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—Desgarrar primero el borde —dijo Merril.

El Grad se opuso.

—El Científico querría un poco de la parte roja.

—¿Quién lo probaría? Oh, de acuerdo, llévate un poco del borde para el Científico. Supongo que no necesitará mucho.

El tallo era resistente. Hacían algunos progresos, pero los brazos de Gavving estaban agotados. Se apartó, y Clave tomó su lugar. Gavving observó el profundo corte.

—¿Quizá lo habían debilitado ya lo suficiente?

Clavó una escarpia en la corteza y ató a ella la cuerda. Saltó hacia el hongo con toda la fuerza de sus piernas.

La gran mano se inclinó bajo su peso, luego volvió a su posición original y le arrojó hacia el cielo juguetonamente. Forcejeando, agarrándose a la cuerda, vio lo que los demás no habían podido ver por estar tan cerca del tronco.

—¡Fuego!

—¿Qué? ¿Dónde?

—Hacia afuera, quizá a medio klomter. No parece muy grande. —El sol estaba detrás de la mata exterior, dejando el tronco ligeramente en las sombras; vio un resplandor anaranjado dentro de una nube de humo, una llama vacilante con el rabillo del ojo. Tiró fuertemente de la cuerda antes de que su cerebro lo hubiese registrado todo… y un arpón en miniatura pasó silbando junto a su cadera.

Gritó.

—¡Comida de árbol! —No especificó demasiado—. ¡Arpones!

Jiovan estaba vacilante, indeciso; una punta afilada apareció por detrás de su omóplato. Clave empezó a propinar golpes en los hombros y las nalgas de sus ciudadanos para que se pusieran a cubierto. Algo se cernía en la distancia: una mujer, una fornida y pelirroja mujer ataviada de púrpura, con racimos de bolsillos que le llegaban de los pechos a las caderas, dándole la apariencia de una granulosa embarazada. Volvió a través del cielo mientras apartaba algo a empujones con las dos manos. Algo que resplandecía, una línea de luz.

Sus ojos se encontraron, y Gavving supo que aquello era un arma antes incluso de que la mujer lo soltara con un golpe. Se agarró a la corteza y giró. Algo llegó hasta él, una mancha diminuta, cayendo pesadamente en la corteza a lo largo de su espinazo: un miniarpón con las plumas grises y amarillas de un relámpago en el extremo final. Giró nuevamente para poner el hongo-abanico entre ellos.

Clave no estaba a la vista. Enemigos vestidos de púrpura deambulaban a lo largo del muro de corteza, gritando una incomprensible jerigonza y arrojando la muerte. La mujer pelirroja tenía un arpón atravesándole la pierna. Lo tronchó para quitárselo, lo tiró a un lado y buscó un blanco. Escogió el más fáciclass="underline" Jiovan, que ni siquiera había intentado ponerse a cubierto. Jiovan se encontró con un segundo miniarpón atravesándole el pecho.

Usaban vainas surtidor. Un hombre delgado vestido de púrpura escogió a Gavving; este soltó su arpón y una cuerda chasqueó. El hombre gritó de rabia y abrió un vaina surtidor para intentar derribar a Gavving. Su otra mano hacía ondear un cuchillo de un metro de largo.

Gavving se apartó de su camino, empuñando su propio cuchillo, dando un fuerte tirón de la cuerda para ponerse a espaldas de su oponente. El hombre golpeó contra la corteza. Gavving estaba tras él antes de que se pudiera recobrar. Lanzó un tajo hacia la garganta del hombre. Dedos de fuerza inhumana le agarraron del brazo como los dientes de un pájaro-espada. Gavving cambió su objetivo y apuñaló el costado del hombre. ¡De prisa! La llave se aflojó.

El árbol se estremeció.

Gavving nunca lo había notado antes. Se estremeció como reacción. Vio que también se estremecía la gran muralla de corteza, y decidió que era el menor de sus problemas y buscó más enemigos.

La mujer pelirroja costeaba hacia el árbol no muy lejos de la parte exterior, ignorando la sangre que la empapaba los pantalones; tenía puesta la vista en el estremecido árbol. ¿Fuera de alcance? Gavving le lanzó un arpón intentando darle y se arrojó de cabeza detrás del gran hongo.

No era necesario. La había ensartado. Lo miró, horrorizada, y murió.

Los enemigos vestidos de púrpura se gritaban entre sí, voces que estaban sumergidas por un ascendente fondo de rugidos. Jiovan había muerto, con dos flechas emplumadas clavadas en el cuerpo. Jinny sujetaba un pequeño hongo-abanico frente a ella, con el arpón en la otra mano. El Grad dio vueltas para salir de una grieta de la corteza, vio lo que Jinny estaba haciendo y la imitó. Un miniarpón golpeó con un ruido sordo en el escudo de Jinny; apretando los dientes, Jinny se lanzó en la dirección en que había venido el proyectil, seguida por Jayan y el Grad.

Gavving tropezó en su propio arpón. La mujer muerta llegó hasta él, sacudiendo las piernas y los brazos. Una oleada de náuseas le arañó la garganta. Intentó soltar el arpón y se dispuso a examinar la peculiar arma brillante que todavía sujetaba la mano de la mujer. No tuvo tiempo para hacerlo.

El árbol se estremeció nuevamente. El bajo fondo de gruñidos continuaba, un sonido como de mundos desgarrándose. La corteza se deslizó bajo Gavving; el cadáver de la mujer pelirroja daba volteretas, se sacudía. Gavving gateaba buscando un punto de apoyo cuando alguien se acercó a él por un costado.

Cabellos oscuros, una cara hermosa, pálida y acorazonada… ropa púrpura. Gavving la clavó el arpón en los ojos.

—¡El fuego! —chilló Thanya—. ¡Puede dejarnos aislados de la mata! ¡Tendremos que atravesarlo! —Reventó vainas surtidor y empezó a volar por la corteza en vuelo rasante.

Minya la escuchó, pero no se detuvo. Smitta estaba muerta, y Sal estaba muerta, y había sido tan sólo un muchacho de los invasores quien había asesinado a ambas. Minya le siguió.

El chico vestía con ropa escarlata, la vestimenta de los ciudadanos; su rubio cabello era tan corto que se pegaba a su cabeza como un casco; su barba apenas era visible. Su cara tenía un rictus de miedo o de rabia asesina. Lanzó hacia ella una puñalada, echándose hacia atrás ante la propia estocada de contraataque de la espada de Minya, perdiendo el asidero en la corteza. Por un instante, Minya estuvo dispuesta a ir tras él. Atravesarlo, matarlo, por el honor del grupo de Sal, así que, ¡adelante!

Pero no había tiempo. Thanya tenía razón. El fuego podía dejarlas bloqueadas, atraparlas lejos de la Mata de Dalton-Quinn… y debía recobrar el arco de Sal. Minya giró y saltó hacia adelante, reventando una vaina surtidor para alcanzar mayor velocidad.

El cadáver de Sal flotaba libremente, su mano asiendo todavía el tesoro tribal. Detrás de Minya el joven rubio se agarró a la corteza para mantenerse firme y le arrojó la jabalina. Minya pateó para variar su curso y vio cómo el arma pasaba susurrando muy cerca. Se dio la vuelta al tiempo que una forma aparecía directamente frente a ella.

La forma era equívoca, inhumana. Por un momento, se congeló. Minya no tuvo tiempo de saber qué pasaba exactamente cuando un puño explotó en su rostro.

Gavving ignoró los aullidos de la mujer vestida de púrpura. Dos de ellas estaban huyendo, reventando vainas surtidor para arrastrarse hacia afuera a lo largo del tronco. Otro salto en zigzag a lo largo de la corteza. La mujer de cabello oscuro que había intentado matarle se estaba moviendo de costado, hacia donde se había encontrado Gavving… dejando el cadáver de una fornida mujer pelirroja asiendo un arco de metal plateado.

Merril apareció de un desgarrón de la corteza, frente a ella. El puño de Merril golpeó en la mandíbula de la desconocida con un sonido que Gavving pudo escuchar sobre sí…

…bajo sonido de desgarramiento que había estado ignorando mientras luchaba por su vida: un sonido como si el mismo cielo se fuera a desgarrar. Escuchó al Grad, chillando como un grillo, un sonido de pánico, palabras ahogadas por el rugido.