«Señor presidente:
»Me permito sugerir que diga usted que se trata de un asunto muy importante y urgente, y que los tres ministros de Asuntos Exteriores pueden presentar mañana una proposición [12] para llegar a un pronto acuerdo, en el asunto de la división.
«Harry.»
No bien acababa Roosevelt de leer esta nota, cuando Stettinius le entregó otra, escrita con su prolija caligrafía, y cuya firma terminaba en una optimista rúbrica ascendente:
«Señor presidente:
»Podemos acceder de buen grado a esa primera entrevista de ministros de Asuntos Exteriores.
»Ed.»
– Si este asunto se discutiese por todo el mundo, habría un centenar de planes de partición -manifestó Roosevelt-. Por consiguiente, solicito que quede limitado a nuestros tres países, y que los ministros de Asuntos Exteriores correspondientes presenten mañana un plan.
– ¿Se refiere usted a un plan para estudiar el asunto de la partición, o un plan para la división en sí misma?
– A un plan para estudiar la partición.
Si Churchill pareció estar conforme, Stalin no lo estaba, ciertamente.
– Considero que la sugestión del primer ministro, de no decir la verdad a los alemanes, es un tanto arriesgada. Debemos decírsela, y por adelantado.
– La idea del mariscal, que en cierto modo es semejante a la mía -aclaró Roosevelt-, es que resultaría más fácil si se les informa de lo que se proyecta.
– No querrá usted hacer eso -replicó Churchill-. A Eisenhower no le parece conveniente. Eso impulsaría a los alemanes a luchar con mayor energía. Es necesario que no se divulgue este asunto.
Roosevelt preguntó a Churchill si accedería a que se incluyese la palabra «desmembración» en los artículos del armisticio que la Comisión Consultiva Europea también había redactado.
– Sí, accedería a ello -asintió Churchill, con un gruñido.
– Queda por decidir lo de la zona francesa -prosiguió diciendo Roosevelt.
Churchill y Stalin se miraron uno a otro como dos gallos de pelea. Recientemente, ante la insistencia de De Gaulle, y con el apoyo entusiasta de Churchill, Francia había sido admitida como miembro de la Comisión Consultiva Europea, pero no se le había asignado una zona de ocupación a causa de la firme oposición de Stalin. La noche anterior Churchill había dicho que cualquier cosa que contribuyese a mantener la unidad de los Tres Grandes, recibiría su voto, pero en ese momento estaba dispuesto a arriesgar tal unidad por una causa que lo merecía… como era dar una zona de ocupación a Francia.
Churchill se puso de pie aparentemente para defender la causa de Francia, pero en realidad para detener la agresividad soviética. Tenía la seguridad de que en cuanto la Alemania de Hitler hubiese quedado derrotada, el equilibrio del poder quedaría gravemente alterado, y Rusia trataría de atraer a la órbita comunista al occidente europeo, como ya estaba haciendo con el sudeste. Proporcionar a Francia una zona en Alemania, contribuiría a fortalecer el frente contra el comunismo.
– Los franceses desean una zona, y yo estoy en favor de entregársela. Incluso les daría con gusto una parte de la británica -afirmó Churchill.
– Creo que pueden presentarse complicaciones en nuestro trabajo, si admitimos un cuarto miembro -contestó Stalin, aparentando la misma inocencia.
– Esto trae a colación el futuro de Francia en Europa -siguió diciendo Churchill-, y considero que los franceses han de jugar un papel importante en ese aspecto… Poseen gran experiencia en la ocupación de Alemania. Lo hacen eficazmente, y no se mostrarán remisos. Debemos permitir que aumente el poderío francés, para mantener sujeta a Alemania.
Luego Churchill miró significativamente a Roosevelt y añadió:
– No sé durante cuánto tiempo Estados Unidos seguirán con nosotros en la ocupación.
– Dos años -contestó rápidamente Roosevelt, sin darse cuenta de la repercusión que tal respuesta podía tener.
«Doc» Mathews, sentado detrás del presidente de Estados Unidos, vio que los ojos de Stalin refulgían cuando Pavlov tradujo esta frase.
Como si quisiera asegurarse de que Pavlov había oído «dos años» correctamente, Stalin pidió al presidente que se explicara, lo cual hizo éste:
– Puedo conseguir que el pueblo y el Congreso cooperen plenamente en beneficio de la paz, pero no me será posible conservar un ejército durante largo tiempo en Europa. Dos años serán el límite máximo.
La contenida alegría de Stalin era evidente. Harriman, que conocía al mariscal tan bien como a cualquier norteamericano, habría deseado que Roosevelt no hubiera proporcionado semejante ventaja a Stalin tan irreflexivamente.
– Espero que eso sea según se presenten las circunstancias -contestó Churchill, tratando de ocultar su desaliento-. De todos modos, necesitaremos a los franceses para que nos ayuden.
– Francia es nuestra aliada -dijo Stalin, de un modo que recordó a uno de los norteamericanos la imagen de un gato tragándose un ratón-. Hemos firmado un pacto con ella, y queremos que disponga de un gran ejército.
Stalin podía permitirse una muestra de magnanimidad.
Pocos momentos más tarde Roosevelt volvió a provocar la consternación de Churchill cuando dijo:
– Preferiría que los franceses no tomasen parte en el control de los asuntos.
Esto no resultaba claro ni siquiera para Hopkins, ya que Francia se había unido recientemente a la Comisión Consultiva Europea, por lo que comenzó a escribir otra nota.
Stalin prefirió pensar que Roosevelt le apoyaba en contra de Churchill, y por ello dijo:
– Estoy de acuerdo en que los franceses deben fortalecerse, pero no olvidemos que en esta guerra Francia abrió las puertas al enemigo… El control y administración de Alemania debe ser sólo para aquellas potencias que han permanecido firmes contra ella desde el comienzo. Y hasta ahora, Francia no se halla incluida en ese grupo.
– Todos hemos tenido dificultades desde el principio de esta guerra -hizo notar Churchill, con gesto de disgusto-. Pero lo cierto es que Francia debe ocupar el lugar que le corresponde. La necesitamos para defendernos de Alemania… Después que los norteamericanos se hayan marchado, habrá que pensar seriamente en el futuro.
Sin duda Stalin se daba cuenta de lo que Churchill quería significar, y repitió que estaba en contra de que Francia tomase parte en la dirección superior de los asuntos. Mientras Churchill seguía defendiendo su punto de vista, Harry Hopkins terminó su nota y se la pasó a su jefe. Decía así:
«1. Francia está en la Comisión Consultiva Europea, en este momento. Puede por consiguiente tratar de los asuntos alemanes ahora.
»2. Prometa la entrega de una zona.
»3. Postergue cualquier decisión acerca de la Comisión de Control.»
Roosevelt miró al frente, después de leer atentamente la nota, y declaró:
– Creo que no hemos tenido en cuenta la situación de Francia en la Comisión Consultiva Europea. Sugiero que se proporcione a Francia una zona de ocupación, pero que posterguemos la discusión acerca del control del asunto.
– Estoy de acuerdo -contestó Stalin, con una presteza que resultó sorprendente.
Para Stettinius era evidente que el mariscal no deseaba en esos momentos tener roces con Roosevelt, e igualmente era claro que se hallaba decidido a discutir encarnizadamente todos los aspectos con Churchill. Este dijo:
– Propongo que los tres ministros de Asuntos Exteriores proyecten el tipo de comisión de control que debe establecerse. Eden se inclinó hacia Churchill, le dijo algo al oído, y el primer ministro inglés añadió:
– Dice (Eden) que ya se ha estudiado esto, y por lo tanto retiro mi propuesta.
A continuación se habló de las compensaciones de guerra. Cuando Iván Maisky -que impresionó a Stettinius por su recortada barbita y su correcto inglés- presentó una demanda soviética de diez mil millones de dólares, fue Churchill el que se opuso a un pago tan oneroso, haciendo notar los desgraciados resultados que habían provocado las pesadas cargas establecidas al término de la Primera Guerra Mundial. También habló acerca del espectro del hambre en Alemania.