El 8 de mayo, por la mañana, la única lucha violenta que aún persistía en el Frente Oriental, se llevaba a cabo en Yugoslavia, donde los partisanos de Tito habían rodeado casi por completo a los doscientos mil soldados que quedaban del Grupo de Ejército F, mandado por el generaloberst Alexander Loehr. En los pasados dos meses, casi cien mil soldados de este grupo habían muerto en la lucha.
A la derecha de Loehr, el Grupo de Ejército Sur, bajo el mando del historiador austríaco Rendulic, presentaba una línea ininterrumpida desde el sur de Austria hasta la frontera con Checoslovaquia. Los cuatro ejércitos de Rendulic habían combatido muy poco desde la caída de Viena. Confiando en que los americanos y los británicos se le unirían en la lucha contra los bolcheviques, Rendulic envió un emisario al general de división Walton H. Walker, del XX Cuerpo de Estados Unidos, pidiéndole permiso para trasladar las tropas alemanas de reserva a través de las líneas americanas, hasta el Frente Oriental. Walker se negó secamente, y Rendulic, decepcionado e ignorando todo lo concerniente a las negociaciones de Reims, ordenó por su cuenta que cesaran las hostilidades en el Oeste a las nueve de esa misma mañana. Los cuatro ejércitos que se enfrentaban a los soviéticos recibieron la orden de deponer las armas y de retirarse hacia el Oeste.
El feldmarschall Schoerner, que ya había ordenado a sus soldados que huyesen a las líneas americanas, recibió un telegrama de Doenitz informándole que al llegar la medianoche entraría en vigor la rendición incondicional de las tropas. Desde ese momento Schoerner daría la orden de alto el fuego y permanecería con sus soldados en el lugar donde se encontraba. Algunos de sus oficiales consideraron que habían sido traicionados, pero Schoerner aceptó la situación resignadamente. Ordenó, sin embargo, a sus tropas que se dividiesen en grupos pequeños y que escapasen hacia el Oeste lo antes posible, llevando con ellos a cuantos civiles pudiesen.
A las diez de la mañana, el coronel Wilhelm Meyer-Detring llegó al cuartel general de Schoerner, situado a unos noventa y cinco kilómetros al norte de Praga, en compañía de cuatro americanos. Meyer dijo a Schoerner que quedaría relevado del mando en cuanto la capitulación entrase en vigor, a medianoche.
Schoerner envió sus últimos mensajes y luego decidió marchar al Tirol en avión para hacerse cargo del mando de Alpenfestung, según órdenes anteriores de Hitler. [76]
Hans-Ulrich Rudel, el aviador preferido de Hitler, se enteró de que la guerra había terminado cuando regresaba de una misión, hasta su base aérea del norte de Praga, en las últimas horas de la mañana. Reunió entonces a sus hombres, les agradeció su valentía y lealtad, y les estrechó la mano a todos.
Con otros seis pilotos, Rudel voló hacia las líneas americanas, donde esperaba recibir atención médica para su pierna amputada. Ya sobre el aeropuerto bávaro de Kitzingen, Rudel observó a los soldados americanos desfilando. Guió entonces su pequeña escuadrilla de tres «Junker 87» y cuatro «Focke-Wulf 190» en una pasada rasante hacia la pista de aterrizaje. Cuando las ruedas de su aparato tocaron tierra, Rudel frenó violentamente mientras agitaba la barra de mando, lo que provocó la rotura del tren de aterrizaje. Cuando abrió la cabina, un soldado americano le apuntó con un revolver y trató de sacarle a la fuerza. Rudel le dio un empujón, y cerró la cabina del avión. Poco después un grupo de oficiales americanos le sacaban del aparato y le llevaban hasta una sala de primeros auxilios, para que le vendasen el ensagrentado muñón de la pierna. A continuación le condujeron a una sala de oficiales donde se hallaban sus pilotos. Estos se pusieron de pie e hicieron el saludo nazi. Un intérprete dijo a Rudel que el comandante americano no permitía aquel saludo. También le preguntó si hablaba inglés.
– Aun cuando hablase inglés, estamos en Alemania, y aquí yo hablo alemán -contestó Rudel-. Por lo que se refiere al saludo, se nos ha ordenado saludar de esa forma, y como soldados que somos cumplimos las órdenes que nos dan. Por otra parte, poco importa que nos permitan o no saludar como lo hacemos.
Rudel miró con gesto de desafío a unos cuantos oficiales que había sentados ante una mesa próxima y añadió:
– El soldado alemán no ha sido derrotado por incapacidad, sino por la abrumadora superioridad de material. Aterrizamos aquí porque no deseábamos permanecer en la zona soviética. Preferimos también no discutir más este asunto, y que nos den algo de comer y nos permitan bañarnos.
Los americanos dejaron que sus prisioneros tomasen una ducha, y mientras estaban comiendo un intérprete dijo a Rudel que el comandante de la base deseaba sostener con él y sus oficiales una charla amistosa, si no tenía inconveniente.
A semejanza de Rudel, varios millones de alemanes del Frente Oriental estaban tratando de llegar a las líneas americanas. Muchos se encaminaban hacia Enn, en Austria, con la intención de atravesar el río frente a la 65.» División de Estados Unidos.
Al anochecer, varios grupos de alemanes de la 12.ª División Panzer SS avanzaron medio extenuados hacia el puente, cuya barricada de grandes troncos había sido retirada en parte, para dejar pasar sólo un camión a la vez. Alguien gritó en esos momentos «Russky!», y se produjo una frenética carrera hacia el puente. Los camiones que lo estaban atravesando arremetieron contra los fugitivos, quince de los cuales resultaron muertos, y muchos otros recibieron heridas. El acceso al puente estaba totalmente obstruido, y los aterrados alemanes corrían por las cercanías, gritando:
– Russky! Russky!
Un tanque mediano soviético avanzó hacia el puente. En la torrecilla podía verse a un teniente que reía sin cesar, ante el espectáculo de seis mil hombres que corrían desesperadamente para huir de su cañón.
4
En horas tempranas del 8 de mayo, Truman escribió a su madre y hermana la siguiente carta:
«Queridas mamá y Mary:
»Esta mañana cumplo sesenta y un años. Anoche dormí en la habitación presidencial de la Casa Blanca. Han terminado de pintarla y algunos de los muebles se encuentran ya en su sitio. Espero que esté dispuesta para vosotras el próximo viernes. (Mi costosa pluma de oro no escribe como debiera.)
»Este será un día histórico. A las nueve de esta mañana deberé dirigirme por radio al país, anunciando la capitulación de Alemania. Los documentos se firmaron ayer por la mañana y las hostilidades cesarán en todos los frentes esta noche, a las doce. ¿No es ése un buen regalo de cumpleaños?
»He sostenido una conversación con el primer ministro de Gran Bretaña. Este, junto con Stalin y el presidente de Estados Unidos, han acordado dar la noticia simultáneamente en las tres capitales. Convinimos una hora que fuese adecuada para todos. Se hará a las nueve de la mañana, hora de Washington, cuando en Londres sean las tres de la tarde, y en Moscú las cuatro. [77]
»Mister Churchill me llamó al amanecer para preguntarme si podíamos dar la noticia inmediatamente, sin tener en cuenta a los rusos. Yo me negué, y él trató de convencerme para que hablase con Stalin. Por fin accedió ajustarse al plan previsto, pero estaba tan irritado como una gallina mojada.
»Los acontecimientos se han precipitado arrolladoramente desde el 12 de abril. No ha transcurrido un día sin que haya dejado de tomar una decisión trascendental. Hasta el momento, la suerte me ha acompañado, y espero que siga haciéndolo. De todos modos, la fortuna no puede seguir ayudándome constantemente, y espero que cuando corneta un error, éste no sea demasiado grande, y pueda hallársele remedio.
[76] Cuando llegó al Tirol no había
[77] Stalin, en realidad, aún estaba disconforme con un anuncio tan prematuro, y declaró sus razones en un mensaje que envió a Truman.