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Se hundieron a toda velocidad, perdiéndose entre los profundos follajes. Pero…

—¿Dónde está Jayan? ¿Dónde está el Grad?

—Ha desaparecido —suspiró Merril—. Algo tiró de él lacia abajo… hacia la espesura.

—¿Qué?

—¡Muévete, Gavving!

Llevaron a Clave al interior y cerraron nuevamente el tapón. Gavving vio que la pierna de Clave había sido entablillada con una manta y dos de las flechas de Minya.

—Los hombres de la caja —dijo Minya— nos están siguiendo.

—Lo sé. Merril ¿qué tiró del Grad? ¿Un animal?

—No llegué a verlo. Sólo gritó y desapareció. Jayan tomó un arpón y se hundió en la espesura y vio que había gente desapareciendo en ella. Iba atada a una cuerda. Gavving, ¿podemos detenerla? Ellos también la habrán atrapado.

¿Por qué todo sucedía al mismo tiempo? La pierna de Clave, los raptores, la caja móvil…

—De acuerdo. Los soldados de la caja estarán locos si ¡tienen aquí. Esto es territorio de los nativos…

—Estamos aquí.

—Estamos desesperados… no importa, tienes razón. Vamos a ir tras Jayan ahora, pues ha debido ser llevada a esa reliquia de materia estelar. Merril… —¿Podría bajar Merril lentamente? En caída libre, probablemente no. Conforme—. Merril, yo, Minya. Vamos a seguir a Jayan y ver a dónde ha ido. Quizá podamos liberar al Grad. Jinny, tú y Alfin seguid adelante tan deprisa como podáis, con Clave. Merril, ¿dónde está la cuerda de Jayan?

—En alguna parte por allí. Comida de árbol, ¿por qué tiene que pasar todo al mismo tiempo?

—Ya.

Doce — Los cazadores de Copsiks

Los pájaros estaban armando un jaleo tremendo. Manos invisibles tiraron al Grad de cabeza a través de las tinieblas y el oloroso aroma del extremo follaje. Las pequeñas ramas le arañaron la cara; a su alrededor debía haber espacio abierto.

Se había descuidado totalmente. Unas manos le agarraron de los tobillos y tiraron de él hacia abajo, hacia otro mundo. Su grito fue estrangulado por algo que le llenó la boca, algo que no era limpio, un harapo que le ataron para sujetarlo. Un golpe en la cabeza le hizo ver que era mejor no resistirse.

Sus ojos empezaban a acostumbrarse a la penumbra.

Había un túnel que atravesaba el follaje. Era estrecho: lo suficiente como para que dos personas pudieran arrastrarse por él una al lado de la otra, pero no lo bastante como para que pudieran avanzar erguidas. No era necesario, pensó el Grad. No puedes andar sin gravedad.

Sus captores eran humanos, que hablaban toscamente.

Todas eran mujeres, aunque para percatarse de aquello necesitó una segunda mirada. Vestían chalecos y pantalones de cuero, teñidos de verde. La holgura de los chalecos era una sencilla concesión a los bustos. Tres de las cinco llevaban el cabello muy corto, y todas tenían un aspecto desvaído, alargado; dos metros y medio o tres metros, más altas que cualquier hombre de la Tribu de Quinn.

Llevaban herramientas: pequeños arcos de madera en plataformas de madera, las cuerdas tensadas, dispuestas a disparar.

Se movían deprisa. El túnel giraba y se retorcía, y esto dejó al Grad completamente desorientado. Sus sentidos direccionales no podían indicarle dónde había un arriba. El túnel se cortaba de pronto en una forma bulbosa de cuatro o cinco metros de diámetro, con otros tres túneles que salían de allí. Las mujeres se detuvieron. Una le quitó la mordaza de la boca. El Grad escupió hacia un lado y dijo:

—¡Comida de árbol!

Una mujer habló. Su piel era oscura, su cabello una masa compacta de negra tormenta con la amenaza de blancos relámpagos. Su pronunciación era extraña, peor que la de Minya.

¿Por qué nos habéis atacado?

—El Grad le gritó, mirándola a la cara.

—¡Estúpida! Hemos visto a vuestros atacantes. Viajaban en una caja hecha de materia estelar. ¡Eso es ciencia! ¡Nosotros llegamos hasta aquí en una plancha de corteza!

La mujer asintió, como si hubiera esperado aquello. —Un extraño modo de viajar. ¿Quiénes sois? ¿Cuántos sois?

—¿Podría ocultar aquello? La Tribu de Quinn debía encontrar amigos en cualquier parte. Todo sea por Gold…

—Ocho. Toda la Tribu de Quinn, más Minya, de la mata opuesta. Nuestro árbol se desmontó y nos dejó abandonados.

La mujer frunció el ceño.

—¿Moradores de árbol? Los cazadores de copsik son moradores de árbol.

—¿Por qué no? No encontraréis marea en otro sitio. ¿Quiénes sois?

La mujer le miró con indiferencia.

—Para ser un invasor capturado, eres bastante impertinente.

—No tengo nada que perder. —Un momento después de decirlo, el Grad comprendió que era verdad. Eran ocho supervivientes que habían hecho todo lo posible para ponerse a salvo y que habían llegado al final. Nada más.

Ella fue a hablar. El Grad la cortó.

—¿Qué?

—Somos los Estados de Carther —la mujer de cabello negro lo repitió impacientemente—. Yo soy Kara, la Cresidenta. —Señaló—: Lizeth. Hild. —A los ojos inexpertos del Grad les parecieron gemelas: tremendamente altas, pálidas de piel, cabellos rojos cortados a dos centímetros por encima del cráneo—. Usa. —Los pantalones de Usa le estaban tan holgados como el chaleco. Aquella discreta protuberancia abdominaclass="underline" Usa estaba embarazada. Su cabello era como pelusa rubia: el cuero cabelludo se veía a través de él. Tener el cabello largo debía ser un problema entre el follaje—. Debby. —La cabellera de Debby era limpia y lacia y marrón claro, y de medio metro de larga, atada a la espalda. ¿Qué haría para mantenerla limpia?

Cresidenta quizá fuera una antigua palabra para definir al Científico. Quizá quisiera decir Presidente, pero ella era mujer… De todas formas, los extranjeros no tenían por qué seguir los métodos de la Tribu de Quinn. ¿Desde cuándo el Presidente tenía nombre?

—No nos has dicho tu nombre —dijo Kara mordazmente.

Tenía algo que ofrecer después de todo. Lo dijo con cierto orgullo:

—Soy el Científico de la Tribu de Quinn.

—¿Nombre?

—El Científico no tiene nombre. Hubo un tiempo en que me llamaban Jeffer.

—¿Qué estáis haciendo en los Estados de Carther?

—Mejor sería que se lo preguntases al moby.

Lizeth hizo crujir sus nudillos por detrás de su cabeza, lo suficientemente fuerte como para que se oyera. El Grad gruñó.

—¡No quería insultaros! Nos estábamos muriendo de sed. Enganchamos un moby. Clave tenía la esperanza de que nos abandonara en un estanque. En vez de eso, nos trajo hasta aquí.

La cara de la Cresidenta no revelaba lo que pensaba de aquello.

—Bien —dijo—, todo parece bastante inocente. Discutiremos tu situación después de comer.

La humillación del Grad le mantuvo en silencio… hasta que vio la comida y reconoció el arpón.

—Ese es el pájaro de Alfin.

—Pertenece a los Estados de Carther —le informó Lizeth.

El Grad descubrió que no tenía que preocuparse. Además su vientre estaba totalmente vacío.

—Esta madera parece demasiado verde como para hacer una hoguera…

—El pájaro salmón se come crudo, con cebolleta, cuando podemos conseguirla.

Crudo. Yuk.

—¿Cebolleta?

—Se la enseñaron. La cebolleta era una planta parásita que crecía en las horcaduras de los enramados. Se desarrollaba como un tubo verde con un ramillete de flores en la punta. La hermosa mujer de cabello castaño llamada Debby tomó un manojo y le cortó las puntas llenas de flores. La espada de Usa cortó la carne escarlata en traslúcidos y delgados filetes.