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Bramó. Aleteó una vez más y rompió la flecha limpiamente. Sal apareció entre el humo, dando un tirón hacia el cielo. No parecía preocupada mientras sacaba el antiguo arco de metal que colgaba seguro de su hombro. Las brasas del cabello canoso se habían adherido a la cola de la hembra, que aleteaba locamente.

—Smitta envió una flecha atada con un ronzal hacia la cría.

Ambos adultos chillaron. La hembra intentó bloquear la flecha. Pero fue demasiado lenta. La cría no pareció ver llegar la saeta. Smitta tiró de la cuerda y se detuvo apenas a un metro.

La hembra la miró asombrada.

La mujer soltó cuerda rápidamente, pero no era necesario. Los adultos se movieron junto a la cría, con una delicadeza infinita. Tendieron pequeñas manos desde sus vientres color naranja y empezaron a juntarse. Se movieron como un único y desdibujado fantasma azul contra el cielo azul.

—¿Lo veis? Se han unido. Tenías razón en eso —dijo Smitta.

Sal extrajo una vaina surtidor con forma de lágrima del hato de bolsillos que bajaban y rodeaban el frente de su túnica. Retorció la punta. Una nube de semillas y niebla salió de allí, a la vez que lanzaba a Sal contra la corteza, debido a la fuerza del retroceso.

Ella enrolló la cuerda y guardó las armas, incluido el valioso arco. Elástico metal, que había ido pasando de los viejos a los jóvenes dentro del Pelotón de Triuno al menos durante doscientos años.

—Bien hecho, compañeras, pero me parece que el fuego está llegando a la madera. Me gustaría que Thanya estuviera aquí. Ella no habría dejado que se nos escapasen, ¿o sí?

Minya no sabía si el fuego podría alcanzar la madera, o no. Era difícil decir hasta qué punto el cabello canoso estaba introducido en la madera y podía llegar a afectarla.

—Todavía no es peligroso —dijo.

—Odio malgastar vainas surtidor, pero… comida de árbol. Quiero cuidar de ellos —decidió Sal. Juntó las piernas, agarró la corteza con las manos para asirse a ella, y saltó. Ondeó los brazos echándose al aire y girando hasta que pudo ver el tronco. La miraron derivar a lo largo del tronco, hacia la Mata de Dalton-Quinn.

—También ella se preocupa demasiado —dijo Smitta.

Habían pasado ya setenta días desde que los ciudadanos de Clave salieron de la Mata de Quima.

El árbol alimentaba una miríada de parásitos, y los parásitos alimentaban al grupo de Clave. Habían matado a otro nariz-arma, fácilmente, cortándole la nariz, arrojando luego arpones dentro de su madriguera. Había bancales de hongos-abanico por todas partes. Merril había dormido ocho días después de comerse el rojo borde de un hongo-abanico. El consiguiente y palpitante dolor de cabeza no parecía haberle afectado para la escalada, y avanzaba de nuevo. De aquel modo descubrieron que los hongos-abanico servían como alimento, y encontraron más excavadores acorazados y otras cosas comestibles…

El Grad veía en todo aquello la evidencia del declinar del árbol.

Encontraron un arbusto de vaina surtidor en la corteza. Clave guardó una docena de semillas maduras en un morral de chirriante piel de nariz-arma.

Acamparon justo en los bordes de la madera lavada por el agua. Clave se rió y admitió que podrían haber hecho ya todo el camino. Habían dormido otras tres veces en el árboclass="underline" la última noche en la madriguera de un nariz-arma, las dos anteriores en profundas heridas de la madera, grietas cubiertas de «pelusa» que debieron quemar primero. La carbonilla les había manchado de negro la ropa.

Habían aprendido a no intentar hervir el agua. Se producía una espuma que se desbordaba en una masa caliente, en expansión.

La gravedad de la marea continuaba decreciendo hasta que casi flotaron por encima del tronco. A Merril le gustaba. Una vez recuperada de los efectos del hongo-abanico, aquello no había cambiado. No podéis caer; sólo tenéis que gritar para pedir ayuda, y cualquiera podrá lanzaros una cuerda. A Glory le gustaba, y Alfin sonreía de vez en cuando.

Pero había inconvenientes. El agua era cada vez más escasa. A aquella altura no había viento, y por eso no había corrientes de agua a sotavento. A veces, encontraban madera húmeda, lo suficientemente húmeda como para poder lamerla. Había agua en la carne de los hongos-abanico.

Había una marca DQ hallada por Jinny. Bien: parecía casi limpia. Y a medio klomter alejado del tronco, una forma como de abanico que semejaba una mano blanca recortándose contra el cielo. Debía ser grande. El Grad la señaló.

—¿La cena?

—Puede que por los alrededores encontremos otras más pequeñas —dijo Clave.

—¿Podría no parecer tan grande —preguntó Merril— desde los Comunes?

El Grad se estaba dirigiendo hacia la marca tribal, cuando Clave dijo:

—Párate.

—¿Cómo?

—Esta marca no está cubierta como las demás. Grad, ¿no te parece extraño? ¿Está cuidada?

—Crece algo de pelusa, pero no demasiada. —Luego, cuando el Grad estuvo lo suficientemente cerca como para ver la diferencia real, —dijo: Aquí no hay marca de rúbrica. Ciudadanos, esto no es territorio de Quinn.

Gavving y Jiovan se habían rezagado para ocuparse del humo.

Habían aprendido duramente la forma de actuar allí. La corteza se desgarraba a partir del borde de un bancal de pelusa que había servido como combustible. La corteza sana resistía el fuego. Un círculo de brasas rodeaba la carne, totalmente abierta a las espasmódicas brisas. Un fuego protegido podría no arder. El humo no subiría: podría llegar a sofocar el fuego. Incluso allí, en terreno abierto, el humo revoloteaba en una nube retorcida. El calor de la hoguera estaba en el humo, por tanto no era necesario que el fuego fuera muy grande. Gavving y Jiovan se mantenían bastante apartados. Un cambio de la brisa podía ahogar a un ciudadano incauto.

—¿Jiovan?

—¿Qué?

Ni siquiera Gavving le había preguntado a Jiovan cómo había perdido la pierna… nadie lo había hecho; pero había una parte de la historia que le preocupaba desde hacía años. Y preguntó.

—¿Por qué fuiste a cazar solo aquel día? Nadie caza solo.

—Yo lo hice.

—Conforme. —Un tópico cerrado. Gavving empuñó el arpón. Llenó de aire los pulmones, y luego lo echó hacia el humo. Medio cegado, hurgó entre las brasas con la punta del arpón para dar la vuelta a las patas del nariz-arma —una, dos, tres. Dio un fuerte tirón de su cuerda para salir al aire limpio. El humo fue con él, se abanicó unos instantes antes de poder respirar.

Jiovan estaba mirando hacia adentro, más allá de la pequeña mata verdosa que una vez había encerrado su vida, hacia el resplandor blanco azulado de Voy. Levantó la cabeza, y Gavving le contempló con un brillo asesino en la mirada.

—Esto es algo que no quiero que se divulgue.

Gavving esperó.

—De acuerdo. Yo tenía… tengo un verdadero don para el sarcasmo, según me decían. Cuando yo mandaba un grupo de cabeza… bueno, los chicos iban para aprender, naturalmente, y yo iba para enseñarles. Si alguien cometía un error, a mí me tocaba corregirlo.

Gavving asintió.

—Tenía bastantes cosas de que ocuparme además de tener que soportar a los ineptos. No podía aguantarlo, de modo que empecé a cazar solo.

—No tendría que haberte preguntado. Sólo lo hice por curiosidad.

—Olvídalo.

Gavving estaba intentando olvidar por completo otra cosa. La última noche de sueño la había pasado despierto para encontrar a tres ciudadanos desaparecidos. Había seguido un sonido… y observado a Clave y Jayan y Jinny unidos a la corteza por cuerdas, y saltando hacia afuera, y haciendo niños mientras iban a la deriva.

Lo que ahora habitaba en su cabeza era la lujuria y la envidia espoleada por la ira de Clave o el desprecio de Jinny (pues se había fijado en Jinny como amante marginal). Le quedaba el recurso de soñar. Y al volver a la Mata de Quinn, podría tomar en serio a cualquier otra compañera potencial. De todos modos Gavving no podía ofrecer nada; no tenía la riqueza ni los años.