido?
– ¡A eso voy, joven, a eso voy! En 1980, cuando llega a Guernon, Fabienne da el apellido de su esposo: no parece haber ningún problema a este respecto. En cambio, seis meses después, en Sarzac, se presenta como viuda. Así pues, el hombre ha desaparecido durante el período de Guernon.
– ¿Hay algo sobre él en su expediente? ¿Su edad? ¿Su profesión?
– Es una delegación de la Educación Nacional. No una agencia de detectives.
Karim suspiró.
– Continúe.
– Poco tiempo después de su llegada a Guernon, pide un traslado. No importa adónde, siempre que sea lejos de este pueblo. Extraño, ¿no? Obtiene enseguida un puesto en Sarzac. Nada sorprendente: nadie quiere venir a nuestra bella región… Allí vuelve a adoptar su nombre de soltera. Se diría que quiso hacer borrón y cuenta nueva.
– No me habla de su hijo.
– En efecto, tenía un hijo, nacido en 1972. Una niña.
– ¿Está escrito así?
– Pues, sí…
– ¿Qué nombre figura?
– Judith Hérault. Pero ya no se hace ninguna mención de ella en Sarzac.
Cada información confirmaba con exactitud la historia que sospechaba Karim. Éste prosiguió:
– ¿Ha podido ponerse en contacto con gente que la haya conocido en Sarzac?
– Sí, he hablado con la directora de la época: Mathilde Sarman. Se acuerda muy bien de Fabienne. Una mujer extraña, al parecer. Misteriosa. Reservada. Muy bella. Y muy fuerte. Un metro ochenta. Unos hombros así de anchos… Tocaba a menudo el piano. Una virtuosa. Le repito lo que me han dicho…
– ¿Fabienne Pascaud vivía sola en Sarzac?