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Todo era porque Alfin se preocupaba mucho más que los otros de la operación de fijar sus púas. Y Glory no lo hacía, por lo que estaba permanentemente resbalando y sujetándose…

Se detuvieron en la corriente y bebieron y se lavaron.

Alfin observó algo que había muy por encima de ellos: grises protuberancias que se extendían hasta muy lejos por la corteza a ambos lados del riachuelo. Trepó, clavando escarpias tenazmente en la madera, y regresó con un hongo-abanico, gris pálido, con una orla roja, de la mitad del tamaño de su mochila.

—Podría ser comestible —dijo.

Clave preguntó:

—¿Quieres arriesgarte a probarlo?

—No. —Pareció que lo iba a tirar.

Merril le detuvo.

—Estamos aquí para salvar a la tribu de la inanición —dijo. Rompió un pedazo gris y rojo del sombrerete y probó un pequeño bocado—. No tiene mucho sabor, pero es agradable. Al Científico le gustaría. Puede masticarse sin dientes. —Volvió a morder. Alfin tomó un trozo del blanco agrisado del interior y empezó a comérselo, mirándolo como si fuera veneno. Asintió con la cabeza. —Sabe bien.

Con aquellas palabras surgieron nuevos voluntarios, pero Clave lo impidió. Cuando volvieron a ponerse en Marcha, Clave regresó y arrancó un ramillete de los hongos con forma de abanico. Un abanico de a metro ondeaba como una bandera a sus espaldas. El sol subía por el este.

Estaba por debajo de Voy. Mirando directo hacia ajo, a lo largo del tronco, pasada la verde pelota de Pelusa que era la Mata de Quinn, se veía el punto brillante de Voy en los límites de la suave luz solar, y el viento del oeste soplaba casi suavemente a través de las arrugas de la corteza, cuando Gavving escuchó el grito de Merriclass="underline" —¿Quién necesita piernas?

Se sujetaba a la distancia de un brazo de la corteza, agarrada de una sola mano. Gavving gritó hacia abajo. —¿Merril? ¿Está todo bien?

—¡Me siento maravillosamente! —Merril se soltó y empezó a caer y volvió a asirse—. ¡El Grad tenía razón! ¡Podemos volar!

Gavving trepó hacia ella. Jinny estaba ya debajo de Merril, clavando una escarpia. Cuando Gavving las alcanzó, Jayan estaba usando la púa para agarrarse, con la cuerda preparada en la otra mano. Empujaron a Merril contra el tronco.

No se resistió. Cacareaba.

—Gavving, ¿por qué vivimos en la mata? Aquí hay comida, y agua, y no se necesitan las piernas. Vamos a quedarnos. No necesitamos la cueva de ningún nariz-arma, podemos cavarnos la nuestra. Para comer tenemos los nariz-armas y las cosas con concha y los hongos-abanico. ¡He comido follaje suficiente para el resto de mi vida! Si alguien lo necesita, enviaremos a buscarlo, abajo, a alguien con piernas.

Tendremos que andarnos con cuidado con los hongos-abanico, pensó Gavving. Empezó a clavar púas en la corteza. Al otro lado de Merril, Jiovan estaba haciendo lo mismo. ¿Dónde estaba Clave?

Clave estaba con Alfin, muy por debajo de ellos, argumentando furiosa e inaudiblemente.

—¡Vamos, acercaos! ¿Qué estáis haciendo? —preguntó Merril mientras Gavving y Jiovan la sujetaban a la corteza—. Escuchad, he tenido una idea maravillosa. Vamos a volver. Ya tenemos lo que buscábamos. Matemos otro nariz-arma y podremos cultivar los hongos-abanico en la mata. Y luego formamos aquí otra tribu. ¡Claaave! —bramó cuando Clave y Alfin hubieron trepado hasta un punto desde donde podían oírla—. ¿Cómo me verías de Presidente de una colonia?

—Serías terrible. Ciudadanos, vamos a quedarnos aquí un rato. Ataos. Que nadie vuele.

—Nunca pensé que pudiera ser tan bueno —les dijo Merril—. Mis padres… cuando yo era pequeño, mis padres esperaban que muriese. Pero no me echaron como comida por la boca del árbol. Yo también pensé en ello, pero nunca lo hice. Estoy contenta. A veces pienso que soy como un ejemplo para la gente que necesita tenerlos para ser feliz. Son felices por tener piernas. Incluso una sola pierna —le susurró a Jiovan con voz ronca—. ¡Piernas! ¿Para qué?

Jiovan le preguntó a Clave:

—¿Cuánto tiempo vamos a estar aquí?

—Tú ninguno. Recoge, eh, recoge al Grad y busca un sitio mejor para dormir.

Jiovan miró a su alrededor.

—¿Qué clase de sitio?

—Una cueva, una grieta o una protuberancia de la corteza… cualquier cosa será mejor que colgarnos como carne ahumada.

—Yo también iré —dijo Alfin.

—Tú te quedas.

—¡Clave, no tienes derecho a tratarme como un niño! ¡Sólo me comí la mitad de esa cosa! ¡Me siento bien!

—También Merril.

—¿Cómo?

—No importa. Parece malhumorado, y eso es estupendo. Merril parece feliz, y eso es…

—Alfin, estoy tan contenta que no vais a poder pararme. —Merril le sonreía radiante. En aquel momento. Gavving pensó que era bella. Gracias por intentarlo. Siento sueño —dijo Merril, y se fue a dormir.

Alfin la miró con ojos inquisidores, y dijo.

—Yo… creo que debería hablar con el Presidente sobre esta idiotez. ¿A quién se le ocurre enviar a una mujer sin piernas a trepar por el árbol? Clave, me siento muy bien. Muy despierto. Hambriento. Incluso comería un poco roas de hongo.

Clave sacó un abanico de la mochila. Desgarró un pedazo del borde rojizo y le ofreció a Alfin un pedazo del tamaño de una mano del blanco interior. Si Alfin iba a acobardarse, era un buen momento para comprobarlo. Se comió todo el pedazo con un apetito teatral que hizo sonreír a Clave. Clave rompió el resto de la roja caperuza y se lo colocó en el morral separadamente.

Jiovan y el Grad volvieron. Habían encontrado una marca DQ cubierta de hongos, como una peluca de cabello gris.

—Infectado. Podríamos quemarlo —dijo el Grad.

—Suponiendo que pudiéramos controlar el fuego. No tenemos agua —dijo Clave—. No importa. Vamos a echar una mirada. Jayan, Jinny, quedaos con Merril. Que una de vosotras venga a buscarme si se despierta.

Examinaron dubitativos la mancha de hongos. Raspar todo aquel cabello gris era un trabajo terrible. Clave recogió un manojo y le prendió fuego. Ardió lenta y dificultosamente.

—Podemos intentarlo. Pero lo mejor sería que vaciáramos algunas mochilas por si hay que apagarlo a golpes. La parcela de hongos ardió lentamente. El viento del oeste no era fuerte a aquella altura, y el humo tendía a meterse entre los «cabellos» del hongo, sofocando el fuego. Esto impidió que se apagara. Crepitaba por los bordes incandescentes y se reanudó por sí solo. Regresaron rodeados del hediondo humo.

El humo empezó a disiparse. Gavving se adelantó y descubrió que los hongos habían desaparecido, y que los que quedaban estaban carbonizados. La Q tenía dos metros de hondo.

Clave hizo una antorcha con un trozo de corteza y con ella quemó los pedazos que no habían ardido.

—Raspadlo todo y pensad que tenemos que dormir dentro. Gavving, Jinny, volved a por Merril.

Cuando empezaron a moverse, Merril se despertó de repente, feliz y activa, y desbordante de planes. La llevaron con halagos a través de la corteza, preparados para cualquier cosa, y la amarraron en la raspada punta de la Q.

No hicieron nada más, pero cuando la pusieron en la Q se durmió inmediatamente.

Merril dormía como una niña, pero los demás no conseguían descansar. Irregulares conversaciones se iniciaban y morían. Clave preguntó:

—Jiovan, ¿cómo lo estás haciendo?

—¿A qué te refieres?