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Mark era un enano, el único hombre del Árbol de Londres que podía vestir la antigua armadura, y el único posible custodio de la pistola escupidora. Diez años antes, había estado bajo vigilancia por atemorizarse en un ataque, hasta que consiguió ganar confianza en su invulnerabilidad. Los hombres le habían llamado Diminuto hasta que el mismo Patry tuvo que tomar cartas en el asunto sobre aquel tema. Mark había nacido para vestir la armadura. Había aprendido a usarla a la perfección.

Trepando, dejó atrás varios arbustos, con toda la infantería del Árbol de Londres a sus espaldas.

La agonía era real, situada por encima de la rodilla de Clave, pero esparciéndose como en relámpagos por todo su cuerpo. El descanso aparecía y desaparecía intermitentemente. Estaba siendo remolcado a lo largo de un túnel. Los extractos de plantas del Científico no tardarían en eliminar el dolor. ¿Pero no habían muerto las plantas durante la sequía? Y… el árbol se había evaporado. No existía ningún Científico, y el Grad carecía de drogas, y el Grad también había desaparecido. Unos pocos supervivientes perseguían al Grad a través de la tenebrosa vegetación. El lamentable remanente de la tribu de Clave se estaba descomponiendo, y no existía ninguna medicina capaz de curar a un hombre injuriado.

Jinny y Minya se detuvieron abruptamente, sacudiéndole la pierna. El dolor gritó en su cerebro. Se habían metido entre las murallas de ramas de los túneles, y Clave daba volteretas en caída libre, abandonado.

Giraba y giraba y su sueño se convirtió en una pesadilla. Se enfrentó a una voluminosa cosa sin cara, plateada. La aparición se alzaba como algo de… ¿metal? Una astilla apuñalaba las costillas de Clave. Se la arrancó. Su mente estaba atontada… ¿sería una espina? La criatura de metal y cristal avanzaba por el túnel abovedado, ignorando a Clave. Los acólitos la seguían, hombres de azul arrastrando un enorme y poco manejable arco.

El dolor se había ido y la realidad se desdibujaba. Después de todo, allí había medicina.

—Estoy viendo que queréis alcanzar al primer grupo —dijo el piloto—. El grupo de vanguardia se ha detenido. El del centro se ha unido a ellos. Quizá tengas que renunciar.

—He enviado a Toby de vuelta con dos copsiks. El tercero tenía una pierna rota, así que lo hemos abandonado. Casi podemos contar con todas nuestras fuerzas. Vamos a ver qué pasa.

—Patry, ¿hay algo fuera de lo normal en tu misión?

Clasificado… oh, ¿qué importaba?

Atrapar algunos copsiks. Cazar algunos pájaros. Recolectar algunas especias. Recoger cualquier cosa científica. —Lo último no era normal. Quizá el Primer Oficial quería que el Científico le debiera un favor. Patry no hizo más comentarios, no con el Aprendiz del Científico escuchando.

—Excelente. ¿Cuántos necesitas? Realmente, no esperarás encontrar ciencia aquí, ¿verdad?

—Hay un grupo grande más lejos. Por lo menos voy a echar una mirada a la situación. —Patry bajó el volumen. Los pilotos solían discutir interminablemente, y Patry quería silencio.

Gavving no había excavado mucho antes de que la cuerda de Jayan le condujera a un túnel abierto a través de la maleza. Empezaron a moverse mucho más deprisa.

A pesar del extraño aroma, Gavving estaba lo bastante hambriento como para probar el follaje. El sabor también era extraño; pero dulce y agradable. Comió un poco más.

De hecho, allí se sentía como en casa. Los dedos de sus pies se hundían en los ramajes y le impulsaban hacia abajo del túnel con un ritmo que reproducía el pasado que todavía recordaba. Gorjeos y graznidos se alzaban de miles de invisibles gargantas. No podían ser pájaros, no a tal profundidad de la espesura; pero cantaban y, si les hacía falta, era probable que volasen. El sonido era el sonido de la infancia de Gavving, antes de que la sequía matara a todas las pequeñas formas de vida que poblaron la mata.

No tuvo que esforzarse mucho para recordar que aquella no era la Mata de Quinn; que seguía a unos enemigos que conocían aquellas espesuras como el propio Gavving conocía su árbol.

Al parecer, Minya no tenía aquel problema. Ella acuchillaba manojos de follaje, pero la mano que utilizaba asía una flecha, y el arco lo llevaba en la otra.

Se movían más deprisa que la cuerda que se deslizaba por encima de ellos. Merril la enrollaba mientras avanzaban. Arrastraba el rollo con el pulgar; utilizaba ambas manos para moverse. Cuando Gavving se dio cuenta, le dijo:

—Déjame que lo haga yo un rato. Come.

—¡Quítame las manos de encima! —Un poco más tarde, quizá lamentando su brusquedad, Merril volvió a hablar—: Necesito las manos para moverme. Tú puedes luchar con las manos. ¿Dónde llevas el arpón?

—A la espalda. Vamos bien mientras Jayan siga tirando de la cuerda —dijo Gavving, e inmediatamente notó que la soga se aflojaba. Tomó su arpón antes de volver a moverse.

Un fantasmal brazo blanco salió despedido de la pared del túnel y le señaló.

Jayan miraba a través de una cobertura de ramaje. Su voz era un ronco y asustado susurro.

—Están por encima de nosotros.

—¿Dónde?

—No lejos. No sigáis por el túnel. Hay una parte larga y recta, luego se hace más amplio. Os verán. Venid a donde yo estoy y así no oirán los ruidos del ramaje al romperse.

La siguieron a través de la espesura.

Jayan había abierto un camino. Por dos veces había tenido que cortar tupidas ramas espinosas. Desde donde estaban pudieron ver, a través de una pantalla de ramaje, como el Grad hablaba con unas misteriosas mujeres.

Estaban inclinadas y tendidas, como exageradas caricaturas de la mujer ideal, o como un nuevo estado de la evolución humana. Parecían relajadas. Y también el Grad. Tenía los pies encadenados a una mano, pero comía follaje, de forma casual, mientras hablaban. El cadáver del pájaro no era más que un montón de huesos.

El aliento de Minya le calentaba el hombro. La mujer susurró:

—Parece como si el Grad estuviera hablando de todo un poco. No puedo oír, ¿tú puedes?

—No. —Había muchos trinos de pájaros… y algún crujido ocasional como alguien moviéndose, haciendo que a Gavving le alegrara oír los trinos. Pero aun a través de los trinos persistía aquel ruido que alguien producía al moverse.

Minya saltó directamente hacia el centro del grupo de misteriosas mujeres, gritando:

—¡Monstruos hechos de materia estelar! ¡Allí!

Gavving saltó tras ella, dispuesto a la lucha. Había apreciado cierta alarma…

Las mujeres misteriosas no dudaron ni un sólo instante. Cinco de ellas saltaron hacia otros túneles y partieron en tres direcciones distintas. La sexta saltó con torpeza. Chocó con el borde de la abertura y se derrumbó desmayada. ¿Tan fuerte se había golpeado?

El Grad se debatía para liberarse la mano. Gavving sintió que algo le picaba en la pierna. Se volvió, dispuesto para luchar.

¿Luchar cómo? ¡Una cosa de cristal y metal! Había hombres tras ella —hombres normales que flotaban libremente, poniéndose de puntillas para mirar y empuñando inmensos arcos que tensaban con las manos. Pero no disparaban. El instrumento científico apuntaba a Minya con un tubo de metal, luego al Grad. El arpón de Gavving fue rechazado por su cara espejeante. Apuntó hacia Gavving y le volvió a picar.

No puedes luchar con la ciencia, pensó Gavving, asiendo su largo cuchillo y saltando hacia el monstruo. A partir de entonces todo fue como un sueño.

—Estáis a mucha profundidad —dijo el piloto—. No tengo lecturas individuales de todos vosotros. Sólo un punto de calor, un grupo de una docena aproximadamente. ¿Estáis juntos con los copsiks?