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MacLean, que era miembro conservador del Parlamento, descubrió que Tito había unido a los patriotas de numerosas procedencias en una fuerza enérgica y efectiva. Según informó, los partisanos eran disciplinados y austeros, no habiendo borrachos ni buscadores de botines entre ellos… Todos parecían estar unidos por el mismo afán ideológico y patriótico de expulsar de su país a los fascistas, estableciendo un Gobierno representativo de todos los pueblos que componían su heterogénea nación. Lo que más sorprendió a MacLean fue el intenso orgullo nacional de Tito, característica que parecía incompatible con un ardiente espíritu comunista. También había otras cosas insospechadas: la abierta mentalidad de Tito; su sentido del humor y su ingenua satisfacción ante los pequeños placeres de la vida; sus violentos arrebatos, y su ecuanimidad al considerar los distintos aspectos de un asunto.

Más importante aún fue la observación que hizo MacLean de que los partisanos de Tito estaban poniendo en jaque a fines de 1943 a doce divisiones alemanas, y también que era hostigado continuamente por Mikhailovich, así como por un grupo de nacionalistas croatas llamados ustachi. Estos eran fervientes católicos, aunque paradójicamente eran sanguinarios aun para una zona como los Balcanes. Los ustachi se hallaban dedicados a una campaña de terror, y odiaban a los servios, judíos, comunistas, y especialmente a los miembros de la Iglesia Ortodoxa Griega. Aunque la mayoría de las jerarquías eclesiásticas de Croacia no se mostraban partidarias de los ustachi, los sacerdotes croatas acogían sus actos con cierta complacencia. Uno de los métodos favoritos de los ustachi consistía en quemar las iglesias ortodoxas, con sus congregaciones encerradas en el interior.

Inducido por los informes de MacLean, Churchill persuadió a Stalin y Roosevelt, en Teherán, para que proporcionasen el mayor apoyo a Tito en Yugoslavia. Dos meses más tarde el primer ministro escribió a Tito:

«…He decidido que el Gobierno británico no proporcione más ayuda militar a Mikhailovich, y sólo se la entregue a usted. También nos produciría satisfacción que el Real Gobierno Yugoslavo le destituya a él de sus cargos. El rey Pedro II, que escapó de niño de las traidoras añagazas del regente, príncipe Pablo, vino a vernos como representante de Yugoslavia y como joven príncipe en desgracia. No sería caballeresco ni honorable que Gran Bretaña le dejara a un lado. Tampoco podemos pedirle que corte todos los contactos que mantiene con su país. Espero, por consiguiente, que usted comprenderá que de cualquier modo debemos seguir en contacto oficial con él, al tiempo que le proporcionamos a usted toda la ayuda militar posible. También deseo que pueda ponerse término a las querellas de ambas partes, ya que con ello sólo se benefician los alemanes…»

Tito contestó agradeciendo la ayuda de Churchill, pero hizo notar que el futuro político de su país era más complejo de lo que los ingleses parecían comprender

«…Me doy perfecta cuenta de sus compromisos con el rey Pedro II y su Gobierno, y me las arreglaré, en tanto me lo permitan los intereses de mi pueblo, para evitar innecesarias querellas, a fin de no causar inconvenientes a nuestros aliados en este aspecto. De todos modos le aseguro, Excelencia, que la situación política interna creada en esta ardua lucha por la liberación, no es sólo la oposición de algunas personas o de ciertos grupos políticos, sino el irresistible deseo de todos los patriotas, de todos aquellos que luchan y se hallan relacionados desde hace tiempo con esta batalla, y éstos son la inmensa mayoría de los pueblos de Yugoslavia…»En el momento actual todos nuestros esfuerzos se dirigen en una dirección… crear una unión y hermandad de las naciones yugoslavas, la cual no existía antes de esta guerra, y cuya ausencia ha originado la catástrofe en nuestro país…»

A pesar de las divergencias políticas existentes entre ambos, Churchill y Tito siguieron colaborando tan satisfactoriamente que en el momento del día D, los partisanos, ayudados por las armas occidentales, luchaban contra unas veinticinco divisiones alemanas casi en igualdad de términos, y en el momento en que el Ejército Rojo -después de sus fáciles conquistas de Rumania y Bulgaria, en septiembre- se dirigía hacia Yugoslavia, los alemanes se retiraban ya de ella. [13] Tito se dispuso a acudir a Moscú con objeto de coordinar las operaciones de sus guerrilleros con las del Ejército Rojo. Los rusos le aconsejaron que saliera en secreto, por lo cual, con su perro «Tigar» -cuya cabeza iba enfundada en un saco-, se dirigió al aeródromo de la isla de Vis, frente a la costa yugoslava, y subió a bordo de un «Dakota» tripulado por soviéticos, eludiendo la vigilancia de los centinelas británicos del aeropuerto. [14]

Aquella era la primera visita de Tito a Rusia desde 1940, cuando siendo miembro desconocido de un partido clandestino de escasa importancia, recibía el vulgar nombre clave de Walter. En el momento de trasladarse a Rusia era ya un victorioso mariscal y jefe también de un activo partido político que no tardaría en hacerse con el control del país. Le llevaron al mismo robusto Stalin abrazó a Tito, y ante la sorpresa de éste le levantó en vilo unos centímetros. Tito contestó a estas efusiones con actitud respetuosa, deferente, y Stalin se enfrió perceptiblemente. En realidad, ya estaba un tanto preocupado por los recientes mensajes de Tito, especialmente con uno que comenzaba: «Si no nos puede ayudar, al menos no nos ponga obstáculos.» El veterano Stalin tuvo también que sentirse resentido ante la deslumbrante apariencia y los magníficos uniformes de Tito, así como por la propaganda que le hacía la Prensa occidental.

– Tenga cuidado, Walter -dijo Stalin, condescendiente, en una de sus entrevistas-. La burguesía de Servia es sumamente fuerte.

– No estoy de acuerdo con usted, camarada Stalin -replicó Tito, al que le disgustaba que le llamasen Walter-. La burguesía de Servia es muy débil.

Siguió un embarazoso silencio, no atenuado por el hecho de que Tito tuviese razón.

Cuando Stalin le preguntó acerca de cierto político yugoslavo no comunista, Tito contestó:

– Es un truhán y un traidor. Ha estado colaborando con los alemanes.

Stalin mencionó a otro hombre, y como obtuviese la misma contestación, dijo:

– Walter, para usted todos son truhanes.

– Exactamente, camarada Stalin -arguyó Tito, con gesto digno-. Todo el que traiciona a su país es un truhán.

Lo que resultaba sólo una situación tirante amenazó en convertirse en algo más serio cuando Stalin declaró que se mostraba partidario de restituir al rey Pedro en el trono, a fin de evitar choques con Gran Bretaña y Norteamérica, ya que en ese momento de la guerra aún necesitaba mucha ayuda militar. Tito, que también precisaba ayuda, pero no a semejante precio, replicó ásperamente que era imposible restaurar la monarquía. El pueblo no la respaldaría, dijo, y tachó impetuosamente tal acto como una traición.

Stalin dominó sus impulsos y contestó:

– No necesita usted restaurarle de hecho -dijo astutamente-. Manténgale en segundo plano, y en el momento oportuno puede alojarle un cuchillo en la espalda.

En ese instante Molotov informó que los ingleses habían desembarcado en la costa yugoslava.

– ¡No es posible! -exclamó Tito.

– ¿Qué quiere usted decir con eso?-replicó Stalin de mal humor-. Es un hecho cierto.

Pero Tito explicó que sin duda se trataba de sólo tres baterías artilleras que el mariscal de campo Harold Alexander había prometido desembarcar cerca de Mostar, para auxiliar las operaciones de los guerrilleros.

– Nos resistiríamos.

Tito demostró la misma independencia de criterio en lo relativo a los rusos, sosteniendo inequívocamente que permitiría la entrada del Ejército Rojo a su país sólo cuando él le invitase a entrar, y estableció claramente que sólo necesitaba una ayuda limitada: una división acorazada sería suficiente para ayudarle a liberar Belgrado. Por otra parte, no se permitiría que el Ejército Rojo usurpase funciones civiles y administrativas en Yugoslavia, como lo había hecho en Rumania y Bulgaria. Stalin accedió a tales restricciones con aparente complacencia, y dijo que enviaría a Tito un cuerpo de ejército en lugar de una división, es decir, unas cuatro veces más de lo que había pedido. Tito regresó en avión a su país en el momento en que el prometido cuerpo de Ejército Soviético entraba en Yugoslavia, y con su ayuda los partisanos tomaban finalmente Belgrado unas tres semanas más tarde. Ello señaló el fin de la lucha militar para Tito, ya que los alemanes estaban impacientes por huir a Hungría. La vida política de Tito también experimentó un cambio, y el antiguo proscrito trasladó su residencia al palacio del príncipe Pablo, situado en los alrededores de la capital. En primer lugar, pagó su deuda con Churchill firmando un acuerdo con el Gobierno exiliado en Londres, por el cual se comprometía a celebrar elecciones libres para determinar el Gobierno permanente que regiría Yugoslavia. Esto no le costaba nada a Tito, el cual, a diferencia de los dirigentes comunistas de otros países de Europa Oriental, era un héroe nacional, el salvador de Yugoslavia, y no había la menor duda de que la abrumadora mayoría de sus compatriotas votarían en su favor.

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[13] Mikhailovich siguió luchando contra Tito hasta el fin. Por último fue capturado por los partisanos, y tras de juzgarle le ejecutaron.

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[14] MacLean obtuvo estos informes de fuentes yugoslavas, y cree que los rusos sólo pidieron que se mantuviese el secreto, a fin de acabar con las buenas relaciones existentes entre Tito y Churchill. Si esto era lo que se proponían, consiguieron su objeto plenamente. Churchill se mostró sumamente afectado por la marcha secreta de Tito, y en un indignado mensaje por radio a Hopkins, calificó el proceder de Tito de "comportamiento desafortunado".