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—A la totalidad del viaje. ¿Cómo lo estás haciendo?

Jiovan bufó.

—Tengo hambre. Estoy agotado, pero todavía puedo valerme por mí mismo. Puedo trepar. ¿Qué más pretendes que hagamos? No lo sabremos hasta que lleguemos al hogar. Merril ha perdido el control, pero también puede estar en lo cierto.

Clave se mostró sobresaltado.

—¿Quieres decir vivir aquí?

—No, eso es una locura. Quiero volver ahora. Matar algo, ahumarlo y recoger más hongos-abanico y regresar al hogar. Volveremos como héroes, en la medida en que lo han hecho los demás grupos de caza que han vuelto con comida, y, aunque me parece superfluo decirlo, estoy preparado. Soy mala comida para el árbol a pesar de ser uno de los… tullidos. He sido utilizado para suministrar alimentos a la tribu… y si los hongos-abanico pueden crecer en la mata…

Todo el grupo estaba escuchando. Clave supo que hablaban para ellas.

—Merril —dijo— podría estar enferma, ya lo sabes.

—Se siente muy bien.

—Oh, vamos a ver cómo se siente cuando se le haya pasado. Incluso yo mismo podría querer probarlo. —Clave soltó una risita. Esperó a ver qué pasaba.

No hubo oportunidad, no con Alfin escuchando.

—¿Qué hay con lo de volver al hogar? Ya tenemos lo que veníamos buscando.

—Yo no lo creo así. No podemos estar seguros de que hayamos limpiado todas las marcas de la tribu, ¿verdad, Grad?

—Suponen que debemos recorrer todo el tronco.

—Por lo menos ya hemos recorrido la mitad. Ya sabemos que podemos alimentarnos por nosotros mismos. ¿Qué más vamos a encontrar? El nariz-arma era una buena comida, pero sólo hemos encontrado uno, y eso no es suficiente para la mata. Podemos arrancar unos cuantos hongos-abanico en el camino de vuelta. ¿Qué más? ¿Son comestibles los relámpagos? ¿Podremos trasplantar las cosas acorazadas?

El Grad estaba vigilando el fuego.

—Podrían crecer justo encima de la mata. Podríamos trabajar en ello. Yo estoy dispuesto a seguir. Quiero ver lo que pasa cuando ya no haya ninguna fuerza de marea.

—Ya sabemos que lo que Merril va a decir. ¿Alguien más?

Alfin gruñó. Pero nadie dijo nada. —Seguiremos —afirmó Clave.

Cinco — Recuerdos

Allí estaba otra vez. Era una frecuencia especial de luz la que Sharls Davis Kendy había tenido durante quinientos años. No obstante la había encontrado hacía cincuenta y dos años, y cuarenta y ocho, y veinte, y… seis observaciones seguras y diez más probables. El punto estaba circulando. Aquella vez al oeste de su posición, apenas visible a través de la mezcla de polvo y gas y lodo y vida vegetaclass="underline" la luz del hidrógeno en combustión con el oxígeno.

Kendy fijó su atención en un punto ondulante dentro del Anillo de Humo. Raramente podría el MAC reconocer la señal que tan inmersa estaba en aquella mezcla, pero Kendy nunca había considerado la posibilidad de darse por vencido.

—Kendy del Estado. Kendy del Estado.

El motor principal del MAC debía llevar muchas horas funcionando. Aceleraría lentamente, muy lentamente: empujando algo masivo. ¿Qué estaban haciendo allí dentro?

¿Habrían olvidado por completo la Disciplina y a Sharls Davis Kendy? Kendy se había olvidado de muchas cosas, pero lo que recordaba era algo tan real como el momento que estaba viviendo. Aquellos inútiles intentos de contacto necesitaban muy poca cantidad de su atención. Kendy se refugió en los recuerdos.

La estrella objetivo era blanco-amarillenta, con un espectro muy parecido al del Sol, circundando a una compañera invisible. De 1,2 masas solares, T3 era por minutos más brillantes y azulada que el soclass="underline" entre G0 y G1. La compañera, de la mitad de la masa solar, debería ser una estrella, no un planeta. Por lo menos, era visible.

El Estado había conseguido datos telescópicos de las primeras misiones a otras estrellas. Por lo menos había un tercer cuerpo, planetario, en aquel sistema. Podría ser un planeta parecido a la Tierra; en tal caso, la Disciplina cumpliría con su misión principal sembrando la atmósfera con algas capaces de producir oxígeno. En un futuro distante, el Estado podría volver y encontrarlo adecuado para la colonización.

Pero alguien tendría que ir personalmente para comprobar las características propias del lugar.

La Disciplina era una nave sembradora de exploración, cuya misión se dirigía a un anillo de amarillentas estrellas que podrían hospedar mundos parecidos a la Tierra. Su misión secundaria era un secreto sólo conocido por Kendy; pero la exploración, definitivamente, era la tercera opción de la lista; la Disciplina no se detendría allí. Kendy pasó rozando T3, tomó fotografías y grabaciones, y se desvaneció en el vacío. Podría ir tan lento como para lanzar un misil con una cabeza de guerra llena de algas adaptadas, en el caso de haber encontrado un blanco.

Cuatro miembros de la tripulación estaban en el módulo de control. Tenían ajustado el enfoque del telescopio y en la gran pantalla aparecía un dibujo como a la acuarela de una estrella blanco-azulada, con un pequeño punto de ardiente luz blanco-azulada en el borde. Sam Goldblatt tenía el espectro de T3 expuesto en una pantalla más pequeña.

Sharon Levoy leía la grabación; nadie más estaba a la escucha.

—Eso lo resuelve. La Estrella Levoy es una vieja estrella de neutrones que pasó del estado de pulsar hace quinientos o mil millones de años. Todavía está más caliente que el infierno, pero sólo tiene veinte kilómetros de diámetro. La radiación superficial es casi despreciable. Puede que haya perdido la capacidad de giro y el calor residual en todo ese tiempo. No hemos podido verla porque no desprende bastante luz.

«La enana amarilla es una estrella que puede tener planetas, pero podemos suponer que los planetas han perdido la atmósfera, vaporizada cuando estalló la supernova cuyas cenizas son la Estrella Levoy…

Goldblatt gruñó.

—¡Se supone que somos la primera expedición que ha venido aquí! ¡Prikazyvat Kendy!

La tripulación no era capaz de suponer que el computador de la nave y su personalidad grabada pudiera escucharles indiscretamente.

Sin embargo, Kendy dijo:

—Hola, Sam. ¿Qué pasa?

Sam Goldblatt era un hombre alto, robusto, con un espeso y cuidadosamente arreglado bigote. Había estado maldiciendo desde que Levoy encontró y bautizó a la estrella de neutrones. Su frustración ya había encontrado un objetivo.

—Kendy, ¿tienes grabaciones de alguna expedición anterior?

—No.

—De acuerdo, compruébamelo. Esas son líneas de absorción de oxígeno, ¿o no? Lo que quiere decir que hay vida vegetal en alguna parte de este sistema, ¿verdad? ¡Y eso es lo que justifica que el Estado haya enviado aquí una nave sembradora!

—Ya he visto el espectro. Después de todo, Sam, ¿por qué no podría haberse desarrollado la vida por sí misma? En la Tierra ocurrió así. Además, esas líneas no indican Que sea un mundo similar a la Tierra. Son demasiado agudas. Hay demasiado oxígeno, demasiada agua.

—Kendy, si no es un planeta, ¿qué es?

—Ya lo averiguaremos cuando estemos más cerca.

—Hmmm. No a esta velocidad. Kendy, pienso que deberíamos ir más despacio. Desacelerar al máximo para que los cohetes exploradores Bussard pueden trabajar. No malgastaremos combustible, tendremos una vista mejor, y podremos acelerar nuevamente utilizando como combustible el viento solar.

—Peligroso —dijo Kendy—. Recomiendo lo contrario.

Y aquello fue lo que hizo.

Durante quinientos doce años, Kendy había estado corrigiendo grupos parciales de su memoria hasta que se dio cuenta de que no los necesitaba. No recordaba haberse decidido a seguir las sugerencias de Goldblatt. Goldblatt debería haber persuadido al Capitán Quinn y al resto de los tripulantes, y Kendy se había dado por vencido… ¿por ellos, o por su propia curiosidad? Kendy recordaba: