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– ¡Es una serie, pero no un asesino en serie! No es un demente. Lleva a cabo una venganza. Tiene un móvil racional que concierne a sus víctimas. ¡Existe un vínculo entre esos tres hombres que hoy explica su desaparición! Joder. Es eso lo que debemos descubrir.

Vermont calló y esbozó un gesto de cansancio. Karim aprovechó el silencio:

– Comisario, déjeme…

– No es el momento.

Niémans se enderezó y alisó con un ademán nervioso los faldones de su abrigo. Esta coquetería no cuadraba con su cabeza de poli cuadriculado. Karim insistió:

– Sophie Caillois ha hecho el equipaje.

Los ojos enmarcados por los círculos de cristal se volvieron hacia él.

– ¿Cómo? Habíamos apostado un hombre…

– No ha visto nada. Y en mi opinión, ya está lejos.

Niémans observaba a Karim. Como a un animal inusitado, genéticamente improbable.

– ¿Qué quiere decir este nuevo desastre? -inquirió-. ¿Por qué tenía que huir?

– Porque usted tenía razón desde el principio. -Karim se dirigía al comisario, pero miraba a Vermont-. Las víctimas comparten un secreto. Y ese secreto está relacionado con los asesinatos. Sophie Caillois ha huido porque conoce ese vínculo. Y porque es, tal vez, la próxima víctima del asesino.

– Cojones…

Niémans se ajustó de nuevo las gafas. Pareció reflexionar unos minutos y después, esquivando el mentón como un boxeador, animó a Karim a proseguir.

– Tengo novedades, comisario. He descubierto en casa de los Caillois una inscripción grabada en una de las paredes. Una inscripción firmada «Judith» y que habla de «ríos de color púrpura». Usted buscaba un punto común entre las víctimas. Le propongo al menos uno, entre Caillois y Sertys: Judith. Mi pequeña, mi cara borrada. Sertys profanó su sepultura. Y Caillois recibió un mensaje firmado con su nombre.

El comisario se dirigió hacia la puerta.

– Ven conmigo.

Vermont se levantó, encolerizado.

– ¡Eso es, lárguense! ¡Sigan con sus misterios!

Niémans ya empujaba a Karim hacia el exterior. La voz del capitán chillaba:

– ¡Ya no forma usted parte de la investigación, Niémans! ¡Está relevado! ¿Lo comprende? Ya no tiene ningún peso… ¡Ninguno! ¡Es usted un soplo, una corriente de aire! Váyase a escuchar los delirios de este advenedizo… Un ilegal y un golfo… ¡Vaya equipo! Yo…

Niémans acababa de entrar en una oficina vacía, a varias puertas de allí. Empujó a Karim, encendió la luz y cerró la puerta, cortando en seco el discurso del gendarme. Agarró una silla y se la ofreció. Su voz murmuró simplemente:

– Te escucho.

44

Karim no se sentó y empezó en un tono frenético:

– La inscripción de la pared decía concretamente: «Subiré a la fuente de los ríos de color púrpura». Con sangre en lugar de tinta. Y una hoja en lugar de buril. Una visión para hacerte temblar el resto de tus noches. Con tanta mayor razón cuanto que el mensaje está firmado «Judith». Sin duda alguna: «Judith Hérault». El nombre de una muerta, comisario. Desaparecida en 1982.

– No entiendo nada.

– Yo tampoco -murmuró Karim-. Pero puedo imaginar algunos hechos que han marcado este fin de semana.

Niémans permanecía en pie. Meneó lentamente la cabeza. El beur continuó:

– Son éstos. El asesino elimina primero a Rémy Caillois, digamos, durante el día del sábado. Mutila el cuerpo y luego lo incrusta en la pared de piedra. No tengo la menor idea del porqué de todo este teatro. Pero a partir del día siguiente se aposta en algún lugar del campus. Vigila los actos y gestos de Sophie Caillois. Al principio, la joven no se mueve, pero después acaba por salir digamos que a mediodía. Tal vez se va a buscar a Caillois a las montañas, no lo sé. Durante este tiempo, el asesino entra en su casa y firma su crimen en la pared: «Subiré a la fuente de los ríos de color púrpura».

– Continúa.

– Más tarde, Sophie Caillois vuelve a su casa y descubre la inscripción. Capta el significado de las palabras. Comprende que el pasado se está despertando y que sin duda han matado a su marido. Dominada por el pánico, viola el secreto y telefonea a Philippe Sertys, que es o ha sido cómplice de su marido.

– Pero, ¿de dónde sacas todo esto?

Karim se inclinó y dijo en voz baja:

– Mi idea es que Caillois, Sertys y su mujer son amigos de infancia y cometieron un acto culpable cuando eran niños. Un acto que tiene cierta relación con los términos «ríos de color púrpura» y la familia de Judith.

– Karim, ya te lo he dicho: en los años ochenta, Caillois y Sertys tenían diez o doce años, ¿cómo puedes imaginar…?

– Déjeme acabar. Philippe Sertys llega a casa de los Caillois. Descubre a su vez la inscripción. Él también capta la alusión a los «ríos de color púrpura» y empieza a asustarse en serio. Pero se previene contra lo más urgente: disimular la inscripción, que hace referencia a algo, un secreto que es preciso ocultar a toda costa. Estoy seguro de esto: a pesar de la muerte de Caillois, a pesar de la amenaza de un asesino que firma su crimen como «Judith», Sertys y Sophie Caillois sólo piensan en estos momentos en borrar la marca de su propia culpabilidad. El auxiliar de enfermería va entonces a buscar rollos de papel pintado que pega sobre el mensaje. Por eso huele a cola en todo el apartamento.

La mirada de Niémans brilló. Karim comprendió que el poli también había notado ese detalle, sin duda durante el interrogatorio de la mujer. Prosiguió:

– Esperan durante todo el domingo. O intentan otra búsqueda, no lo sé. Al final, al atardecer, Sophie Caillois se decide a avisar a los gendarmes. En el mismo momento se descubre el cadáver en el precipicio.

– ¿Tienes la continuación?

– Aquella noche, Sertys corre en la oscuridad hacia Sarzac.

– ¿Por qué?

– Porque el asesinato de Rémy Caillois está firmado por Judith, muerta y enterrada desde hace quince años en Sarzac. Y Sertys lo sabe.

– Es muy rebuscado.

– Tal vez. Pero la noche anterior Sertys estaba en mi pueblo, con un cómplice que podía ser nuestra tercera víctima: Edmond Chernecé. Registraron los archivos de la escuela. Fueron al cementerio y abrieron el panteón de Judith. Cuando uno busca a un muerto, ¿adónde va? A su tumba.

– Continúa.

– Ignoro qué encuentran Sertys y el otro en Sarzac. Ignoro si abren el ataúd. No he podido investigar mucho en el registro del panteón. Pero presiento que no descubren nada que les satisfaga plenamente. Entonces regresan a Guernon con el miedo en el cuerpo. Por Dios, ¿puede imaginárselo? Está en circulación un fantasma decidido a eliminar a todos los que le han hecho daño…

– No tienes ninguna prueba de lo que estás contando.

Karim eludió la observación.

– Estamos en el amanecer del lunes, Niémans. A su vuelta, Sertys es sorprendido por el fantasma. Es el segundo asesinato. Nada de tortura, nada de suplicio. Ahora el espectro ya sabe lo que quería saber. Sólo falta llevar a cabo su venganza. Sube al teleférico con el cuerpo a cuestas hasta las montañas. Todo está premeditado. Ha dejado un mensaje en su primera víctima. Debe dejar otro en el cuerpo de la segunda. Y ya no se detendrá más. Su tesis de la venganza es correcta, Niémans.

El comisario se sentó, con la espalda dolorida. Estaba empapado de sudor.

– ¿La venganza de quién? ¿Y quién es el asesino?

– Judith Hérault. O mejor: alguien que ha adoptado el papel de Judith.

El comisario guardó silencio con la cabeza gacha. Karim se acercó todavía más.

– He vuelto a la sepultura de Sylvain Hérault, Niémans, al crematorio del cementerio. Sobre la muerte propiamente dicha, no he encontrado nada de particular. Hérault murió aplastado por un mal conductor. Tal vez se podría rascar algo más a este respecto, aún no lo sé… Pero esta noche ha sido la propia sepultura la que me ha ofrecido un nuevo elemento. Ante el tragaluz había un ramillete de flores frescas. Me he informado: ¿sabe quién va a depositar allí flores cada semana desde hace años? Sophie Caillois.