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El embajador Harriman se reunió con Molotov por la tarde y le fue entregada una traducción al inglés de las condiciones políticas que establecía la Unión Soviética para entrar en guerra contra el Japón. Stalin deseaba que continuase la situación existente en Mongolia Exterior y que los territorios ocupados por el Japón después de la guerra de 1904 -especialmente el sur de la isla de Sakhalin, así como Port Arthur y Dairén-, fuesen devueltos a Rusia. También pedía que le concediesen el control de los ferrocarriles de Manchuria, y las islas Kuriles. A cambio de ello, la Unión Soviética celebraría un pacto de amistad y alianza con Chiang Kai Shek, y declararía la guerra al Japón.
Harriman leyó el proyecto y manifestó:
– Hay tres enmiendas que el presidente querrá hacer, según creo, antes de aceptarlo. Dairen y Port Arthur deberán ser puertos libres, y los ferrocarriles manchurianos tendrán que ser dirigidos por una comisión conjunta chinosoviética. Además, estoy seguro de que el presidente no querrá resolver estos dos asuntos, en los que China está interesada, sin que se halle presente el generalísimo Chiang Kai Shek.
En cuanto Harriman hubo regresado a Livandia, enseñó a Roosevelt el proyecto de Stalin con las enmiendas que él mismo había hecho. El presidente aprobó todo y dijo a Harriman que lo entregase de nuevo a Molotov, quedando convencido de que así hacía lo mejor en favor de Norteamérica. La junta de jefes militares había insistido unánimemente en que debía lograr a toda costa que Rusia entrase en guerra contra el Japón, sobre todo para combatir a los 700.000 japoneses del ejército de Kwantung, que se hallaba en Manchuria. Marshall opinaba que un ataque a este ejército, sin la ayuda rusa, provocaría la muerte de millares de muchachos norteamericanos. Unos pocos oficiales del Servicio Naval de Inteligencia de la Armada americana sospechaban que el referido ejército de Kwantung sólo existía en teoría, ya que la mayoría de los soldados habían sido trasladados a otros sectores. Pero estos expertos no fueron escuchados -aunque tenían razón-, y en consecuencia, el 10 de febrero Roosevelt estaba tomando las medidas que hubiera tomado cualquiera que dispusiera de los informes que él poseía.
Poco después de haberse marchado Harriman, Roosevelt fue introducido en el salón donde se iba a celebrar la séptima reunión plenaria, entrevista que determinaría el éxito o el fracaso de toda la conferencia. Los asuntos más importantes a tratar eran las indemnizaciones de guerra, la zona de ocupación francesa y el asunto de Polonia, cuya suerte señalaría el futuro de otras naciones libres del este europeo.
Roosevelt se hallaba en su lugar a las cuatro en punto, con la espalda vuelta hacia la chimenea. Churchill llegó luego jadeando y pidió disculpas a Roosevelt. A continuación, con voz misteriosa dijo:
– Creo que he tenido éxito, y se ha remediado la situación.
En seguida se dirigió a su sitio sin explicar que Stalin acababa de acceder en principio a considerar desde un punto de vista diferente el asunto de las elecciones polacas.
Cuando llegó Stalin, también se disculpó ante el presidente. Eden abrió la sesión, esta vez con un informe confortador: anunció que los ministros de Asuntos Exteriores habían llegado a un acuerdo sobre el futuro Gobierno de Polonia, según la fórmula siguiente:
«En Polonia se ha creado una nueva situación como resultado de su total liberación por el Ejército Rojo. Esto exige el establecimiento de un Gobierno polaco provisional, que puede quedar asentado con mayor firmeza que en anteriores épocas. El Gobierno provisional que ahora se halla funcionando en Polonia deberá ser reorganizado sobre una base democrática, con la inclusión de dirigentes demócratas de la misma Polonia, y con polacos residentes en el extranjero…
»Este Gobierno Provisional de Unidad Nacional deberá celebrar elecciones libres en cuanto sea posible, y de acuerdo con los principios del sufragio universal y del voto secreto…»
Roosevelt entregó una copia a Leahy, el cual frunció el ceño mientras la leía. Al devolver el papel dijo:
– Señor presidente, esto es tan elástico que los rusos pueden estirarlo desde Yalta a Washington sin que nunca llegue a romperse.
– Lo sé, Bill -contestó el presidente, en voz baja-. Lo sé. Pero es todo lo que puedo hacer por Polonia en los momentos actuales.
Mientras Churchill traía a colación el hecho de que el proyecto no hacía mención de las fronteras, Hopkins entregó una nota al presidente que decía:
«Señor presidente:
»Creo que debe aclarar a Stalin que usted apoya la frontera oriental, pero que sólo deberá ser divulgada una declaración general manifestando que consideramos fundamental un cambio de fronteras. También sería conveniente dar la misma explicación a los ministros de Asuntos Exteriores.
»Harry.»
La declaración aludida sería la única que los Tres Grandes publicarían cuando la conferencia hubo concluido, haciendo públicas sus decisiones finales.
– Creo que debemos dejar de lado toda la alusión a las fronteras -manifestó Roosevelt, haciendo caso omiso de la nota de Hopkins.
– Es importante decir algo al respecto -declaró Stalin.
Por vez primera Churchill y Stalin se mostraron de acuerdo, en contra de Roosevelt. El primer ministro dijo que el establecimiento de la frontera debería aparecer en el comunicado, pero Roosevelt no se mostró satisfecho.
– No tengo ningún derecho a llegar a un acuerdo sobre fronteras en estos momentos. Esto será llevado a cabo por el Senado, posteriormente. Dejemos que el primer ministro haga algunas declaraciones públicas cuando regrese, si lo considera necesario. Molotov se agitó inquieto en su asiento, y manifestó en voz baja:
– Creo que sería muy conveniente incluir algo acerca de la completa conformidad de los tres dirigentes, en relación con la frontera oriental. Podemos decir que la Línea Curzon está de acuerdo con el parecer de todos los presentes… También creo que no hay necesidad de aludir a la frontera occidental.
– Considero que hay que decir algo -insistió Churchill.
– Sí, pero menos definido, si le parece bien -manifestó Molotov.
– Puede decirse que Polonia obtendrá compensaciones en el oeste.
– Muy bien -dijo Molotov.
Roosevelt trajo a colación un nuevo tema, que provocó la sensación general.
– Quisiera decir que he cambiado de parecer respecto a la posición francesa en el control de Alemania. Cuanto más pienso en ello más razón me parece que tiene el primer ministro. Siguió diciendo que debería entregarse a Francia una zona de ocupación. Antes de que Stettinius se hubiese recobrado de la sorpresa, recibía otra mayor al oír decir a Stalin:
– Estoy de acuerdo.
Esto había sido arreglado privadamente. Hopkins persuadió a Roosevelt de que sería prudente conceder a Francia una zona, y el presidente dijo a Stalin en privado, a través de Harriman, que había cambiado de parecer. Stalin contestó rápidamente que coincidía con el presidente.
Churchill se mostró tan satisfecho con este resultado, como Roosevelt lo había estado el día anterior.
– Cierto es -dijo con semblante alegre- que Francia puede decir que no tomará parte en la Declaración, y que se reserva todos los derechos para actuar en el futuro.
En este punto todo el mundo se echó a reír.
– Debemos hacer frente a tal posibilidad -añadió Churchill, con gesto travieso, que hizo sonreír hasta al sombrío Molotov-. Tenemos que estar dispuestos a recibir una dura respuesta. Este ambiente de camaradería se enrareció tan rápidamente como se había iniciado, cuando Churchill se refirió al tema de las indemnizaciones de guerra. Consideraba que veinte mil millones de dólares -la mitad para Rusia- eran una suma absurda, si bien lo dijo más cortésmente.