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Mientras los conferenciantes iban colocándose en torno a la gran mesa redonda para celebrar la cuarta reunión plenaria, en la tarde siguiente, Churchill arrastró una silla y se colocó entre Roosevelt y Stettinius.
– Tío José querrá tratar de Dumbarton Oaks -dijo con un ronco susurro.
Eso quería decir que Stalin accedería a las propuestas de Estados Unidos para votar en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas. En la conferencia de Dumbarton Oaks, celebrada el otoño anterior, y en la que se había bosquejado un plan para una Organización Mundial, los delegados norteamericanos manifestaron que para conservar la paz mundial, los cinco miembros permanentes del Consejo (Gran Bretaña, Estados Unidos, la URSS, China y Francia) debían votar unánimemente. Los americanos también habían insistido en que todos los miembros de la organización, fuesen grandes o pequeños, debían ser escuchados con el mismo interés.
La sesión comenzó con la sugerencia de Roosevelt de volver a tratar el asunto polaco. Stalin dijo que hacía una hora y media que había recibido la traducción de la carta de Roosevelt y que desde entonces trató infructuosamente de conseguir comunicación telefónica con Osabka-Morawski.
– Mientras tanto -manifestó Stalin-, Molotov ha preparado un plan que concuerda en cierto modo con el del presidente. Podremos escucharlo cuando hayan concluido de traducirlo. Entretanto, hablemos de Dumbarton Oaks.
Por vez primera Roosevelt estuvo seguro de lo que Molotov iba a decir.
– Creemos que las decisiones tomadas en Dumbarton Oaks -manifestó- y las modificaciones sugeridas por el presidente, nos asegurarán la colaboración de todas las naciones, lo mismo grandes que pequeñas, después de la guerra. Por consiguiente, consideramos aceptables las propuestas presentadas.
Roosevelt se mostró enormemente satisfecho… hasta que Molotov agregó que la Unión Soviética se contentaría con la admisión de tres, o dos al menos, de las Repúblicas Soviéticas, como miembros fundadores de las Naciones Unidas. El rostro de Roosevelt se ensombreció, y escribió apresuradamente: «Esto ya no está tan bien», pasándole luego el papel a Stettinius. A pesar de ello, elogió a los soviéticos por los grandes avances realizados, y comenzó una larga, aunque cortés crítica, acerca de la propuesta que acababa de presentar Molotov.
Hopkins le interrumpió entregándole otra nota:
«Señor presidente: Creo que debe pedir someterlo al estudio de los ministros de Asuntos Exteriores, antes de que se produzcan complicaciones.
»Harry.»
Roosevelt echó una mirada a la nota y luego dijo a los conferenciantes que era importante establecer la nueva Unión de Naciones sin mayor demora. Agregó que se sometieran todos los temas al estudio de los ministros de Asuntos Exteriores, que también podían elegir una fecha para la primera reunión de la U.N., la cual podía ser en marzo, por ejemplo.
– No estoy en desacuerdo con las proposiciones del presidente -manifestó Churchill-, pero considero que los secretarios de Asuntos Exteriores ya se han visto bastante abrumados de trabajo.
Dijo también que el mes de marzo le parecía demasiado pronto para celebrar la primera entrevista. La lucha estaba en su punto culminante, y la suerte del mundo era aún demasiado incierta. Stettinius deslizó una nota ante Roosevelt:
«Stimson piensa de igual forma.»
Pero a Roosevelt le interesó más otra nota que recibió de Hopkins, y que decía:
«Detrás de estas conversaciones hay algo cuya base desconocemos.
»Será mejor que esperemos hasta más tarde, para ver cuáles son sus propósitos.»
Debajo Roosevelt escribió: «Todo esto es repugnante», y subrayó la palabra «repugnante», añadiendo a continuación: «Es política localista.»
Mientras tanto, un ayudante entregaba a Molotov el proyecto sobre Polonia, y el ministro soviético comenzó a leerlo en voz alta. Tanto Roosevelt como Churchill fruncieron el ceño cuando Molotov leyó la tercera parte: «Resulta muy de desear que en el Gobierno Polaco Provisional se integren algunos de los líderes democráticos procedentes de los círculos polacos emigrados.»
– Sólo hay una palabra que no me gusta -observó Roosevelt-, y es la palabra «emigrados».
Churchill intervino y explicó, como para dar a Stalin una lección de Historia, que la palabra se había originado durante la Revolución Francesa, y su significado era: una persona que sale de su país por voluntad de sus compatriotas.
Luego Roosevelt escribió otra nota a Hopkins con su conciso estilo: «Tenemos para media hora.» Roosevelt ya había bromeado a veces en privado acerca de los largos discursos del «viejo y querido Winston», que consideraba a veces improcedentes, y que sin duda irritaban a Stalin.
Churchill estaba declarando que deseaba que Polonia recibiera territorios en el este de Alemania para compensar el que la Unión Soviética iba a tomar de Polonia Oriental, pero advirtió que no debería dárseles a los polacos mucho de ese territorio alemán.
– No quiero atracar al ganso polaco para que muera de indigestión germana -manifestó, e hizo notar que muchos ingleses quedarían sorprendidos ante la transferencia por la fuerza de unos seis millones de alemanes.
– Ya no habrá alemanes allí -dijo Stalin-. Cuando nuestras tropas entraron en la zona, los alemanes salieron huyendo.
– Entonces está el problema de cómo manejarlos en Alemania -siguió diciendo Churchill-. Ya hemos matado a seis o siete millones y probablemente daremos muerte a otro millón antes de que termine la guerra.
– ¿Uno, o bien dos millones?-interrumpió Stalin, jocosamente. -Bueno, no estoy poniendo límites -replicó Churchill, de no menos buen humor, y preguntó a Stalin si le parecía bien añadir las palabras «y algunos dentro de Polonia».
Stalin, siempre de buen talante, contestó:
– Sí, me parece aceptable.
– Bien -concluyó Churchill-; estoy de acuerdo con el presidente en que debemos suspender la sesión hasta mañana.
– También yo lo considero oportuno -dijo Stalin.
Una vez que se hubo levantado la sesión, Leahy opinó que había sido la reunión más prometedora hasta aquel momento, y varios norteamericanos comentaron la habilidad de Roosevelt para conciliar las discusiones que se suscitaron entre los otros dos dirigentes.
Los ingleses no hicieron tantos elogios, y algunos se hallaban resentidos por el papel de mediador que el mismo Roosevelt se había asignado. Unos pocos hablaron incluso de lo que consideraban como una total ignorancia de la historia de Europa Oriental. Eden manifestó que Roosevelt estaba demasiado impaciente «por demostrar a Stalin que Estados Unidos no se estaba "confabulando" con Gran Bretaña "en contra de Rusia"», lo cual sólo originaba «confusiones en las relaciones angloamericanas, de lo que se aprovechaban los soviéticos». Para él Roosevelt era un consumado político, capaz de visualizar claramente un objetivo inmediato, pero «cuya perspectiva a largo plazo no era muy acertada».
En las últimas horas de la noche, Churchill envió un largo telegrama a Clement Attlee, jefe del partido Laborista y primer ministro suplente.
«Hoy ha salido mucho mejor. Todas las proposiciones americanas para la constitución de Dumbarton Oaks han sido aceptadas por los rusos, quienes declararon que ello se debía principalmente a nuestra explicación, que les había tomado en una actitud propicia para aceptar el plan en su totalidad. También disminuyeron su petición de dieciséis miembros votantes en la asamblea, a sólo dos… A pesar de nuestros sombríos presentimientos, Yalta ha resultado bastante propicia hasta el momento…»
Mencionó asimismo la carta que Roosevelt había enviado a Stalin en relación con el nuevo Gobierno polaco, más representativo. Si ocho o diez polacos democráticos como Mikolajczyk quedaban integrados en el nuevo Gobierno, resultaría beneficioso para Gran Bretaña reconocer tal Gobierno en seguida.