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Y salieron de la habitación. Pero todas las enfermeras fueron violadas y luego las metieron en camiones con destino al Este. Cuando los rusos llegaron al piso del doctor Bartoleit, le hallaron muerto en el suelo, con una pistola en la mano. A su lado yacían, también sin vida, su mujer y su hija.

3

Al día siguiente, 6 de febrero, el Führer decía en Berlín a sus allegados que los Tres Grandes trataban de aniquilar a Alemania. [8]

– Hemos llegado al último cuarto de hora -dijo sombríamente-. La situación es seria, muy seria. Parece incluso desesperada.

Pero insistió en que aún había una oportunidad de lograr la victoria si se defendía palmo a palmo el suelo de la patria.

– Mientras sigamos luchando -agregó-, seguirá habiendo esperanza, y eso, indudablemente, será bastante para impedirnos pensar en que todo ha terminado. Ningún partido se pierde hasta el momento del pitido final. Como Federico el Grande, nosotros también vamos a combatir a la coalición, y ésta, recordadlo, no es una entidad estable, sino que existe sólo en la voluntad de un puñado de hombres. Si Churchill desapareciese repentinamente, todo podría cambiar en un instante.

La voz de Hitler se elevó de tono, llena de excitación:

– ¡Aún podemos lograr la victoria, en la carrera final! Disponemos de tiempo para ello. Todo lo que tenemos que hacer es negarnos a considerarnos derrotados. Para el pueblo alemán, el simple hecho de continuar con una vida independiente, resultará una victoria. Y sólo eso, será suficiente justificación para esta guerra, que así no se habrá librado en vano

El general de las SS Karl Wolff -el «Wolffchen» de Himmler, y jefe de las SS en Italia, llegó a la Cancillería para pedir explicaciones satisfactorias acerca del asunto de las armas secretas, y sobre el futuro de Alemania. Su jefe, el reichsführer, no fue capaz de contestarle, por lo que se dispuso a entrevistarse con el mismo Hitler. Con él se hallaba el ministro de Asuntos Exteriores, Joachin von Ribbentrop.

– Mi Führer -dijo Wolff-. Si no le es posible dar una fecha para el empleo de las armas secretas, los alemanes debemos entrevistarnos con los angloamericanos para concertar la paz. El rostro de Hitler permanecía inexpresivo como una máscara, mientras el locuaz Wolff revelaba que había celebrado ya dos entrevistas con tal fin: con él cardenal Schuster, de Milán, un antiguo amigo del Papa, y con un agente del Servicio Secreto británico.

Wolff dejó de hablar unos instantes. Hitler nada dijo, pero comenzó a chasquear los dedos. Wolff interpretó esto como que podía seguir hablando, y propuso que había llegado el momento de elegir uno de esos mediadores.

– Mi Führer -prosiguió diciendo-. Es perfectamente evidente que existen diferencias naturales entre esos antinaturales aliados (los Tres Grandes). Pero no se ofenda si le digo que no creo que esa alianza vaya a destruirse espontáneamente, sin nuestra activa intervención.

Hitler inclinó la cabeza, como si asintiera, y siguió chasqueando los dedos. A continuación sonrió, indicando que los veinte minutos de la audiencia habían ya transcurrido. Wolff y Ribbentrop salieron de la estancia, comentando animadamente la actitud del Führer, en apariencia favorable hacia su proposición. Cierto es que no había dicho una palabra, y que no había dado instrucciones específicas, pero tampoco había dicho que no. Ambos se separaron. Wolff para investigar las posibilidades que había en Italia, y Ribbentrop las de Suecia.

A un centenar de metros se hallaba Bormann en su despacho, escribiendo otra carta a Gerda, en la que describía la fiesta celebrada el día anterior con motivo del cumpleaños de Eva Braun, y en la que, como era lógico, había estado presente Hitler:

«Ella parecía dichosa, pero se quejó de que no había tenido un buen compañero de baile. También criticó a diversas personas con una aspereza que no es habitual en ella.»

Añadía Bormann que Eva se mostraba inquieta porque el Führer le acababa de decir que ella y otras mujeres tendrían que dejar Berlín dentro de pocos días. Esta carta de Bormann se cruzó con otra de Gerda en la que ésta exaltaba las glorias del Nacional Socialismo en los siguientes términos:

«…El Führer nos ha dado un concepto de lo que es el Reich, el cual se ha difundido -y aún sigue haciéndolo en secreto, por todo el mundo-. Los increíbles sacrificios que realizan nuestras gentes -y que sólo pueden hacer debido a que están imbuidas de esa idea-, son buena prueba de su fortaleza, y demuestran al mundo lo necesaria que es nuestra lucha.

»Llegará el día en que el Reich de nuestros sueños surgirá ante todos. ¿Viviremos nosotros o nuestros hijos, para verlo? En cierto modo, esto me recuerda el "Crepúsculo de los Dioses", de las Eddas: los gigantes y los enanos, el lobo Fenris, la serpiente de Mitgard y todas las fuerzas del mal, se unen contra los dioses. La mayoría ya han caído, y los monstruos asolan el puente de los dioses. Los ejércitos de los héroes caídos luchan en una batalla invisible; las Valkyrias se les unen, la ciudadela de los dioses se desmorona y todo parece perdido. Y de pronto, una nueva ciudadela se levanta, más hermosa que nunca, y Baldur comienza a vivir de nuevo.»"Papi", siempre me asombra observar lo próximos que los antepasados se hallaban a nosotros en sus mitos, especialmente en las Eddas

»Mi bienamado, soy tuya totalmente, y viviremos para seguir luchando, aun cuando sólo uno de nuestros hijos sobreviva a esta tremenda conflagración.

»Tuya,

«Mami.»

4

Para los habitantes de un país democrático, la filosofía nazi resulta incomprensible, algo así como una fantasía retorcida; pero no era lo mismo para los germanos, que habían visto a Hitler rescatar a su patria de un estado cercano a la revolución comunista, y salvarlo del desempleo y el hambre. Aunque eran pocos relativamente los alemanes miembros del Partido, nunca en la historia se dio el caso de un hombre que encandilase a tantos millones de seres. Hitler había surgido de un lugar ignorado para llegar a dominar por completo una gran nación, no sólo por la fuerza y el terror, sino también con ideas. Ofreció a los alemanes el destacado lugar que éstos creían merecer, mientras les advertía constantemente que sólo lo lograrían si se aniquilaba a los judíos y a su siniestra confabulación para dominar el mundo con la doctrina bolchevique.

Por encima de todo, el odio contra el bolchevismo había sido inculcado incesantemente en los germanos, durante más de un decenio, y era este odio el que animaba a los soldados del Frente Oriental a resistir desesperadamente. Hitler les había dicho una y otra vez que los rojos destruirían a sus mujeres, sus hijos, sus hogares y a la patria misma. Y por ello los soldados seguían luchando contra toda esperanza, impulsados por el odio, el temor y el patriotismo. Más que con máquinas y armas, luchaban con firmeza, desesperación y ruda valentía. Y a pesar de los inmensos recursos del ejército soviético, que les superaba abrumadoramente en tanques, cañones y aviones, el Frente Oriental comenzaba a estabilizarse. Una semana antes, aquello hubiera parecido realmente imposible.

El compendio del espíritu de lucha, en el Frente Oriental, era el oberst (coronel) Hans-Ulrich Rudel, jefe de un grupo de bombarderos «Stuka». De estatura mediana, el coronel impresionaba por su exuberante vitalidad. Más que andar, saltaba; más que hablar, clamaba con su fuerte voz. Tenía el pelo ondulado, de color castaño claro; ojos verdes, y recias facciones que parecían talladas con cincel. Creía sin reservas en el Führer, a pesar de lo cual no había nadie que criticase más abiertamente los errores de los miembros del Partido y de los jefes militares. Tras casi 2.500 misiones de combate durante seis años, sus hazañas se habían convertido en legendarias. Había hundido un acorazado y destruido unos 500 carros de asalto.

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[8] Las conversaciones privadas de Hitler desde febrero de 1945 hasta abril del mismo año, fueron transcritas fielmente por Bormann a petición del propio Führer, con el fin de que pudiesen conservarse para la posteridad. El 17 de abril de 1945, Hitler confió los documentos titulados Bormann-Vermerke (las notas de Bormann) a un funcionario del partido, que recibió la orden de esconderlas en sitio seguro. Estos notables escritos, cada uno de los cuales está refrendado con la firma de Bormann, no fueron publicados hasta 1959, en que aparecieron bajo el título de El testamento político de Adolf Hitler; los documentos de Hitler-Bormann.