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Gavving lo hizo, y se maravilló por lo que habían avanzado. Con las dos manos abiertas, podía abarcar la totalidad de la Mata de Quinn.

Se retrasaron para arreglar la Q de una marca DQ. El sol estaba horizontal hacia el este cuando volvieron a ponerse en marcha. Según se iban acercando a Voy encontraron un bosque con aguas tranquilas.

Un riachuelo corría a través de un barranco lleno de meandros. Aquella vez no había ninguna atalaya natural. Nueve sedientos ciudadanos clavaron sus garfios en la madera y se descolgaron por las cuerdas a beber, lavarse, empapar las túnicas y retorcerlas.

Gavving notó que Clave hablaba con Alfin un poco más abajo. No pudo oír lo que decían. Sólo vio lo que hizo Alfin.

—¿Y suponiendo que no lo haga?

—No lo hagas. —Clave inició un gesto hacia arriba, hacia donde colgaba el resto de sus compañeros—. Míralos he elegido. ¿Qué puedo hacer si uno de mi grupo resulta ser un cobarde? Seguiría con él. Pero quiero saberlo.

Alfin le miró blanco de rabia. No rojo de ira. Pero no es que estuviera «blanco de rabia»; el blanco significaba miedo, como Clave había aprendido mucho tiempo antes. Un hombre asustado puede llegar a matar… pero las manos de Alfin se aferraban a su cuerda, y el arpón de Clave le colgaba del hombro, muy fácil de agarrar.

—Quiero saberlo. No puedo dejar que vayas en cabeza si ni siquiera te vuelves para mirar lo que están haciendo. ¿Lo entiendes? Si tienes miedo, te pondré en un sitio donde no puedas hacer daño a nadie. De farolillo rojo. Y si te quedas colgado, estoy seguro de que nadie…

—Conforme. —Alfin revolvió en su mochila, sacando una escarpia y una piedra. Clavó la púa junto a otra que estaba ya colocada.

—Asegúrate de que podrás colgarte de ella. Es tu vida.

La segunda escarpia estaba clavada a más profundidad que la primera. Alfin pasó el final de la cuerda por ambas escarpinas y la anudó.

—¿Y dejó el puesto para quien venga detrás?

—Puedes hacerlo. O no. Pero yo tengo que saberlo.

Alfin saltó hacia adelante arrastrando lazadas de cuerda. Movió las piernas y se cubrió la cara con los brazos.

Cayó lentamente. Somos más ligeros, pensó Gavving. Es real. Hubiese dicho que sólo nos íbamos a encontrar mejor, pero pesamos menos… A Alfin todavía caía, pero ya no se tapaba la cara. Remolineaba los brazos intentando dar la vuelta. Gavving notó que las manos de Clave sujetaban las púas que retenían la cuerda de Alfin. La cuerda se tensó e hizo que Alfin giraba para llegar de nuevo al árbol.

Gavving le observó mientras trepaba. Y lo vio saltar de nuevo, extendiendo los brazos como si quisiese echar a volar. Parecía que podría hacerlo, pues caía muy lentamente; pero la corriente volvió a empujarle contra el árbol de nuevo.

—Parece divertido —dijo Jayan.

—Primero pregúntalo —dijo Jinny.

Alfin no volvió a saltar. Cuando trepó hasta llegar a la altura de Clave, y ambos se movieron para unirse al grupo, Jinny habló.

—¿Podemos intentarlo?

Alfin le echó una mirada que parecía un arpón. Clave le dijo:

—No, es tiempo de entretenerse. Tirad hacia arriba…

Alfin estaba de nuevo en cabeza, cuando volvieron a ponerse en marcha. Se detenía frecuentemente para mirar hacia abajo. Y Gavving se preguntó por qué.

El día anterior Alfin se había abalanzado sobre el nariz-arma, acuchillándolo como un enloquecido maníaco, como el propio Gavving. Era difícil creer que Alfin pudiese tener miedo de Clave, o de las alturas, o de cualquier cosa.

El sol estaba dando la vuelta al cielo, cruzando Voy por detrás y regresando al cénit antes de que ellos volvieran a estar a sotavento. El bosque de aguas tranquilas era más suave, lo bastante para que pudieran atravesarlo con una púa en cada mano, dando un pinchazo, un tirón y otro pinchazo. Viraron hacia abajo para evitar dar cualquier señal a los pájaros que se apiñaban en el bosque. De cola escarlata, los pájaros eran completamente diferentes del bosque gris ocre.

Cuando alcanzaron el riachuelo, era aún más pequeño, pero aún tenía la suficiente corriente: se descolgaron hasta el agua y la sintieron fría y la dejaron correr por sus bocas y caras. Clave repartió carne ahumada. Gavving se sentía famélico.

El Grad observaba los pájaros mientras comía. De repente, soltó una carcajada:

—Mirad, están practicando una danza de apareamiento.

—¿Así?

—Ya lo ves.

Gavving los miró; y lo mismo hicieron los demás, impulsados por la clamorosa risa de Clave y las risitas de Jayan y Jinny. Un macho de color gris ocre se acercó a una hembra y abruptamente abrió las alas grises como si fueran una capa. Debajo del gris se ocultaba un brillante color amarillo, y una trompa protuberante que nacía de un estallido de plumas escarlatas.

—El Científico me habló de ellos en cierta ocasión. Relámpagos —dijo el Grad, su sonrisa murió y dijo—: Me pregunto qué es lo que comen.

—¿Qué diferencia produciría? —preguntó Alfin.

—Quizá ninguna. —El Grad avanzó hacia los pájaros. Las aves se alejaron volando, luego volvieron, dejándose caer en picado, chillando obscenidades. El Grad los ignoró. Regresó.

—¿Bien? —preguntó Alfin.

—La madera está cuajada de hoyos. Cuajada. Los agujeros están llenos de insectos. Los pájaros escarban y se comen los insectos.

—Estás enamorado —ironizó Alfin—. Estás enamorado de la idea de que el árbol se está muriendo.

—Estaría enamorado de la idea de que gozara de buena salud —dijo el Grad, pero Alfin sólo reaccionó con un bufido.

Subieron en espiral hacia el lado oriental mientras el sol se inclinaba por debajo de Voy y empezaba a subir nuevamente. El viento era menos fuerte. Pero se estaban cansando; apenas conversaban. Descansaban frecuentemente en grietas de la corteza.

Estaban descansando cuando Merril llamó: —¿Jinny? Estoy levitando.

Una pinza del tamaño del puño de Clave asió el tejido de la mochila casi vacía de Merril. Merril tiró del saco. De un agujero de la corteza estaba emergiendo una criatura cubierta de duras y marrones placas segmentadas. La cara era una placa simple con un ojo profundamente grabado. El cuerpo parecía blando al acabar las placas.

Jayan apuñaló el sitio donde el cuerpo tocaba la corteza. La criatura se apartó, pero continuó agarrando la mochila de Merril con una determinación estúpida. Jayan apalancó la garra abierta con el arpón y metió a la criatura en su propio saco.

Cuando tras dar la vuelta regresaron al agua, Clave recogió agua para hervir en una pequeña marmita con tapa. Hizo té, volvió a llenar la marmita y coció la presa de Merril. Les dio un pedazo a cada uno de los miembros del grupo.

Se acurrucaron en una amplia grieta con forma de rayo y se ataron con las cuerdas. Juntos pero separados, la cabeza dentro de la corteza. No tenían ocasión de conversar, ni estaban animados para ello. Cuatro días de escalada desde el último desayuno les había dejado con poco ánimo para cualquier cosa que no fuera dormir.

Cuando despertaron comieron un poco más de carne cocida.

—Deberíamos buscar más cosas de caparazón duro —sugirió Clave—. Estaba bueno.

No los apremió para que se movieran. Nunca lo haría, descubrió Gavving, hasta que pudieran acampar junto a una corriente de agua.

En aquella ocasión, asignaron a Jiovan el primer puesto. Los condujo en una espiral en sentido contrario a las agujas de un reloj que los llevó a sotavento por medio día. La madera volvía a ser suave y cuajada de agujeros, y los relámpagos se sucedían bajo ellos. Alfin y Glory perdían terreno en las regiones de sotavento. Jiovan lo hizo notar y se ganó una mirada de sombrío aborrecimiento de Alfin.