El 15 de octubre de 1944, Miki se dispuso a entrevistarse con el agente de Tito, pero Skorzeny y los hombres de la Gestapo se apoderaron de él, le envolvieron en una alfombra y lo pasaron de contrabando por el aeropuerto. Cuando dijeron al almirante que habían llevado a la fuerza a su hijo a Alemania, denunció a los nazis y dijo al Consejo de la Corona que debía dar instrucciones a sus negociadores en Moscú para que se rindieran a los rusos incondicionalmente.
Esa misma tarde, el diplomático alemán doctor Veesenmayer se trasladó a la Ciudadela y fue sumariamente informado por Horthy de que estaba negociando la rendición con los aliados. Poco después, una grabación de la voz del almirante repetía por radio que Hungría acababa de celebrar una paz por separado con los rusos. Pero nada de esto era verdad, y los mismos soviéticos se sintieron bastante molestos. Por radio informaron a Horthy que no habría armisticio si no aceptaba las condiciones soviéticas antes de las 8 de la mañana del día siguiente. Horthy y sus ministros discutieron hasta bien entrada la noche, pero no llegaron a un acuerdo, y el almirante terminó por retirarse a descansar lleno de disgusto. Por fin los ministros acordaron entre ellos que buscarían asilo en Alemania, y un emisario llamado Vattay fue enviado a que informase a Horthy de la decisión que habían tomado. Horthy se negó en redondo a dimitir y volvió otra vez ofendido a la cama. Lo que siguió fue también típicamente húngaro: el emisario Vattay consideró por lo visto que la noticia no iba a ser del agrado de los ministros y declaró simplemente que Horthy había aceptado el plan «en su totalidad».
En consecuencia, el ministro presidente envió una nota al doctor Veesenmayer informándole que el Consejo de la Corona iba a renunciar, y que Horthy dimitía. Eran las tres de la madrugada cuando Veesenmayer recibió el mensaje. Tardó casi una hora en conseguir comunicación con el ministro alemán de Asuntos Exteriores, Von Ribbentrop, el cual le dijo desde Berlín que tendría que obtener la aprobación personal de Hitler. Al fin, a las 5,15 se supo que Hitler aceptaba la abdicación de Horthy. Veinte minutos más tarde Veesenmayer se trasladó en automóvil a la Ciudadela. En el interior de la misma, Horthy seguía resistiéndose a las tentativas para que renunciase, pero en el momento en que oyó la bocina del coche de Veesenmayer, se dio por vencido y salió hacia el patio.
– Me cabe el desagradable deber de tener que colocarle bajo custodia -dijo Veesenmayer, al tiempo que miraba su reloj-. El ataque comenzará dentro de diez minutos.
Veesenmayer se refería a la Operación «Panzerfaust», que debía comenzar a las seis de la mañana. El alemán cogió por el brazo a Horthy y le condujo hasta su automóvil. Cuando los dos hombres se alejaban eran las 5,58 de la mañana. En la legación alemana alguien telefoneó a Ribbentrop comunicándole que el asunto había terminado sin efusión de sangre.
Por desgracia, nadie informó de esto a Skorzeny. A las 5,59, éste agitó un brazo en el aire -señal para que se pusieran en marcha los motores-, señaló hacia la Ciudadela, y la columna comenzó a trepar por la escarpada colina. Al cabo de media hora, y tras la pérdida de siete vidas, Skorzeny había capturado la Ciudadela, aunque ya no era necesario.
A pesar de que el país se hallaba entonces controlado más firmemente que nunca por los hombres de Hitler, las fuerzas mixtas germano-húngaras fueron rechazadas por el Ejército Rojo. En la Nochebuena de 1944 los tanques rusos irrumpieron en los suburbios de Buda -en la orilla occidental del Danubio; Pest se halla en la oriental-, y unos pocos llegaron casi hasta el conocido hotel Gellert. Los ciudadanos, ocupados en sus compras para las fiestas, observaron serenamente la marcha de los tanques rusos, creyendo que eran alemanes. Cuando advirtieron las estrellas rojas de los costados, cundió el pánico. Ante la mirada de los aterrados fieles que se dirigían a misa, los tanques Tigre alemanes cruzaron los puentes del Danubio y desbarataron la vanguardia rusa.
Esta se hallaba formada por una avanzada del Tercer Frente Ucraniano de Tolbukhin, que había cruzado el Danubio hasta Budapest. Aunque este primer ataque contra la ciudad fue fácilmente rechazado, Tolbukhin aumentó la presión desde el sur, en tanto que el Segundo Frente Ucraniano de Malinovsky cruzaba el Danubio más arriba de Budapest. El 27 de diciembre se encontraron dos grandes fuerzas al oeste de la ciudad, rodeando así a nueve divisiones -cuatro húngaras y cinco alemanas-, junto con los ochocientos mil habitantes civiles de la ciudad. Si bien el ataque de Tolbukhin sobre la escarpada Buda fue rechazado fácilmente, otro mucho más intenso sobre Pest no pudo ser detenido, y el 10 de enero de 1945 el Ejército Rojo se apoderó de ocho distritos de la ciudad con la ayuda de los rumanos. Esto se llevó a cabo principalmente en lucha cuerpo a cuerpo, ya que los soviéticos no querían dañar los depósitos de agua de la ciudad con un bombardeo de la artillería.
Por la mañana del 17 de enero, en hora temprana, los defensores de Pest se retiraron a Buda, cruzando para ello el Danubio. Los soldados húngaros se negaron a volar sus históricos puentes, pues afirmaron que de todos modos el hielo que cubría el Danubio permitiría el paso de los tanques rusos. Los alemanes replicaron que no era momento de sentimentalismos, y procedieron ellos mismos a hacer saltar los puentes.
En Pest, los amedrentados ciudadanos esperaban el saqueo, los asesinatos y las violaciones de que acusaban los alemanes a los rusos. Pero ante la sorpresa general, el Ejército Rojo distribuyó harina, café, pan, azúcar y otros artículos de primera necesidad. No hubo asesinatos, y sólo unas pocas violaciones. A los soldados soviéticos les habían dicho que Hungría era «un buen país, a pesar de la falta de cultura», y por consiguiente se mostraron amistosos con las gentes. Les encantaba hacer regalos, y a veces robaban en una casa para entregar el botín a los vecinos de la puerta de al lado. Del mismo modo, al abandonar la ciudad algunos soldados se llevaron los juguetes de los niños.
– Los que vengan después os traerán más juguetes -dijo un ruso a una irritada abuela. Los querían para obsequiar a los niños que encontrasen más adelante.
El 11 de febrero, último día de la conferencia de Yalta, la batalla por la margen izquierda del río se había convertido en un duro asedio. Firmemente atrincheradas en las colinas de Buda, las tropas germano-húngaras desbarataban con fuego de artillería cualquier intento de cruzar el helado Danubio. Pero los 70.000 defensores se hallaban cercados, y más fuerzas rusas se acercaban a la ciudad.
En el momento en que Roosevelt saboreaba su bistec a bordo del «Catoctin», el comandante nazi de Buda, Karl von Pfeffer-Wildenbruch, ordenó a sus hombres que tratasen de abrirse paso a través del cerco soviético formando tres grupos separados. Era evidente que no había casi ninguna posibilidad de escapar, pero pocos fueron los que pusieron objeciones. Preferían morir luchando antes que ser exterminados. Las posibilidades de huida eran aún menores de lo que habían imaginado los alemanes. El comandante soviético se enteró de lo que se proyectaba, y comenzó a retirar en secreto a sus hombres de los edificios que rodeaban a las tropas germano-húngaras.
Cuando los tres grupos comenzaban a marchar en diferentes direcciones, los cohetes rusos empezaron a demoler los recientemente evacuados edificios. A pesar de todo, los alemanes salieron de sus escondites armados sólo con fusiles automáticos, e hicieron frente a un pavoroso fuego de cohetes y artillería. La mayoría fue eliminada en los primeros momentos. Los que consiguieron pasar, se encontraron con tal muchedumbre de infantes rusos que parecía imposible que uno solo pudiera escapar. Pero en la oscuridad y la confusión del momento, casi 5.000 soldados germano-húngaros lograron atravesar el cerco.