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Al no existir comunicación entre Dresde y las demás ciudades, los detalles de la catástrofe no llegaron a Berlín hasta las últimas horas del día. Un informe oficial previo estableció que por lo menos cien mil personas [17] -muchas más probablemente-habían perecido en dos incursiones aéreas sucesivas y que una de las ciudades más antiguas y queridas del Reich había quedado totalmente destruida. Al principio Goebbels se negó a creer en la veracidad del informe. Luego se echó a llorar desconsoladamente. Cuando al fin recuperó el habla, fue para acusar a Hermann Goering.

– ¡Si yo tuviera la autoridad suficiente, sometería a juicio a ese cobarde e inútil de Reichsmarschall! -gritó-. Hay que llevarlo ante el Tribunal del Pueblo. Ese parásito es el causante de todo, por desidia y por preocuparse sólo de su comodidad. ¿Por qué no habrá escuchado el Führer mis anteriores advertencias?

Los ingleses se enteraron de lo ocurrido en Dresde hacia las 18 horas, cuando los boletines radiados anunciaron que se trataba de uno de los grandes ataques proyectados por Roosevelt y Churchill en Yalta. «Nuestros pilotos declaran que hubo escaso fuego antiaéreo, por lo que pudieron hacer las incursiones sobre los blancos sin gran peligro -informaba el locutor-. En el centro de la ciudad se llevó a cabo un ataque de gran eficacia.»

Capítulo octavo. Guerra y paz

1

En hora temprana del 14 de febrero, Goebbels y su ayudante de Prensa, Rudolf Semmler, fueron a ver a Himmler en el sanatorio de su viejo amigo, el doctor Gebhardt. Este retiro de Hohenlychen, a cien kilómetros al norte de Berlín, se había convertido en el cuartel general oficioso de Himmler, el cual gustaba de la soledad y quietud del lugar. A efectos oficiales, Himmler estaba recibiendo tratamiento para curarse de una amigdalitis, pero los nervios eran lo que más le preocupaba. Himmler se estremecía aún al recordar la conferencia del día anterior, en la que Guderian y Hitler casi habían llegado a las manos por su causa.

En una cena celebrada unos días antes, Goebbels manifestó a Semmler que trataría de conseguir el apoyo de Himmler para intentar una profunda reorganización del Gobierno, en el que figuraría él mismo como canciller del Reich, y Himmler como jefe de las Fuerzas Armadas. En aquel momento, en el aparato de radio se dejó oír el vals de Lehar «No pretendas las estrellas, querida». Frau Goebbels se echó a reír, y su marido exclamó, irritado:

– ¡Apaga esa radio!

A Semmler no le dejaron estar presente en la entrevista con Himmler, y cuando ambos regresaban en silencio hacia Berlín, el ayudante de Goebbels supuso que la reunión no había resultado satisfactoria.

Por la noche Himmler recibió otra visita, la del general Wenck, el jefe de Estado Mayor que le acababa de ser impuesto por Guderian.

Como jefe efectivo que era en esos momentos del Grupo de Ejército Vístula, Wenck tenía prisa por regresar al frente, donde el ataque contra el flanco derecho de Zhukov iba a ser lanzado de un momento a otro.

– Primero comeremos -dijo Himmler-. Luego hablaremos de la situación.

– Después de la comida -dijo Wenck, con toda franqueza- no me será posible hablar. Me voy ahora al otro lado del Oder, que es donde debo estar.

Enterado de que los enemigos que tenía en Berlín se burlaban de la gran distancia que había entre su puesto de mando y sus líneas de combate, Himmler replicó ásperamente:

– ¿Está insinuando que soy un cobarde?

– No insinúo nada, reichsführer. Sólo quiero marcharme allí, donde puedo actuar como un soldado.

Explicó Wenck que pensaba librar una batalla al este del río, para ganar tiempo a fin de que pudieran fortalecer las defensas de la orilla occidental del Oder, y también para que los refugiados tuviesen posibilidades de escapar.

El problema con que había de enfrentarse Wenck no tenía antecedentes en los manuales militares. El Grupo de Ejército Vístula se hallaba en realidad dividido en dos frentes: el primero y más importante, la línea de doscientos cuarenta kilómetros que defendía a Berlín; el segundo, la línea que protegía a Pomerania, la cual era débil y tortuosa, y se iniciaba en el Oder y corría hacia el este hasta llegar al río Vístula. Más allá, se encontraban los núcleos aislados de resistencia germana. Algunos eran fuertes y otros débiles, y todos estaban en dirección a Letonia.

Uno de los más importantes de estos núcleos era el de Danzig, y numerosas caravanas de fugitivos procedentes de Prusia Oriental trataban de llegar a este dudoso refugio. Pero las tropas de Rokossovsky, que también avanzaban hacia Danzig, les habían cortado el paso. La única esperanza que quedaba a los que huían, era cruzar los hielos de Frisches Haff, un lago interior costero, hasta llegar a Nehrung, el estrecho brazo de tierra que separaba el Haff del mar Báltico. Una vez en Nehrung, los fugitivos podrían encaminarse hacia el oeste, hasta Danzig.

Un repentino deshielo hacía peligroso el cruce sobre el lago, y el único camino seguro estaba señalado con marcas especiales cada cincuenta metros. La noche anterior, numerosos carros se hundieron en los hielos traicioneros cuando sus conductores perdieron el rastro en la densa niebla, por lo que la multitud que se apiñaba en la orilla sur se hallaba asustada, temiendo seguir un camino equivocado. Pero el estampido de los cañones, que adquiría cada vez mayor intensidad, resultaba aún más aterrador, y en cuanto la niebla se hubo disipado, millares de fugitivos se internaron en el hielo y se dirigieron hacia Nehrung, a unos siete kilómetros de distancia. Mediada la mañana, el primer grupo alcanzó a ver las dunas de arena, y comenzaron a gritar:

– ¡El Nehrung! ¡El Nehrung!

Echaron entonces a correr desesperadamente, ya que el hielo se derretía por momentos bajo los rayos del sol. De pronto comenzaron a estallar por todas partes las granadas de la artillería rusa, y el pánico cundió entre los fugitivos. Estos se olvidaron del camino señalado, y corrieron desordenadamente hacia la playa. Muchos llegaron al brazo arenoso, pero una tercera parte desapareció entre el quebradizo hielo.

El contraataque que proyectaba Wenck contra el flanco derecho de Zhukov se realizaría en dos puntos distintos: el primero situado a unos ochenta kilómetros al este del Oder, y el segundo también a otros ochenta kilómetros al este del primer punto. El 11.° Ejército avanzaría hacia el sur, hasta Wugarten, y seguiría unos pocos kilómetros, para llegar a la confluencia de los ríos Warthe y Oder. Uno o dos días después, según el éxito del primer ataque, el Tercer Ejército Panzer llevaría a cabo el segundo asalto, forzando a Zhukov a retirarse, o haciéndole al menos postergar su ataque contra Berlín.

Cuando el joven e impulsivo comandante del 11° Ejército, Sobergruppenführer (teniente general) Félix Steiner recibió las órdenes, se sintió anonadado. Era imposible avanzar entre los rusos hacia el sur, con sólo cincuenta mil soldados y trescientos tanques. Decidió que era más oportuno atacar por el sudoeste, y sobre un objetivo más limitado. Esto le dejaría menos expuesto al contraataque que Zhukov iniciaría a continuación, y se hallaría en mejor posición para defender Pomerania. Sin tener en cuenta a Wenck, Steiner llamó directamente a Guderian y entre ambos se inició una violenta discusión.

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[17] La Fuerza Aérea de Estados Unidos calcula el número de muertos en veinticinco o treinta mil. En The Destruction of Dresden, David Irving hace ascender las víctimas a ciento treinta y cinco mil. Parece que las cifras de Irving se ajustan más a la realidad.