El cieno no era en modo alguno el peor de los problemas con que se enfrentaba la operación «Veritable». Hacia el sur, el ataque de la 78.ª división, de infantería de Hodges, contra los embalses, había remitido. Hodges llamó por teléfono al comandante del 5.° Cuerpo, general de división Clarence Huebner, y expresó su descontento por los pocos progresos de la 78.ª división. El ataque estaba respaldado por el fuego de potente artillería, y Hodges no comprendía que ésta no pudiese abrir un camino hasta los embalses.
– Debo tenerlos en mi poder mañana mismo -afirmó. Huebner sabía que la 78.ª división estaba agotada. Era necesario enviar una nueva unidad.
– Tengo que usar la 9.ª División -dijo a Hodges.
– Quiero tener los embalses en mi poder por la mañana -repitió Hodges-. La forma de conseguirlo es asunto suyo. Huebner habló con el general de división Louis Craig, comandante de la 9.ª División, el cual acababa de llegar, y le preguntó el tiempo que tardaría en trasladar sus tropas.
– Puedo hacerlo en seguida -manifestó Craig.
4
Los jefes norteamericanos del Estado Mayor se hallaban, sin embargo, mucho más preocupados con el desarrollo de la guerra en el Pacífico. Estaban a la sazón sentados ante una mesa al otro lado de la cual se hallaban los jefes de Estado Mayor soviéticos. La reunión se celebraba en el palacio Yusupov, que albergaba el cuartel general de Stalin, y en ella trataban de solucionar los problemas militares del Extremo Oriente, y en especial las medidas que debería tomar la Unión Soviética una vez que declarase la guerra al Japón.
Mientras se celebraba esta reunión, Roosevelt y Stalin consideraban el mismo asunto a un nivel superior, en presencia de Molotov, de Harriman y de los dos intérpretes, Pavlov y Bohlen. Roosevelt se mostraba partidario de un bombardeo intensivo, que hiciese rendir a los japoneses, evitando tener que invadir el archipiélago. A esto replicó Stalin:
– Me gustaría discutir las condiciones políticas según las cuales las URSS entraría en la guerra contra el Japón.
Tales condiciones, precisó Stalin, habían sido ya detalladas en una conversación con Harriman.
Roosevelt consideró que no había dificultad alguna en que Rusia se quedase con la mitad de la isla de Sakhalin y con las islas Kuriles, como reparación. En cuanto a proporcionar a los soviéticos un puerto de aguas cálidas en el Lejano Oriente, le parecía bien arrendar el puerto chino de Dairen, o bien hacer de él un puerto libre.
Dándose cuenta de la favorable posición en que se hallaba situado, Stalin replicó solicitando algo más: el empleo de los ferrocarriles de Manchuria. También esto pareció razonable a Roosevelt, que sugirió arrendarlos a Rusia, y colocarlos bajo el control de una comisión rusochina.
Stalin se mostró satisfecho.
– Si estas condiciones no se cumplen -dijo con aspereza-, nos resultará difícil explicar, a mí o a Molotov, ante nuestro pueblo, la razón de que Rusia entre en la guerra contra el Japón.
– No he tenido ocasión de hablar con el mariscal Chiang Kai Shek -contestó Roosevelt-. Una de las dificultades con que se tropieza al hablar con los chinos, es que cualquier cosa que se les dice se transmite al mundo por radio al cabo de veinticuatro horas.
Stalin declaró que por el momento no era necesario hablar con los chinos, y luego hizo notar afablemente:
– Respecto a la cuestión del puerto de aguas cálidas, no habrá dificultad, pues no pondré objeciones a que sea un puerto libre, internacionalizado.
Cuando la conversación abordó el tema de la administración fiduciaria de algunos territorios del Lejano Oriente, Roosevelt admitió que el problema coreano era muy delicado. En tono confidencial añadió que si bien personalmente creía que no era necesario invitar a los ingleses a que participasen en el fideicomiso de dicho país, éstos podían mostrarse resentidos, si no se solicitaba su colaboración.
– Sin duda alguna se ofenderían -dijo Stalin, haciendo un gesto significativo-. Creo que el primer ministro nos mataría, por lo que considero que debe ser invitado.
Eran casi las cuatro de la tarde, hora de iniciarse la cuarta asamblea plenaria, y ambos se dirigieron hacia el gran salón. Los demás conferenciantes se encontraban ya allí, charlando en pequeños grupos. Alger Hiss estaba hablando a Eden acerca de la debatida cuestión del procedimiento para votar en las Naciones Unidas. Aquella misma mañana Eden había ayudado a confeccionar el informe de los ministros de Asuntos Exteriores sobre dicho asunto, y Hiss preguntó si podría echar un vistazo al proyecto antes de que se iniciase la asamblea plenaria. Eden vaciló, y al fin le entregó el informe. La razón de sus dudas se hizo evidente para Hiss cuando leyó con creciente asombro que Estados Unidos apoyaban ahora la petición de Stalin de mayor número de votos asignados. Hiss exclamó que aquello era un error, y que Estados Unidos no habían aprobado semejante cosa.
– No sabe usted lo que ha ocurrido -dijo Eden, tomando asiento reposadamente, y sin decir Hiss que Roosevelt había aprobado la medida en privado.
La quinta reunión plenaria se inició con unas palabras de Eden aceptando la invitación de Estados Unidos para celebrar la primera reunión de las Naciones Unidas en Norteamérica, el día 25 de abril. Luego de una prolongada discusión sobre los países que debían participar, Molotov cambió de tema diciendo:
– Consideramos que resultaría útil discutir el problema polaco sobre la base de que el Gobierno actual debe ser ampliado. No podemos ignorar el hecho de que este Gobierno existe en Varsovia, y que ejerce la jefatura sobre el pueblo polaco con gran autoridad.
– Este es el punto crucial de la conferencia -manifestó Churchill, proyectando la mandíbula hacia adelante. Todo el mundo estaba esperando una resolución, y si abandonaban Yalta reconociendo aún varios Gobiernos polacos, se haría evidente que entre ellos existían «diferencias fundamentales», a pesar de todo. Por otra parte, y de acuerdo con los informes que Churchill tenía, el Gobierno de Lublin no gozaba del apoyo de la mayoría de los polacos, y si los tres grandes abandonaban a los polacos de Londres para respaldar a los de Lublin, los 150.000 polacos que luchaban por los aliados se considerarían traicionados.
– Las consecuencias de no llegar a un acuerdo serían lamentables -manifestó Churchill-, y colocarían el sello del fracaso sobre nuestra conferencia.
Luego añadió que el Gobierno de Su Majestad sería acusado en el Parlamento de haber abandonado la causa de Polonia. Debían celebrarse unas «elecciones libres y generales».
– Una vez que se haya hecho esto, el Gobierno de Su Majestad reconocerá al Gobierno que surja, sin tener en cuenta el de los polacos de Londres. Lo que nos causa zozobra es el intervalo que va de aquí a las elecciones.
Stalin replicó que el Gobierno de Lublin -que él llamaba el Gobierno de Varsovia- era muy popular, en realidad.
– Son las gentes que no abandonaron Polonia. Proceden de la Resistencia.
Agregó que en la Historia los polacos odiaban a los rusos, pero que se había producido un cambio radical al ser liberado su país por el Ejército Rojo.
– Ahora demuestran buena voluntad hacia Rusia. Es natural que los polacos sientan una enorme satisfacción al ver a los alemanes huir de su país, y al sentirse liberados. Mi impresión es que los polacos consideran esto como una fecha histórica. La población está grandemente sorprendida de que los integrantes del Gobierno polaco de Londres no tomen parte en esta liberación. Ven allí a los miembros del Gobierno provisional; pero, ¿dónde están los polacos de Londres?
Stalin admitió que, indudablemente, era mejor establecer un Gobierno basado en elecciones libres, pero que la guerra la impedía, debiendo formarse primero un Gobierno provisional.
– Es algo semejante al de De Gaulle -continuó diciendo-, que tampoco ha sido elegido. ¿Quién es más apreciado, De Gaulle o Bierut? Hemos considerado posible tratar con De Gaulle y establecer convenios con él. ¿Por qué, entonces, no tratar con el Gobierno provisional polaco? No podemos pedir más a Polonia que a Francia…