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Pocos días más tarde de la partida de Tito, Churchill llegaba a Moscú. Tenía grandes deseos de ver a Stalin -«con el que siempre he considerado que puedo hablar como un ser humano con otro»- para tratar acerca de la situación de posguerra de los países europeos liberados. Los dos hombres se hallaban discutiendo el asunto de Polonia, cuando Churchill dijo de improviso:

– Aclaremos la situación en los Balcanes. Sus ejércitos se encuentran en Rumania y Bulgaria, donde tenemos intereses, misiones y agentes. No debemos interferirnos mutuamente. Por lo que a Gran Bretaña y a Rusia se relaciona, ¿qué le parece disponer ustedes del noventa por ciento del predominio en Rumania, nosotros de otro noventa por ciento en Grecia, y partir el cincuenta por ciento en Yugoslavia?

Churchill escribió luego algo en un papel, y Stalin comprobó que además de lo dicho para Rumania, Grecia y Yugoslavia, Churchill proponía que Hungría se repartiese al cincuenta por ciento y que Rusia ostentase el setenta y cinco por ciento del poder en Bulgaria. El mariscal guardó unos momentos de silencio, y luego trazó una gran raya azul sobre el papel que le había entregado Churchill.

En el lapso de unos pocos segundos se había hecho historia.

– ¿No parecerá un tanto cínico que dispongamos de estos asuntos, en lo que va el destino de tantos millones de seres humanos, de una manera tan ligera?-dijo Churchill-. Será mejor que quememos el papel.

– No, es preferible que lo guarde -contestó Stalin.

Los dos aliados enviaron un telegrama conjunto a Roosevelt anunciándole que se hallaban de acuerdo en formular una política para los Balcanes. Churchill también envió un mensaje privado al presidente, que decía:

«Es absolutamente necesario que nos pongamos de acuerdo acerca de los Balcanes, a fin de evitar el estallido de la guerra civil en varios países, cuando probablemente usted y yo mostremos simpatías por una parte, y T. J. (el tío José) las demuestre por otra. Le mantendré informado de todo esto, y no se resolverá nada entre Gran Bretaña y Rusia, a excepción de acuerdos preliminares sujetos a posterior discusión y al estudio de usted. Sobre esta base, estoy seguro de que no le preocupará que tratemos de llegar a un acuerdo lo más íntimo posible con los rusos…»

3

Después de que el mariscal Feodor Ivanovich Tolbukhin, del Tercer Frente Ucraniano, hubo ayudado a Tito a capturar Belgrado, en octubre de 1944, se dirigió hacia el nordeste para colaborar con el mariscal Malinovsky, del Segundo Frente Ucraniano, en la toma de Hungría. En una ocasión, un emperador romano fue rey de Hungría, y durante muchos años los emperadores de Austria, los Habsburgo, dominaron allí como reyes. Pero de todos los singulares Gobiernos que habían regido aquel pueblo exuberante, ninguno era más extraño que el presente. Hungría era en esos momentos un reino sin rey, y estaba gobernada por un almirante sin flota, el regente Miklós von Horthy, que se hallaba sometido a la voluntad de Hitler.

Tras la Primera Guerra Mundial los Habsburgo marcharon al exilio, pero ello no mejoró la situación de los empobrecidos campesinos, ya que el régimen feudal seguía subsistiendo bajo la monarquía sin rey de Horthy. Por consiguiente, en ninguna parte de Europa se advertía tan abyecta pobreza rodeada de lujo tan desbordante. Hungría se había unido a Hitler en su cruzada contra el comunismo, y lo hizo con cierto entusiasmo, pero poco después Hitler puso fin a la aparente independencia de Horthy, y ocupó el país, faltando algunos meses para el desembarco de Normandía.

De hecho asumió el Gobierno el representante diplomático alemán en Budapest, general de las SS doctor Edmund Veesenmayer, pero con el Ejército Rojo a menos de ciento setenta kilómetros de Budapest, Horthy pensó que era tiempo de rendir al Ejército húngaro, que aún seguía combatiendo a los rusos, aunque de mala gana. Como los secretos de Budapest se comentaban en voz alta en los cafés, los rusos no tardaron en enterarse casi inmediatamente de la decisión de Horthy, y designaron a un coronel soviético llamado Makarov para que contribuyese a acelerar las cosas. Makarov envió dos cartas tan llenas de espléndidas promesas, que Horthy contestó despachando rápidamente un delegado a Moscú para que negociase. Resultó típicamente húngaro que el almirante olvidara dar a su delegado una autorización escrita, y tuviese luego que enviar a un conocido pintor impresionista con los documentos adecuados. Y también fue típicamente ruso el que los soviéticos manifestasen no saber nada acerca del coronel Makarov y de sus engañosas cartas. El resultado, como era de suponer, fue que cundió la desorientación, y cuanto mayor era ésta, más severas eran las exigencias soviéticas.

Característicamente alemán, también, era que Hitler estuviese perfectamente al corriente de lo que estaba sucediendo. Mientras las negociaciones de los delegados húngaros iban de mal en peor en Moscú, Hitler envió al SS Sturmbannführer (comandante de SS) Otto Skorzeny, que entonces contaba treinta y seis años, a Budapest, para llamar al orden a los dirigentes húngaros. El vienés Skorzeny, aparte de su estatura de cerca de un metro noventa, poseía una figura imponente: tenía una gran cicatriz en el rostro, producida en un duelo estudiantil por una bailarina, y se conducía con la autoridad de un condottiere del siglo XIV. A fines de 1943 había descendido con media docena de planeadores en un paraje montañoso, rescatando a Mussolini en una operación de comando que le hizo famoso entre amigos y enemigos.

A causa de la fe casi mística que tenía en hombres como Skorzeny, Hitler sólo le envió a Budapest con un batallón de paracaidistas, y la orden de evitar que Horthy cambiase de bando. Skorzeny tenía que apoderarse de la Ciudadela, donde Horthy vivía y gobernaba, en una maniobra fácil e incruenta, llamada Operación «Panzerfaust». Pero las complicaciones eran algo habitual en los Balcanes, y así Skorzeny se vio enfrentado con otro obstáculo; la rendición de Hungría por otro Horthy, el joven «Miki» Horthy, hijo del almirante, quien lo hacía sin consentimiento de su padre. Miki era el enfant terrible del clan Horthy. Se le conocía por las alegres fiestas que daba en la isla Margit, y ahora que su hermano mayor, István, había muerto en el Frente Oriental, era a un tiempo la esperanza y la desesperación de su padre. Cuando Skorzeny se enteró por un agente de Inteligencia alemán que Miki ya se había entrevistado con un representante de Tito para negociar personalmente la paz con Rusia, se mostró de acuerdo para colaborar con la Gestapo en el rapto del joven Miki, la próxima vez que se enfrentase con los yugoslavos. La operación recibió el nombre de «Mickey Mouse».