– Es mejor que se lo conceda -aconsejó Strong.
Eisenhower no quería demorar la firma y dijo:
– Infórmeles que cuarenta y ocho horas después de esta medianoche ordenaré cerrar las líneas del frente occidental, para que no puedan pasar más alemanes. Tanto si se firma como si no se firma el pacto.
Las palabras eran amenazadoras, pero concedían a Jodl lo que éste deseaba, dos días de plazo. De todos modos, envió un telegrama a Doenitz y Von Keitel, en el que dejaba trasuntar la decepción que sentía:
«El general Eisenhower insiste en firmar hoy. De lo contrario las líneas aliadas quedarán cerradas aun a los que deseen rendirse individualmente, y las negociaciones cesarán. No veo más alternativa que el caos, o firmar. Pido confirmación inmediata por radio sobre si se autoriza la firma de la capitulación. En tal caso, las hostilidades cesarían a la una del 9 de mayo, hora alemana.»
Era casi medianoche cuando Doenitz recibió el mensaje. Para ese entonces Jodl ya había enviado otro: «Conteste al radiograma con la mayor urgencia.»
Doenitz consideró que los términos del convenio eran una «manifiesta extorsión», pero no tenía otra alterativa. Las cuarenta y ocho horas que Jodl había conseguido permitían salvar a millares de alemanes de la esclavitud y la muerte. En consecuencia, Doenitz autorizó a Von Keitel para que enviase su conformidad, y poco después de la medianoche éste mandó a Jodl el siguiente mensaje por radio:
«El gran almirante Doenitz le concede plenos poderes para firmar según las condiciones estipuladas.»
A la una y media de la mañana, el comandante Ruth Briggs, secretario de Smith, llamó por teléfono a Butcher y le dijo:
– La fiesta va a empezar.
Luego le pidió que no dejase de llevar las dos plumas, si no, «¿cómo podía terminarse una guerra sin plumas?»
El salón donde se celebraría la ceremonia fue en un tiempo un recinto de esparcimiento donde los estudiantes jugaban al ajedrez y al tenis de mesa. Las paredes aparecían cubiertas de mapas, y en un extremo de la estancia había una mesa de gran tamaño que se empleaba en las ceremonias escolares.
Cuando Butcher llegó al salón, éste se hallaba ya atestado de gente, entre los que se contaban los diecisiete periodistas seleccionados; el general de división Iván Suspolarov y otros dos oficiales soviéticos; el general de división François Sevez, representante francés; tres oficiales británicos, el general Morgan, el almirante Harold Burrough y el mariscal del Aire sir James Robb; y por último el general Carl Spaatz, comandante de las Fuerzas Aéreas Estratégicas de Estados Unidos en Europa.
Bedell Smith entró en la estancia, parpadeando repetidas veces, a causa del resplandor de los focos instalados por los operadores de cine. Comprobó la distribución de los asientos y dio algunas instrucciones acerca de la forma en que debía actuarse. Poco después Jodl y Friedenburg hicieron su aparición, se detuvieron desconcertados unos instantes, cuando recibieron la luz en los ojos.
Los actores principales de la ceremonia tomaron asiento alrededor de la gran mesa, y Butcher colocó una de las estilográficas ante Smith y otra ante Jodl, que se sentaba frente al general americano. Smith manifestó a los alemanes que los documentos estaban preparados, y preguntó si se hallaban dispuestos para firmar.
Jodl asintió levemente y firmó los primeros documentos que estipulaban un alto el fuego total al día siguiente, a las 23'01, hora de Europa Central. El rostro de Jodl aparecía impasible, pero Strong notó que tenía los ojos húmedos. Butcher entregó entonces a Jodl su propia estilográfica, para que firmase el segundo documento, pensando en que sería un recuerdo interesante. Por fin, colocaron su firma Smith, Susloparov y Sevez. Eran exactamente las 2,41 del 7 de mayo de 1945.
Se inclinó Jodl a continuación sobre la mesa y dijo en inglés:
– Desearía decir algunas palabras.
– Desde luego -contestó Smith.
Jodl recogió el único micrófono que había en la mesa y comenzó a hablar en alemán.
– General -manifestó-; con la firma de este documento, el pueblo y las Fuerzas Armadas de Alemania quedan, para bien o para mal, en manos del vencedor. En esta guerra, que ha durado más de cinco años, los alemanes han padecido tal vez más que ningún otro pueblo en el mundo. En esta ocasión sólo me queda expresar la esperanza de que el vencedor querrá tratarlos con magnanimidad.
Eisenhower paseaba impaciente entre su despacho y el de su secretaria. Para Kay Summersby, el silencio resultaba opresivo. De pronto se presentó Smith, con una sonrisa ligeramente forzada en el rostro, y anunció que se había firmado la rendición.
En la oficina adyacente, la secretaria, teniente Summersby, oyó el resonar de recias botas sobre el suelo, e instintivamente se puso de pie. Jodl y Friedeburg pasaron junto a ella sin mirarla siquiera y se encaminaron hacia la puerta del despacho de Eisenhower, donde se detuvieron y saludaron militarmente, dando un fuerte taconazo. La mujer tuvo la sensación de que «eran el prototipo que aparecía en las películas nazis, con su rostro sombrío, erguidos y desdeñosos».
Eisenhower aparecía inmóvil, con un continente más militar del que Summersby le había visto nunca.
– ¿Han comprendido los términos de la rendición que acaban de firmar?-inquirió Eisenhower.
Strong tradujo y Jodl replicó afirmativamente en alemán.
– Se les dará más detalles e instrucciones posteriormente, y esperamos que lo cumplan con fidelidad.
Jodl movió afirmativamente la cabeza.
– Eso es todo -dijo Eisenhower secamente.
Los alemanes se inclinaron, y después de saludar abandonaron la estancia detrás de la teniente Summersby. De pronto en el rostro de Eisenhower apareció una amplia sonrisa.
– ¡Vamos a hacernos una fotografía! -exclamó, mientras los fotógrafos se aproximaban. Todos procuraron colocarse junto al comandante supremo, que sostuvo las dos estilográficas formando la V de la victoria.
Luego envió el siguiente mensaje a los jefes del Estado Mayor conjunto:
«La misión de esta fuerza aliada quedó completada a las 2'41, hora local, del 7 de mayo de 1945. Eisenhower.»
Llamó después a Bradley al hotel Fürstenhof, de Bad Wildungen. Bradley llevaba cuatro horas durmiendo, y oyó que el comandante supremo le decía:
– Brad, todo ha concluido. Se ha firmado el armisticio.
A su vez, Bradley llamó a Patton, el cual se hallaba descansando en su remolque, en la localidad de Regensburg.
– Ike acaba de llamarme, George. Los alemanes se han rendido. La capitulación entra en vigor en la medianoche del ocho de mayo. Debemos mantener nuestros puestos en la línea de combate actual. Ya no hay razón para emprender ninguna acción.
Bradley extendió su mapa de campaña y con un lápiz graso escribió: «D más 335.» Luego se dirigió a la ventana de su habitación y abrió las persianas de oscurecimiento antiaéreo. En la clase de la Escuela Técnica, los diecisiete corresponsales acababan de escribir el artículo más importante de la contienda: la paz en Europa. Sus despachos ya habían pasado por el censor, cuando el general Allen entró y anunció que las noticias no podrían comunicarse hasta pasado un día y medio. Dijo que el general Eisenhower lo lamentaba mucho, pero que se veía incapacitado para actuar, por orden de una alta autoridad política, y que nada podía hacerse en contrario.
Un grito unánime de protesta se alzó de los corresponsales.
– Considero que debieran transmitirse las noticias -dijo Allen, y añadió que la fecha que se había dado era arbitraria, pues los Tres Grandes aún no se habían puesto de acuerdo sobre la fecha en que se anunciaría la capitulación-. De todos modos, trataré de hacer lo posible por conseguir aminorar el plazo, pero no sé qué resultado obtendré. En cualquier caso, lo único que nos resta es volver a París.