– Hemos recibido instrucciones de nuestro Gobierno para no hacer mención alguna de una cifra determinada -manifestó-. Dejemos que la Comisión de Indemnizaciones de Moscú lo haga.
Stalin ya esperaba esto de Churchill, pero no dio muestras de emoción alguna. Sin embargo, pereció realmente ofendido cuando Roosevelt hizo notar que también a él le disgustaba mencionar una cantidad específica, pues muchos norteamericanos pensarían que las indemnizaciones sólo se contaban en dólares y centavos de dólar.
Irritado, Stalin murmuró algo a Andrei Gromyko, el cual asintió con la cabeza y se dirigió hacia donde estaba Hopkins. Luego de una serie de susurros, Hopkins escribió rápidamente la siguiente nota:
«Señor presidente:
»Gromyko acaba de decirme que el mariscal considera que no ha respaldado usted a Eden relación con las indemnizaciones, sino que ha apoyado a los ingleses, y que eso le disgusta. Tal vez pueda usted explicárselo más tarde, en privado.
»Harry.»
Stalin decía en esos momentos, con voz emocionada:
– Creo que podemos ser totalmente sinceros.
Su voz ascendió de tono mientras manifestaba que nada de lo que pudiera proporcionar Alemania, llegaría a compensar las tremendas pérdidas experimentadas por Rusia.
– Los norteamericanos acuerdan tomar como base veinte millones de dólares -declaró, demasiado excitado para comprender que había cometido un error-. ¿Quiere eso decir que los norteamericanos se echan atrás?
Al decir esto miró a Roosevelt, entre ofendido y decepcionado. Roosevelt rectificó rápidamente. Lo que menos deseaba era una discusión seria acerca de lo que consideraba como un asunto de importancia secundaria. Sólo una palabra parecía preocuparle, por lo que dijo:
– La palabra «reparaciones» sólo significa «dinero» para mucha gente.
– Podemos emplear otra palabra -concedió Stalin, levantándose de su silla por primera vez en una sesión, desde que habían comenzado las entrevistas-. Los tres Gobiernos acuerdan que Alemania debe pagar en especie las pérdidas causadas por ella a los aliados en el curso de la guerra…
Si Roosevelt se hallaba con ánimo conciliador, no ocurría lo mismo con Churchill.
– No podemos establecer una cifra de veinte mil millones de dólares, ni otra cifra cualquiera, hasta que la Comisión haya estudiado el asunto -manifestó, y siguió argumentando con tal ardor y elocuencia, que Stettinius escribió en sus notas el placer que sentía siempre que oía las «hermosas frases» de Churchill, fluyendo «como el agua de una fuente».
Sus palabras provocaron un efecto opuesto en Stalin, quien dijo gesticulando enfáticamente.
– Si los ingleses no quieren que los rusos obtengamos indemnizaciones, es mejor que lo digan con toda franqueza.
Tras esto, el mariscal tomó asiento pesadamente y miró a Churchill con fiereza.
Churchill desaprobó la indirecta, lo que hizo que Stalin volviese a ponerse de pie otra vez. Roosevelt intervino entonces declarando:
– Sugiero dejar todo este asunto a la Comisión de Moscú. Algo apaciguado, Stalin tomó asiento y dejo que Molotov interviniese.
– La única diferencia importante entre Estados Unidos y la Unión Soviética, por una parte, y los ingleses por la otra, se refiere al importe de una suma de dinero -dijo Molotov. Stalin pareció satisfecho. La diestra frase les hacia compañeros de Roosevelt contra Churchill.
– Con razón o sin ella, el Gobierno británico considera que la simple mención de una suma supondrá un compromiso -dijo Eden, con tono conciliador, y propuso que la Comisión de Reparaciones recibiese instrucciones para examinar el informe elaborado recientemente por los tres ministros de Asuntos Exteriores.
Stalin, que parecía haber recuperado por completo el dominio de si mismo, afirmó:
– Propongo, en primer lugar, que los tres jefes de Gobierno acuerden que Alemania debe pagar una indemnización en especie por las pérdidas originadas durante la guerra. En segundo lugar, los jefes de los tres Gobiernos acuerdan que Alemania debe compensar las pérdidas sufridas por las naciones aliadas. Tercero, la Comisión de Reparaciones de Moscú deberá estudiar el importe de la suma a pagar. -Se volvió hacia Churchill y dijo-: Nosotros proponemos una cantidad a la Comisión, y ustedes dan la suya.
– De acuerdo -contesto Churchill-. ¿Y qué opinan Estados Unidos?
– La contestación es sencilla -replicó el presidente, sumamente aliviado-. El juez Roosevelt aprueba, y el documento queda aceptado.
A continuación hubo un descanso para tornar el té, que fue servido a los americanos en vasos provistos de asas de plata, para que no volvieran a quemarse. La breve disputa entre Roosevelt y Stalin había provocado aparentemente la preocupación de este último, por lo cual llevó a Harriman a un lado para decirle que estaba dispuesto a hacer algunas concesiones al presidente en relación con la guerra contra el Japón.
– Estoy plenamente de acuerdo en que Dairén se convierta en puerto libre, bajo el control internacional -manifestó-. Pero el caso de Port Arthur es diferente. Debe ser una base naval rusa, y por consiguiente la Unión Soviética tiene que solicitarlo en arriendo.
– ¿Por qué no trata este asunto inmediatamente con el presidente?-sugirió Harriman.
Poco después Stalin y Roosevelt hablaban en voz baja entre sí. Se llegó a un completo acuerdo, y cuando los conferenciantes reanudaron la sesión, se notó una general sensación de alivio, al comprobarse que las temidas diferencias habían desaparecido. Esto se advirtió en la serie de bromas que se hicieron unos a otros.
Por último volvieron a entrar en materia, y pasó a considerarse la cuestión más importante del día: la declaración de la posición a adoptar por los tres grandes acerca de Polonia, asunto que aparecería al final del comunicado. Hopkins temió que Roosevelt pudiese comprometer a Estados Unidos en un tratado que estableciese los nuevos límites de Polonia, y para evitarlo escribió otra nota:
«Señor presidente:
»Va a tener complicaciones con los poderes legales y con lo que diga el Senado.
»Harry.»
Después de leer la nota, Roosevelt sugirió que se cambiase la redacción de la declaración, a fin de no violar la constitución norteamericana.
Se redactó rápidamente una nueva nota, que fue leída en voz alta:
«Los tres jefes de Gobierno consideran que la frontera oriental de Polonia debe situarse en la Línea Curzon con diferencias, en algunas zonas, de cinco a ocho kilómetros a favor de Polonia. Se admite que Polonia recibirá importantes extensiones de terreno, en el norte y el oeste. Los tres jefes de Gobierno están de acuerdo en que el nuevo Gobierno provisional polaco de Unidad Nacional deberá ser consultado debidamente acerca de la magnitud de tales compensaciones, y que la delimitación final de la frontera occidental de Polonia deberá esperar hasta que se celebre la Conferencia de Paz.»
Hopkins entregó entonces al presidente Roosevelt una nota final, que decía:
«Señor presidente:
»Creo que habremos logrado nuestros fines cuando esta discusión haya terminado.
»Harry.»
Mientras Roosevelt leía dicha nota, Molotov sugirió que se añadiese a la segunda frase «con la devolución a Polonia de sus antiguas fronteras en Prusia Oriental y en el Oder».
– ¿Desde cuánto tiempo eran polacas esas tierras?-preguntó Roosevelt.
– Desde hace mucho.
Roosevelt se volvió hacia Churchill y dijo sonriendo:
– ¿No quiere usted respaldarnos?
– Los polacos podrían indigestarse, si obtienen demasiado territorio alemán.