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El piloto apartó sus dedos de los botones después (por las cuentas de Lawri) de doce inhalaciones. Ella estaba observando una hilera de números parpadeantes en una pequeña superficie frente al piloto. Los liberó al llegar a cero. Y la jungla dejó de moverse a través de la ventana arqueada del mac.

—Los salvajes aún no se han movido —informó. Ignoraba a Lawri, o intentaba hacerlo; sus ojos la miraron parpadeando y luego siguieron más allá. Se veía muy claro: una chica de diecinueve años no tenía sitio allí, dijera lo que dijera el Primero—. Están justo debajo del verdor. ¿Estás segura de que quieres que lo hagamos?

—No sabemos quiénes son. —El antiguo micrófono puso un graznido en la voz del Jefe del Pelotón—. Si son combatientes, nos retiraremos. No necesitamos combatientes. Si son no combatientes, escondiéndose…

—De acuerdo.

—¿Has encontrado cualquier otra fuente de calor?

—Todavía no. Todo ese verdor es un buen reflector hasta que no se le mira directamente. Podemos levantar algo de carne. Bandadas de pájaros salmón… Jefe del Pelotón, veo algo por el costado. Algo que cae hacia la jungla.

—¿Algo como qué?

—Algo delgado con gente colgando.

—Lo veo. ¿Podrían ser animales?

—No. Estoy usando ciencia —dijo el piloto.

—La superficie superpuesta sobre la ventana arqueada representaba puntos escarlatas arracimados unos junto a otros. Un enjambre de objetos (pájaros salmón, por ejemplo) que parecían mucho más anaranjados en aquella superficie. Bandadas de pájaros parecieron atrapados en la imagen: onduladas líneas de un más oscuro rojo sangre… El piloto se volvió y pudo ver a Lawri mirando. —¿Aprender algo, querida?

—No me llames querida —dijo Lawri estirada y evasivamente.

—Perdóname, Aprendiz del Científico. ¿Piensas que ya has aprendido lo suficiente como para hacer volar esta nave?

—No me gustaría intentarlo —mintió Lawri—, si tu quisieras enseñarme. —Aquello era algo que ella deseaba realmente intentar.

—Tomada nota —dijo el piloto sin lamentarse. Se volvió hacia el micrófono—. Aquella cosa golpea con bastante fuerza. Os digo que no es ninguna clase de vehículo. Esas personas pueden ser refugiados de algún desastre, justo lo que necesitamos para copsiks. Incluso puede que se alegren de vernos.

—Te los llevaremos cuando… podamos. —El Jefe del Pelotón parecía distraído, y con razón. Salvajes larguiruchos más altos que un hombre y que debían haber estado hirviendo al salir de la nube verde, cabalgaban en vainas amarillo verdosas más grandes que ellos mismos. Iban vestidos de verde, difíciles de distinguir del fondo.

Hubo un rápido intercambio de flechas entre los ejércitos cuando se acercaron uno al otro. Los guerreros del Árbol de Londres empleaban largos arcos de pie: el arco se agarraba con los dedos de uno o de ambos pies, la cuerda con las manos. La nube de flechas soltada por los salvajes se movía más lentamente, y las flechas eran más cortas.

—Arcos Cruzados —murmuró el piloto. Actuó los propulsores, apartando el mac de la lucha. Lawri había sentido cierta tranquilidad hasta que el piloto empezó a actuar.

—¡Ibas a poner en peligro el mac! ¡Esos salvajes pueden agarrarse a las redes!

—Cálmate, Aprendiz del Científico. Nos movemos demasiado deprisa para ellos. —El mac se curvó hacia atrás, rumbo a la masa de luchadores—. No los queremos tan cerca como para practicar la esgrima, no en caída libre.

Si el Científico lo deseaba, el mac nunca sería empleado en misiones de guerra. Colocar a bordo al Aprendiz había sido una gran victoria estratégica. El se lo había dicho:

—Lo único que te debe importar es el mac, no los soldados. Si el mac es amenazado, debes alejarlo del peligro. Si el piloto no quiere hacerlo, oblígalo.

El Científico no le había dicho cómo sofocar una lucha encarnizada, ni cómo hacer volar la antigua máquina. El Científico nunca había volado.

Los salvajes volaban hacia la ventana arqueada. Lawri pudo ver los ojos aterrorizados de los salvajes antes de que el piloto diera la vuelta al mac. Las tropas golpearon contra la panza del mac. Lawri se estremeció. Por aquella vez, no podía hacer nada. Más le gustaría ver agrietarse el mac que salvarlo… e incluso tendría que pagar un precio excesivo si conseguía volver a su hogar en el Árbol de Londres.

Los salvajes se estaban agrupando para atacar de nuevo. El piloto los ignoró. Condujo al mac hacia el centro de sus propios guerreros.

—Maravillosa huida —dijo el Jefe del Pelotón.

El mac giró y costeó a lo largo del algodón verde, hacia el sudeste. Los salvajes chillaron o se burlaron al verles partir. No tenían esperanzas de alcanzarlos.

Era tiempo de mirar, y tiempo de sentir miedo. Gavving intentó gastarlo todo antes de que llegara el fin.

Había curvas y ondulaciones de verde en la pared punteada de flores: amarillo, azul, escarlata, un millar de sombras y tonos. Los insectos formaban enjambres como nubes. Había pájaros de diversas formas, hundiéndose entre las sombras o entre las nubes de insectos. Algunos eran parecidos a cintas y se agitaban con un revoloteo, algunos tenían membranas colas triangulares. Algunos eran triangulares ellos mismos, con colas como látigos brotando de sus vértices.

Muy lejos hacia el este había un hoyuelo en el verdor, con forma de embudo, quizá de medio klomter de diámetro; las distancias eran difíciles de juzgar. ¿Podría tener una jungla, una boca de árbol? ¿Podría estar bordeada de gigantescos pétalos plateados? La flor más grande del universo se alzaba, detrás del horizonte de la jungla mientras caían.

La tormenta había ocultado una jungla. Gavving nunca había visto ninguna de cerca, ¿pero qué otra cosa podía ser? El moby lo ha planeado todo muy bien, pensó Gavving.

Los pájaros empezaban a percibir la masa que caía. Alas inmóviles y colas desdibujadas para hacerlas invisibles. Las bandas revolotearon, como si estuvieran siendo arrastradas por un fuerte viento. Largas formas como de torpedos emergieron del verdor para estudiar la descendente plancha de corteza.

Clave estaba impartiendo órdenes. —¡Inspeccionad los ronzales! ¡Protegeos! Algunas de esas cosas parecen hambrientas. Nos organizaremos después de chocar. ¿Alguien se ha dado cuenta de que puedo desaparecer?

Gavving pensó que veía el sitio donde iban a chocar. Una nube verde. ¿Podría ser tan suave como parecía? Este y norte, muy a lo lejos, más enjambre de… puntos a aquella distancia… podrían ser ¿hombres?

—Hombres, Clave. Esto está habitado.

—Los veo. ¡Comida de árbol, están luchando! Sólo necesitábamos eso, otra guerra. ¿Ahora qué? Grad, ¿puedes ver algo como una caja móvil?

—Sí.

—¿Y…?

Gavving localizó una cosa con forma de ladrillo de esquinas y bordes redondeados. Se movía de forma ostensible, dirigiéndose hacia la batalla. Un vehículo… grande… y tan resplandeciente como si estuviera hecho de metal o de vidrio. Hombres colgando de sus costados.

El Grad habló.

—Nunca he visto nada parecido a eso. Materia estelar.

La popa de la caja estaba erizada de estructuras acampanadas: cuatro en cada esquina y otra, mucho más grande, en el centro. Cerca había llamas invisibles, no llamas coloreadas, sino el color blanco azulado de Voy, y salían de un agujero de pequeño tamaño. El vehículo detuvo su giro y se alejó de la batalla.

—Con eso podríamos escoger un sitio —dijo Clave. Gavving se volvió y vio lo que Clave había estado haciendo: reventar sus últimas vainas surtidor para orientar el giro de la balsa a fin de que la parte inferior chocara primero. Parecía que la cosa funcionaba, pero la jungla estaba ahora fuera de la vista. Gavving se agarró a la corteza, y esperó.