«…Entonces podremos enviar embajadores y misiones a Polonia, y averiguar al menos lo que está sucediendo allí, así como si es posible establecer los fundamentos para unas elecciones libres y válidas, que puedan dar vida a un Gobierno polaco. Esperamos que en este difícil terreno nos darán plena libertad de acción…»
Attlee se mostró complacido con el extenso telegrama. Aunque él y Churchill eran los polos opuestos en el terreno político, el Gobierno inglés de la época de guerra actuaba casi con completa exclusión del aspecto interior. Ocultando una notable capacidad bajo una apariencia incolora, Attlee parecía un insignificante empleadillo. Pero sentía afecto por el rutilante Churchill, y respetaba su indudable competencia, aun cuando aseguraba que el primer ministro «se descarriaba» en algunas ocasiones. «Winston -dijo en cierta oportunidad- está formado por un noventa por ciento de genio y diez por ciento de necio impetuoso. Lo que necesita es una buena secretaria que le diga con energía: «¡No sea tan necio e impetuoso!»
También recordaba Attlee el comentario de Lloyd George acerca de Churchilclass="underline" «Ese es Winston. Tiene media docena de soluciones para cada problema, de las que sólo una es acertada. Lo malo es que no sabe cuál es la buena.»
3
Aquel día, 7 de febrero, el teniente general H.D.G. Crerar, comandante del Primer Ejército Canadiense, llamó a los corresponsables de guerra a su cuartel general táctico situado en Tillburg, Holanda, y les dio a conocer los planes de la operación «Veritable», que constituía el primer paso para el avance de Montgomery hasta el centro de Alemania.
La operación «Veritable» se iniciaría al día siguiente desde el flanco norte de las tropas de Montgomery. El campo de batalla se hallaba delimitado por dos ríos: el Rhin, que se internaba por Alemania hacia el norte y luego se dirigía bruscamente hacia el oeste, a Holanda. Pasaba entonces por Nimega, a sólo diez kilómetros al norte del Mosa, el segundo río, que procedía de Bélgica. El ataque canadiense comenzaría en esta estrecha franja de diez kilómetros, y seguiría hacia el sudeste, arrollando a todas las tropas alemanas situadas entre ambos ríos.
– Esta operación podrá prolongarse, resultando una lucha dura y fatigosa -manifestó Crerar a los corresponsales-. Todos confiamos, sin embargo, en que se concluirá satisfactoriamente la gran tarea que tenemos el honor y la responsabilidad de llevar a cabo.
El plan era simple en teoría, pero dependía en gran parte del tiempo y de la conformación especial del terreno que Crerar tendría que conquistar. Por la tarde, el hombre que había elegido para dirigir el asalto inicial, teniente general Brian Horrocks, comandante del 30.° Cuerpo británico, se dirigió hasta un puesto avanzado de observación cerca de Nimega, donde tantos americanos habían muerto en la tentativa de desembarco aéreo del otoño anterior. Hacia el sudeste, Horrocks descubrió un pequeño valle que se elevaba unos cincuenta metros en el Reichswald, un bosque de pinos tan denso que la visibilidad quedaba limitada a unos pocos metros. Horrocks tenía que atacar aquel siniestro bosque, y además la carretera que había más allá del mismo y que partía desde Nimega hacia el sudeste.
El problema inicial de Horrocks consistió en llevar doscientos mil hombres, así como tanques, cañones y vehículos, a la zona boscosa situada detrás de Nimega, sin que fuera observado. Durante las tres semanas anteriores, pero sólo por la noche, se habían trasladado 35.000 vehículos con soldados y suministros a la nueva posición, a pesar de la pertinaz lluvia que caía en aquellos momentos, que llegó a hacer intransitables numerosas carreteras.
Cuando Horrocks observó el horizonte, no pudo advertir ningún movimiento enemigo desacostumbrado, pero ello no hizo que disminuyera su preocupación. Los bosques y los alrededores de Nimega se hallaban atestados de tropas alemanas. ¿Qué ocurriría si llevaban a cabo un eficaz ataque aéreo, o si comenzaban de nuevo las lluvias?
Crerar no dijo a los corresponsales que una vez que los alemanes enviasen rápidamente refuerzos desde el sur, para detener la operación «Veritable», el flanco derecho de Montgomery avanzaría hasta la zona desocupada por esas tropas. Esa sería la operación «Granada», destinada a obligar al Alto Mando alemán a enviar de nuevo las reservas al sur. En la confusión subsiguiente, Horrocks se infiltraría rápidamente hasta el Rhin.
Para dirigir la operación «Granada», Montgomery había elegido al general William Simpson, comandante del 9.° Ejército de Estados Unidos. El «Gran Simp» -para distinguirlo del «Pequeño Simp», otro general americano de igual apellido- era alto, calvo y poseía recias facciones. Aunque tenía el aspecto de un fiero jefe indio, no había probablemente otro comandante de ejército que fuera menos temido por sus oficiales y más admirado, al mismo tiempo. Hablaba suavemente, rara vez perdía el control de sí mismo, y le bastaba una sola palabra de reproche para corregir al que cometía un error.
A unos cien kilómetros al sur de Nimega, Simpson aconsejó a sus comandantes que no mezclasen sus unidades.
– Manténgase en orden en el campo de batalla. Conserven intactas las unidades -manifestó.
Luego les reveló que el Día D era el 10 de febrero. Faltaban, pues, tres días. Pero por muy cuidadosamente que Simpson planease el ataque, su éxito final dependía del comandante de otro grupo de ejército, y también de un río, el Roer, que se dirigía hacia el norte, desde las Ardenas, y que era la primera barrera que Simpson tenía que atravesar en su marcha hacia el Rhin. El general era Courtney Hodges, y sus tropas trataban en aquellos momentos de tomar intactos los embalses del Roer. Si los alemanes los destruían, millones de toneladas de agua anegarían la zona, impidiendo a Simpson que alcanzase el otro lado durante dos semanas al menos, o lo que era peor, aislando a las tropas que ya hubieran cruzado.
Por consiguiente, el resultado de la operación «Veritable» dependía del agua: de los embalses situados cien kilómetros al sur, y de la lluvia. Al anochecer de aquel día el cielo aparecía despejado y la calma reinaba sobre la zona de Nimega. A las nueve de la noche Horrocks oyó el sordo rumor de los aviones: 769 bombarderos pesados británicos que se dirigían hacia Cleve y Goch, en la otra orilla del Reichswald.
Poco antes del amanecer del 8 de febrero, Horrocks trepó a una pequeña plataforma instalada en el tronco de un árbol -su puesto de mando- y observó una cortina de explosiones, quizá más de un millar a la vez, que se apreciaban sobre todo el frente. Era un amanecer frío y gris, y para disgusto de Horrocks comenzó a llover. Pero a pesar de ello podía seguir observando la mayor parte del campo de batalla. Hasta para una persona avezada a la guerra el espectáculo era estremecedor. De pronto cesó el fuego de los cañones, y entonces se inició entre el barro el avance de los tanques y de los «canguros» (tanques provistos de plataforma, para transportar a la infantería).
A las 21,20 un fuego de artillería comenzó a caer sobre las líneas alemanas, alcanzando su intensidad máxima cuarenta minutos después. A la hora H el blanco de la artillería fue avanzando cien metros cada cuatro minutos, mientras una cortina de humo blanco ocultaba los batallones de asalto de las cuatro divisiones que avanzaban por el valle. Si bien el enemigo no podía ver las tropas que realizaban el avance, Horrocks sí podía divisar con claridad los grupos de hombres y los carros de asalto que se aproximaban al bosque, encontrando escasa resistencia. Pero una hora más tarde, los tanques aminoraron la marcha y parecieron detenerse. Se estaban quedando atascados en el barro.
El cieno no era en modo alguno el peor de los problemas con que se enfrentaba la operación «Veritable». Hacia el sur, el ataque de la 78.ª división, de infantería de Hodges, contra los embalses, había remitido. Hodges llamó por teléfono al comandante del 5.° Cuerpo, general de división Clarence Huebner, y expresó su descontento por los pocos progresos de la 78.ª división. El ataque estaba respaldado por el fuego de potente artillería, y Hodges no comprendía que ésta no pudiese abrir un camino hasta los embalses.
– Debo tenerlos en mi poder mañana mismo -afirmó. Huebner sabía que la 78.ª división estaba agotada. Era necesario enviar una nueva unidad.
– Tengo que usar la 9.ª División -dijo a Hodges.
– Quiero tener los embalses en mi poder por la mañana -repitió Hodges-. La forma de conseguirlo es asunto suyo. Huebner habló con el general de división Louis Craig, comandante de la 9.ª División, el cual acababa de llegar, y le preguntó el tiempo que tardaría en trasladar sus tropas.
– Puedo hacerlo en seguida -manifestó Craig.