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Pero a Gavving no le hacía falta escuchar. Sabía.

¡Clave! ¡Clave!

Clave surgió de una profunda oquedad y gritó:

—Preparado. ¿Qué necesitáis?

—¡Tenemos que saltar! —gritó el Grad—. ¡Todos nosotros!

—¿De qué estás hablando?

—¡El árbol se está desmontando! ¡Así es cómo sobreviven!

—¿Qué?

—¡Tenemos que saltar a cubierto!

Clave miró a su alrededor. Jiovan estaba muerto, flotaba atado a su cuerda, pero muerto. ¡El Grad colgaba en el cielo, amarrado! Gavving… Gavving se movía a través de la estremecida corteza, arrancando algo de un cadáver vestido de púrpura, siguiéndolo a lo largo del tronco. Jayan y Jinny no estaban a la vista. Alfin gruñía mientras veía desaparecer a sus enemigos entre la lejana nube de humo… Glory y Merril también vigilaban, sin creérselo.

Tomar una decisión. Ahora. No sabes demasiado, pero tienes que decidir. Tienes que ser tú, siempre tienes que hacerlo tú.

Gavving. Gavving y el Grad eran viejos amigos. ¿Sabría algo Gavving? Había capturado el arma de un invasor, y estaba muy lejos a lo largo del tronco… guiado por la comida que habían dejado cuando se encontraban detrás del hongo. Naturalmente, necesitaban comida si querían saltar del árbol.

Puede que la mente del Grad estuviera confusa. Pero Gavving confiaba en él… y todo pasaba como en otra ocasión: un fuego ardiente en el árbol, el tronco estremeciéndose y gimoteando, extranjeros matándoles y luego huyendo… En la mochila de Clave había vainas surtidor. Podría hacer regresar a sus ciudadanos cuando las cosas se hubieran calmado. Aulló:

—¡Grad! ¿Cuerdas en el árbol?

—¡Noooo! ¡Comida de árbol, no!

—De acuerdo. —Gritó por encima de aquel rugido que era como el fin del mundo—. ¡Jayan! ¡Jinny! ¡Glory, Alfin, Merril, saltad todos! Saltad para alejaros del árbol! ¡No os atéis!

Las reacciones fueron variadas. Merril le miró con fijeza, pensándolo bien, luego se empujó libremente. Glory sólo miraba. Jayan y Jinny emergieron de un escondite como un par de pájaros dispuestos a echar a volar. Alfin se agarraba a la corteza tenazmente. ¿Gavving? Gavving estaba intentando liberar una gruesa pata de carne de nariz-arma.

La corteza todavía se estremecía, el sonido llenaba el árbol y el cielo, los asesinos vestidos de púrpura no estaban a la vista por ninguna parte, y …no había nadie más allá del hongo-abanico. Clave saltó contra el tallo.

El hongo se inclinó bajo su peso, se desgarró y empezó a girar sobre ambos extremos. Clave clavó los dedos en el blanco hongo. La cosa acrobática pareció coger velocidad. Cada vez más deprisa, la corteza corría bajo el tambaleante hongo-abanico, cada vez más deprisa… Un viento abrasador le empujó y se fue antes de que pudiera tomar aliento.

No era posible. Desconcertado, Clave vio penachos de llamas retrocediendo en ambas direcciones. No era el árbol. Los ciudadanos pataleaban en el cielo. Hasta Alfin había saltado finalmente. Pero el árbol, ¿dónde estaba el árbol? Allí no había ningún árbol. Manojos de hongos giraban como en trineo alrededor de los cerrados puños de Clave, mientras este gritaba y se agarraba desesperadamente con los brazos alrededor del tallo. Estaban perdidos en el cielo.

Ocho — La Tribu de Quinn

La madera se partió explosivamente, salpicando a Gavving de astillas de la desgarrada corteza según saltaba impulsado por la sacudida corteza. Un millón de insectos salieron despedidos de un negro agujero que se abrió súbitamente y que debía penetrar un klomter en la madera. Gavving gritó y movió los brazos a través de la zumbante nube, intentando limpiar el aire lo suficiente como para poder respirar.

El árbol era todo cuanto había, y el árbol estaba acabado. Si se paraba a pensar, el miedo podría atenazarle rápidamente. Sólo se aferraba a un pensamiento: ¡Coger la comida y escapar!

Las patas del nariz-arma daban vueltas dentro de una nube de brasas incandescentes. Un pernil estaba al alcance. Gavving le tiró una cuerda para sacarlo de entre los carbones, luego tiró para ponérselo en el hombro. La ardiente grasa le quemó el cuello. Aulló y lo apartó.

¿Qué hacía? No podía pensar con aquel rugido como de fin del mundo. Se libró de la mochila, ató a ella la pierna del nariz-arma, la fijó en el macuto y se propulsó hacia el cielo.

Nubes de insectos y madera medio pulverizada ocultaban el estremecido y rectubante árbol. Pasaron volando junto a él astillas del tamaño de puñales.

Gavving colocó una de las vainas surtidor contra la mochila y le retorció la punta. Semillas y gas frío salieron disparados a sus espaldas. La vaina se le escapó de las manos, escupiéndole semillas a la cara, y se alejó.

Le temblaban las manos. Gotas de sangre perlaban su pecho y cuello. Echó las manos atrás para tomar la otra vaina surtidor y probar de nuevo, con la lengua entre los dientes. Aquella vez la vaina fue estable hasta que se inmovilizó.

El mundo estaba desmantelándose.

Lo estuvo observando mientras su terror se transformaba en asombro. Un fuerte viento le barrió y le abandonó en el cielo abierto. Dos bolas de fuego se alejaron hacia dentro y hacia fuera, hasta que el árbol que era su hogar tuvo dos puntas de pelusa unidas por una infinita línea de humo.

¡Impresionante! Nadie podía esperar vivir después de aquel inmenso desastre. Toda la Tribu de Quinn debía haber muerto… la idea era realmente demasiado grande para comprenderla… todos salvo los ciudadanos de Clave, y estos habían perdido también a Jiovan, y ¿quiénes quedaban? Miró a su alrededor.

¿Nadie?

Un racimo de motas, muy a lo lejos.

Ya habían usado sus dos vainas surtidor, y en aquel momento estaba perdido en el cielo. Por lo menos no iba a morir de hambre…

Batir los brazos no detenía el giro del Grad. No estaba dispuesto a usar sus vainas surtidor sólo para aquello. Se serenó para lograr abrir brazos y piernas como una estrella de mar, lo que le frenó lo suficiente como para poder empezar a buscar supervivientes.

El lado izquierdo de su cara estaba húmedo. Las yemas de los dedos marcaron un sangriento reguero desde la sien hasta el mentón. No le dolía. ¿Conmoción? Tenía cosas muy urgentes de que preocuparse.

Tres formas humanas daban vueltas lentamente cerca de éclass="underline" púrpura manchado de escarlata. Se le revolvió el estómago. Aquello era obra suya, y no había ido hasta allí para matar.

El gigantesco hongo-abanico flotaba libremente, girando, girando y revelando a Clave agarrado a su tallo. Bien. Clave todavía tenía la mochila; muy bien. Aquello era su almacén de vainas surtidor de repuesto. ¿Por qué no hacía algo Clave?

Avanzando hacia afuera, Jayan y Jenny rotaban lentamente alrededor de dos pares de manos entrelazadas. Casi parecía una danza. Sí se abrían más, conseguirían reducir su velocidad de giro. Bien pensado. Además no mostraban ningún signo de pánico.

Merril estaba a bastante distancia hacia adentro. Sus brazos no podían impulsarla, y la onda del viento del árbol la había apresado.

El rugido de fin del mundo había disminuido, produciendo sonidos menores. El Grad escuchó un suave quejido. Después de todo, Alfin había saltado. Batía y giraba y gritaba, pero estaba a salvo.

El Grad no pudo encontrar a Gavving, ni a Glory, ni a Jiovan. El cadáver de Jiovan debía haberse evaporado junto con el árbol, pero, ¿dónde estaban los demás? ¿Y por qué Clavé no hacía algo? El y el abanico estaban derivando hacia otros lugares.

El Grad suspiró. Se quitó la mochila y descubrió sus vainas surtidor. Viejas vainas surtidor, de los almacenes de la Mata de Quinn. ¿Estarían aún activas?