2
Por más que la reacción alemana ante la «Operación Veritable» fue bastante lenta, el cruce del Roer por Simpson tuvo la virtud de poner en claro las intenciones de los Aliados, y el mariscal de campo Gerd von Rundstedt, el anciano comandante del Frente Occidental, se dio cuenta de que con «Veritable» como yunque, y con «Granada» como martillo, dos de sus ejércitos quedarían destruidos, a menos que iniciase una rápida retirada. Pese a la contundencia de los dos ataques que sufría su flanco norte, Von Rundstedt comprendió que el desconcertante Patton suponía una amenaza aún mayor en el sur, y el 25 de febrero pidió a Hitler que le diese nuevas instrucciones, declarando que a menos que se llevase a cabo una retirada general al otro lado del Rhin, el Frente Occidental se desmoronaría en su totalidad.
Este llamamiento desesperado no fue tenido en cuenta, y Von Rundstedt sugirió entonces una retirada más modesta, hasta la confluencia de los ríos Roer y Maas. En esta ocasión Berlín replicó con una seca negativa, a la que siguió el 27 de febrero un mensaje personal de Hitler informando a Rundstedt que no era posible pensar siquiera en una retirada general más allá del Rhin.
En la conferencia que celebró varios días más tarde, Hitler ridiculizó la insistencia de Rundstedt por replegarse.
– Quiero tenerle pegado al muro occidental el mayor tiempo posible. Por encima de todo, debemos curarle la idea de retirarse de allí, porque en el preciso momento en que el enemigo tenga el Sexto Ejército inglés (se refería al Segundo Ejército británico) y las tropas americanas en libertad de acción, se lanzarán todos contra aquí. Este hombre carece por completo de visión. Sólo sería trasladar la catástrofe de un punto a otro. En cuanto me retirase de allí, el enemigo quedaría en libertad de atacar. No puede asegurarme que el enemigo se mantendrá quieto, sin avanzar.
Era casi como si Hitler hubiese escuchado los planes hechos en Yalta para lanzar un ataque por el norte, mientras se resistía en el.sur.
A continuación, el Führer sugirió que se enviasen observadores al Frente Occidental.
– Tenemos que mandar a un par de oficiales allí, aunque sólo tengan un brazo o una pierna. Oficiales que sean buenos elementos, y que puedan obtener una clara visión de lo que allí ocurre.
Siguió diciendo Hitler que no podía confiarse en los informes oficiales, y añadió:
– Sólo sirven para arrojar polvo a nuestros ojos. Todo parece bien explicado, y después nos encontramos con que nada de lo que dicen ha ocurrido.
Por lo que se refería al Frente Oriental, Hitler animó a Himmler para que crease un frente a cualquier precio, incluso reclutando mujeres.
– Muchas mujeres están deseando empuñar un fusil, y podíamos mandarlas allí inmediatamente.
La idea de utilizar mujeres repugnaba a un militar como Guderian, pero éste no dijo nada, y Hitler prosiguió:
– Son muy valientes, y si las colocamos en segunda línea, al menos los hombres no saldrán corriendo. Detrás del Rhin, nadie puede ir contra el enemigo. Eso es lo que hace gracia, sólo piensan en retroceder.
3
Tanto Hodges como Patton habían hecho avances apreciables, pero ambos se veían contenidos por Eisenhower: hasta que Montgomery no hubiese llegado al Rhin, Hodges no podría atacar Colonia, ni Patton tomar Coblenza. Con cierta amargura, Patton dijo a Bradley que la historia criticaría al Alto Mando Americano por su falta de energía. Luego pidió que le dejase «echar una carrera hasta Coblenza». Bradley le dijo que podía hacerlo, si se le presentaba la ocasión. Esta llegó el 27 de febrero cuando la 1.ª División Acorazada, cedida temporalmente a Patton, llegó a diez kilómetros de Tréveris, antigua ciudad situada tan estratégicamente a orillas del Mosela, que una vez desalojados los germanos de allí, tendrían que replegarse hasta el Rhin.
Al anochecer, Patton llamó por teléfono a Bradley manifestando que se hallaba a la vista de Tréveris, y pidiéndole autorización para seguir adelante, aun cuando la 10.ª División Acorazada debía ser devuelta al Alto Mando aquella noche. Bradley declaró que continuase, al menos hasta que Eisenhower ordenase personalmente la devolución de la división. Luego Bradley lanzó una risita y dijo que se alejaría bastante del teléfono. Patton creyó que él y Bradley estaban haciéndole una jugarreta a Eisenhower, pero lo cierto es que la insubordinación de Bradley era totalmente ficticia, ya que él y Eisenhower habían decidido en privado dejar que Patton avanzase más allá del Rhin, acuerdo éste tan secreto que ni los mismos ayudantes de Bradley sabían nada de él.
Así pues, la 10.ª División Acorazada siguió avanzando hacia Tréveris, y poco antes de la medianoche del 28 de febrero, la fuerza de asalto del teniente coronel Jack J. Richardson entró sin mayor oposición en los suburbios del sudeste de la ciudad y capturó, sin disparar un solo tiro, una compañía que defendía un cruce de ferrocarriles. Uno de los prisioneros declaró que su tarea consistía en advertir a los equipos demoledores de puentes, situados en los dos puentes del Mosela, de la llegada de los norteamericanos. Decidido a capturar intactos los puentes, Richardson envió a la mitad de sus hombres al puente norte, que fue volado antes de que llegasen los norteamericanos. La otra mitad de los efectivos se encaminó al Kaiserbrücke, construido en tiempos de los romanos.
El propio Richardson dirigía el avance hacia el Kaiserbrücke. A la luz de la luna llena, pudo ver que sus hombres eran abatidos por las balas de los fusiles disparados desde la otra orilla del Mosela. Ordenó barrer el otro extremo del puente con fuego de ametralladoras, e hizo que lo cruzasen cinco tanques y un pelotón de infantería. Seis alemanes borrachos trataron de volar el extremo opuesto, pero los americanos los abatieron antes de que pudieran poner las cargas.
Al amanecer, dos comandos de combate de la 10.ª División Acorazada, reforzada con efectivos de la 94.ª División, penetraban en la ciudad, rodeando a los asombrados y soñolientos soldados germanos. Con Tréveris y el puente en su poder, Patton podía seguir Mosela arriba hasta Coblenza y el Rhin, o bien dirigirse al sudeste, hacia la región industrial del Sarre. Fuese cual fuere el curso que eligiera, ¿quién podía ya detenerle? En ese momento Patton recibió un mensaje del Alto Mando ordenándole que eludiese Tréveris, ya que necesitaría al menos cuatro divisiones para hacer efectiva su captura. Con singular deleite, Patton replicó: «He tomado Tréveris con dos divisiones. ¿Qué quieren que haga, que la devuelva?»
El mismo día, primero de marzo, los infantes de la 29.ª División de Simpson se apoderaron de Moenchen-Gladbach, la mayor ciudad conquistada hasta el momento, a sólo veinte kilómetros del Rhin. Para Simpson, la «Operación Granada» había sido «como un partido de fútbol, con cada jugada llevada a cabo con toda precisión». Eisenhower giró una visita al cuartel general del Noveno Ejército, y dijo que se hallaba sumamente interesado en los planes de Simpson para apoderarse de un puente sobre el Rhin. En aquella zona había ocho puentes, y un rápido avance podía permitir la captura de uno al menos. Simpson explicó que proyectaba iniciar un ataque al día siguiente hacia uno de los tres puentes de Neuss-Düsseldorf. Eisenhower y Simpson se dirigieron hasta el frente, bajo la lluvia, e inspeccionaron un regimiento de la división que había capturado recientemente Moenchen-Gladbach.
Eisenhower dijo en tal ocasión:
– Quiero anticiparle una noticia confidencial. Dentro de unos días recibirá la visita del primer ministro Churchill. ¿Qué automóvil tiene, para poner a su disposición?
Simpson sólo tenía un «Plymouth». Según parece, alguien en retaguardia se quedaba con los coches que le destinaban.
– Ya me cuidaré de este asunto -manifestó Eisenhower-. Otra cosa, a Churchill le gusta el whisky escocés. Ocúpese de tener una buena provisión a mano.