Al terminar la conferencia, que había durado dos horas y media, Himmler prometió dar respuestas definidas a todas las peticiones de Bernadotte, antes de que éste regresase a Suecia. Por su parte, el conde obsequió a Himmler con un tamborcillo escandinavo del siglo XVII pues sabía el interés que éste sentía por el folklore de tales países.
Himmler afirmó hallarse «profundamente agradecido», y preguntó a Schellenberg si había elegido un buen chófer para el conde. Schellenberg dijo haberle asignado el mejor hombre disponible, y Himmler hizo un gesto significativo.
– Está bien -declaró-. De otro modo, los periódicos suecos anunciarían con grandes titulares: EL CRIMINAL DE GUERRA HIMMLER ASESINA AL CONDE BERNADOTTE.
De vuelta en Berlín, Schellenberg informó a Kaltenbrunner acerca de la entrevista. El jefe del RSHA le acusó de «ejercer una nociva influencia sobre el reichsfürer», y el SS gruppenführer (general de división) Heinrich Müller, jefe de la Gestapo, gruñó que «siempre sucedía lo mismo, cuando los señores que se consideraban a sí mismos como caballeros, atraían a Himmler a alguna de sus ideas».
Bernadotte regresó al despacho de Ribbentrop. El ministro de Asuntos Exteriores parecía tener mayor interés en ayudar al conde que en la entrevista anterior, pero su avasallador buen humor no hizo más que irritar a Bernadotte, el cual se despidió cortésmente en cuanto pudo.
A continuación, Ribbentrop llamó al doctor Kleist, y le dijo que se sentase en el sillón que acababa de ocupar Bernadotte, cerca de la chimenea.
– ¿Quién es en realidad Bernadotte?-inquirió Ribbentrop-. ¿Quién le respalda?¿Qué es lo que desea, en verdad, además de salvar a los escandinavos?
Kleist descubrió entre el tapizado del sillón una gran billetera de cuero, atestada de papeles. Al ir a recogerla, cayó de su interior un pasaporte.
– ¿Qué es esto?-inquirió Ribbentrop.
– El billetero de su última visita -manifestó Kleist, creyendo que Ribbentrop examinaría los documentos que había en el interior de la cartera. Pero Ribbentrop se limitó a colocarla dentro de un gran sobre, y dijo:
– Por favor, devuelva esto a Bernadotte, estoy seguro de que lo echará de menos.
Kleist quedó impresionado. Le pareció «un gesto de caballerosidad, entre la corrupción de la guerra total.»
Mientras Himmler celebraba conversaciones que esperaba diesen por resultado una paz favorable, su grupo de ejército se estaba desintegrando. Steiner se había visto forzado a retirar sus tropas hasta el punto de partida, y el ataque principal del Tercer Ejército Panzer -sin Wenck, para supervisar la operación- no hacía progreso alguno. El desastre total en el Este parecía tan inminente, que otros alemanes prominentes, además de Himmler y Ribbentrop, comenzaron a pensar que la única esperanza para salvar a la Patria residía en la diplomacia, es decir, en una rendición incondicional.
SEGUNDA PARTE. Ofensiva desde el Oeste
Capítulo primero. «Surgirá un telón de acero»
1
El 14 de febrero, Eisenhower fue a reunirse con Montgomery en el cuartel táctico de Zonhoven, Bélgica. El arduo problema del Alto Mando seguía abrumando a Eisenhower, el cual se quejó de «hallarse siempre presionado por Marshall y los jefes de Estado Mayor norteamericanos, quienes le acusaban de ser partidario de los ingleses, e igualmente por el primer ministro (Churchill) y los jefes militares británicos, que a su vez le culpaban de favorecer a los americanos». Preguntó Eisenhower a Monty lo que pensaba acerca de la situación. Como de costumbre, el punto de vista del mariscal de campo era definitivo: si se le consentía realizar el ataque principal ayudado por el Noveno Ejército de Simpson, creía que los resultados serían satisfactorios. En su Diario, Montgomery consignó lo siguiente:
«A Ike le encantó que yo estuviese satisfecho sobre el estado actual de la situación. No hay duda de que estaba preocupado por algo cuando llegó a Zonhoven, y esta preocupación se manifestó también durante nuestras conversaciones.
»Hasta el momento no tengo la menor idea de lo que puede causar su inquietud, pero fue evidente que en cuanto le dije que me hallaba satisfecho con la situación actual del mando militar, se convirtió en un hombre diferente, y su semblante resplandeció de satisfacción.»
Montgomery escribió a Booke expresándole su agrado porque «Ike se mostró de acuerdo en todo lo que estaba haciendo», y prometiéndole dejar a Simpson bajo su mando mientras durase la guerra. «Todo esto es muy satisfactorio, y considero que al fin nos vemos impulsados por un viento favorable para llegar a puerto. Han habido algunas tormentas, pero el cielo se presenta ahora despejado.»
Nueve días más tarde, el río Roer -inundado al destruir los alemanes los embalses- bajó lo suficiente de nivel como para poder iniciarse la «Operación Granada», gran ofensiva en la que tomaban parte trescientos mil hombres. A las 2,45 de la madrugada del 23 de febrero, el Noveno Ejército de Simpson abrió un intenso fuego de artillería. Cuarenta y cinco minutos más tarde cesó el bombardeo, y la oleada inicial, formada por cuatro divisiones de infantería, comenzó a cruzar el Roer, aún bastante crecido, en embarcaciones de asalto. Hubo escasa resistencia por parte del enemigo, al comienzo, pero las agitadas aguas volcaron numerosas embarcaciones y estorbaron la construcción de puentes.
Por el norte, Montgomery había conseguido lo que parecía imposible una semana antes: ordenar la caótica situación. La «Operación Veritable», afectada momentáneamente por la postergación de «Granada», había recuperado su impuso inicial, y esos momentos las tropas avanzaban lenta pero firmemente a través de los llanos inundados. El 30.° Cuerpo de Horroks arrolló las ciudades y pueblos fortificados, y conquistó sus dos principales objetivos, Cleve y Goch, en una de las más duras batallas cuerpo a cuerpo de la guerra.
Montgomery se mostró satisfecho al tener conocimiento de la caída de Goch, considerada como el último gran bastión de la muralla occidental. Pero la siguiente ciudad demostró ser otra Goch, y lo mismo ocurrió con todas las poblaciones que siguieron. Las once divisiones alemanas se apiñaban en la estrecha franja que se extendía entre el Roer y el Rhin, decididas a resistir y luchar hasta su total aniquilación. Era evidente, sin embargo, que los duros éxitos conseguidos por británicos y canadienses, habían hecho más fácil el camino de Simpson. Hacia el anochecer, los americanos habían cruzado el río en un amplio frente, con sólo noventa y dos muertos entre sus efectivos. Al día siguiente, la aviación y la artillería germanas trataron de detener a los ingenieros de Simpson, pero siete brigadas de Clase 40, capaces de transportar carros de asalto, y doce brigadas ligeras, consiguieron pasar el Roer.
En el 25 de febrero, la 30.ª División de Infantería se abrió paso a través del bosque de Hambach. Pocos obstáculos quedaban ya ante Simpson, a excepción de la gran llanura de Colonia, la cual, cruzada por una buena red de carreteras, era en realidad un paraíso para las unidades de carros de asalto. Varios comandos de combate de la 2.ª y la 5.ª divisiones acorazadas irrumpieron a través de las brechas enemigas, y avanzaron rápidamente hacia el Rhin. Sidney Olson, periodista del Time, observó las avanzadas de la 2.ª División Acorazada desde una avioneta. Vio grandes oleadas de carros de asalto norteamericanos avanzar como enormes escarabajos a través de los campos de coles. Luego innumerables camiones llenos de soldados se adelantaron formando una masa impresionante. Para Olson, aquello fue «una de las demostraciones magníficas de la unidad y el perfecto funcionamiento de la maquinaria militar, en un momento de pura acción bélica».