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Aquello podía cambiar, por supuesto. Volvería, por supuesto, como un héroe, ¡por supuesto! Y el Presidente se pondría furioso… él que no había sido capaz de enviar a Harp. Posiblemente, Clave también opondría resistencia. Pero si lograban acabar con el hambre, el Presidente no podría hacer nada; ellos serían héroes.

Gavving podría elegir su pareja…

—Así que empecé a cazar solo —dijo Jiovan— el día que Glory destrozó la jaula de los pavos.

Por un instante, Gavving no supo de qué estaba hablando Jiovan. Luego, sonrió.

—Harp me contó el cuento.

—Yo también se lo he oído. Aquel día había bajado por la rama, con una cuerda para sujetarme y otra suelta, mordisqueando un poco de follaje, con la cabeza apuntando hacia el cielo, ya sabes, sólo esperando. Era noche cerrada en la oclusión del Año Nuevo. El sol era un ancho punto brillante radiando por encima de mí, y Voy derivaba directo hacia su centro.

«Entonces llegó un pavo, aleteando contra el viento, moviéndose todavía bastante deprisa, y de espaldas. Hice un nudo en la cuerda libre, rápidamente, y lo lancé. Pesqué al pavo. Llegó otro. Preparé más lazos y en dos respiros tuve un pavo en cada uno. Pero llegaron dos más, y luego cuatro, por arriba, y en ese momento adiviné que eran los nuestros. Lancé el extremo de la cuerda con que me anclaba, y apresé un tercero… —Buena cacería —dijo Gavving.

—Oh, seguro, aquel día no había nada que me entorpeciera. Pero el cielo estaba lleno de pavos, y muchos de ellos se estaban escapando, y todavía pienso lo divertido que resultaba. —Sí.

—Por eso nunca he contado antes esta historia. Gavving adivinó súbitamente lo que había pasado. —Podré sobrevivir aunque no me la sigas contando. —No, todo está bien. Fue divertido —dijo Jiovan seriamente—. Pero el cielo estaba lleno de pavos, y una familia de triunos llegó para ver si podía hacer algo con toda aquella comida que volaba. Se dividieron y se lanzaron detrás de los pavos perdidos. No podía hacer otra cosa más que marcharme con los tres míos. Jiovan ya no se reía.

—El macho se lanzó por uno de mis pavos. Se lo tragó entero e intentó remontarse. Pero había cogido la cuerda equivocada… imagínate el extremo de una cuerda con la punta clavada profundamente en la madera, y esa bestia inmensa tirando del otro extremo, y yo en medio. Vi súbitamente lo que estaba pasando, intenté abrir el lazo para saltar fuera, pero el lazo hizo una muesca y se cerró y casi me cortó la pierna de raíz y empecé a caer hacia el cielo.

Comida de árbol.

—Sí, también yo pensé que era comida de árbol. ¿Recuerdas que tenía una cuerda entre las manos? Pero con un pavo a cada extremo, aleteando como locos, y yo cayendo. Intenté soltar un pavo, lo hice, pensando que podría agarrarme al ramaje, pero no lo conseguí.

»Sin embargo, el macho del triuno había apresado algo, y no sabía qué. Echó hacia atrás la cuerda y sintió un tirón en el vientre y la soltó. Pienso que era aquello lo que estaba esperando. Todo lo que sé es que algo me golpeó en la cara, y que era un pavo muerto cubierto de una sustancia pegajosa, y que me agarré a él… me abracé a él con todo mi corazón y empecé a trepar por la cuerda, hacia la mata.

Gavving tenía miedo de reírse.

—Até lo que quedaba de mi pierna. Lo que colgaba, lo corté. Sí, chico, ¿te ha contado Harp alguna vez una historia como esta?

—No. ¡Comida de árbol, le gustará! Oh.

—Me hice famoso. No quería hacerme famoso por aquel método.

Gavving masculló.

—¿Por qué me lo has contado ahora?

—No lo sé. Mi turno —dijo Jiovan repentinamente. Llenó los pulmones y desapareció en el humo.

Gavving parecía agobiado. Siempre hacía demasiadas preguntas. Sonrió culpablemente, imaginándose a Jiovan intentando lanzar una cuerda con un pavo aleteando a cada extremo. ¿Pero por qué Jiovan no quería contar aquello?

Vio que Clave aparecía por detrás de la curva del tronco.

Jiovan emergió, arrastrando humo consigo, y Gavving contuvo el aliento mientras Jiovan lo despejaba. Jiovan tosió un poco.

—Fue hace mucho tiempo —dijo—. Quizá no fue tan terrible. Quizá deba contarlo. Quizá lo haga.

—Ya vuelven —dijo Gavving—. Me pregunto por qué estarán tan excitados.

Clave bramó:

—No quiero volver a casa sin saber antes algo sobre ellos.

—Yo ya sé un montón de cosas —contestó el Grad—. Hubo un tiempo en que vivimos en la mata más lejana. Los Quinn dejaron atrás algún tipo de desacuerdo. Antes de todo eso, existía la Tribu de Dalton-Quinn.

—En ese caso, son nuestros parientes.

El argumento era poco menos que caótico, pero sólo porque la mitad de la tropa se había quedado atrás. Y no se mostraba menos vehemente. Alfin gritó:

—No estás escuchando. ¡Nos van a tirar! ¡Por lo que sabemos, ellos piensan que todavía están en guerra con nosotros!

—Clave —dijo el Grad—, Las marcas tribales están cuidadas, y últimamente no hemos descubierto muchos más hongos-abanico o cosas acorazadas. Estoy pensando que mantienen limpio este trecho del tronco. Podrían volver. ¡Si nos movemos debe ser para irnos de aquí!

—¡Estás hablando de correr de algo que todavía no hemos visto!

—Hemos visto la insignia tribal —dijo el Grad—. DQ. No hay ninguna rústica que cruce la Q. ¿Qué van a hacer con nosotros que somos intrusos en su árbol? Ya hemos pasado la zona media, estamos en su territorio. Clave, volvamos a casa. Matemos otro nariz-arma, arranquemos algunos hongos-abanico y un acorazado, y volvamos a casa con comida en abundancia. —Clave sacudió la cabeza—. ¡La tribu ya no volverá a estar sedienta! Llevaremos agua del tronco…

Clave se agitó de nuevo.

—El agua llegará a la mata de todas maneras. No. Quiero encontrarme con los Dalton. Hace cientos de años que no sabemos a qué se parecen… quizá, conozcan mejores métodos para cuidar la vida terrestre, o modos de conseguir agua. Quizá tengan comida de la que nunca hemos oído hablar. Algo. Hola, Jiovan. —Hola, ¿Qué pasa?

—Hemos encontrado una marca tribal que no es de las nuestras. La cuestión a dilucidar es: ¿vamos a decirles hola antes de volver a casa? ¿O nos limitamos a correr? El Grad saltó.

—¡No lo entiendes, no podemos pelear, no podemos negociar! Sólo contamos con un buen luchador, y con dos lisiados y un chico y cuatro mujeres y el encargado de la boca del árbol, y a todos nosotros nos han expulsado de la Mata de Quinn, ni siquiera podemos hacer promesas…

Clave le cortó.

—Alfin, ¿tú también quieres volver?

—Sí.

—¿Jiovan?

—¿De qué tenemos que correr?

—Quizá de nada. La marca no ha sido atendida desde lace mucho tiempo. ¡Comida de árbol, la sequía podría haberles matado! Podríamos colonizar la mata más lejana…

Merril le cortó, aunque todavía jadeaba por la escalada.

—Oh, no. Si alguien muere allí… nosotros no deberíamos… acercarnos. Dan ganas de vomitar.

—¿Quieres volver a seguir?

—No quiero… volver… pienso, pero… habría que coger primero… aquel gran hongo-abanico. ¡Si no lo hacemos podríamos impresionar a los ciudadanos! Y ahumar otro nariz-arma… si podemos. Por lo lejos que hemos llegado… sabemos que hay comida en el tronco que se puede cazar. Podremos decírselo al Presidente.