Выбрать главу

Usa estaba ostensiblemente embarazada. Jayan también se declaró encinta, para la obvia sorpresa de Minya, y le hicieron reunirse con Usa. Minya agarró a Jinny por el brazo, temiendo que pudiera empezar una inútil batalla con su gemela.

Una de las supervisoras notó la congoja de Jinny.

—Todo irá bien —dijo—. Llevan huéspedes. Uno de los aprendices del Científico las verá luego. Tampoco a los hombres los dejaron estar cerca de ellas.

¿A causa de qué? Pero la mujer no dijo nada más. y Minya tuvo que esperar.

El Grad miraba a través de las pequeñas ventanas; la gran ventana daba sobre la arrugada corteza a cuatro cémetros de distancia. Afuera estaban pasando cosas.

Un hombre con una túnica blanca hablaba a unos hombres vestidos con ponchos azules o rojos que parecían amplios sacos. Después todos ellos se abalanzaron a lo largo de la corteza hacia la más baja de las columnas de chozas.

—¿Quién es? —preguntó el Grad.

La Aprendiz del Científico no se dignó a contestar. El piloto se lo dijo.

—Es Klance, el Científico. Tú nuevo propietario. No hay que sorprenderse, piensa que posee el árbol entero.

Klance el Científico iba hablando consigo mismo mientras se aproximaba al mac. Su blanca túnica le llegaba justo por debajo de las caderas; los extremos de un suelto poncho de ciudadano se asomaban por debajo. Era alto para ser un habitante de árbol, y se inclinaba sobre un voluminoso vientre. No es un luchador, pensó el Grad —la cuarentena, de músculos flojos. Su cabello era abundante y blanco, la nariz afilada y curvada en forma convexa. Un momento después, el Grad pudo escuchar su voz cortando el aire.

—Lawri. —Aguda, portadora de un perentorio chasquido.

El piloto pulsó el botón amarillo y plantó las yemas de dos dedos sobre el modelo resultante de líneas amarillas (recuérdalo), adelantándose a Lawri. Las dos puertas del mac giraron hacia afuera y hacia adentro.

El Científico todavía estaba hablando cuando entró.

—Quieren saber cuándo podré mover el árbol. Malditos locos. Apenas acabo de llenar el depósito. Si nos movemos ahora el agua podría empezar a flotar lejos de nuestro alcance. Primero tenemos que… —Se detuvo. Sus ojos se fijaron en la espalda del piloto (el piloto todavía no había terminado de darse la vuelta), luego en el Grad, luego en Lawri—. ¿Bien?

—Es el Científico de la tribu destruida. Traía esto. —Lawri levantó las cajas de plástico.

—Vieja ciencia. —Sus ojos se volvieron avariciosos—. Cuéntamelo después —dijo—. Piloto.

El hombre de la Armada volvió la cabeza.

—¿Está el mac dañado de alguna forma? ¿Se ha perdido algo?

—Ciertamente que no. Si necesitas un informe detallado…

—No, con eso vale. El resto del grupo de la Armada está esperando el ascensor. Pienso que todavía tendrás tiempo para abordarlo.

El piloto asintió rígidamente. Se levantó y se propulsó hacia las puertas gemelas. Estuvo a punto de rozar al Científico, que se mantuvo en su lugar; luego, se impulsó a través de las puertas y desapareció.

El Científico pulsó las luces amarillas. En la ventana se alzó una pantalla.

—Los tanques de combustible están casi secos. Habrá que llenarlos para varias semanas. Aparte de eso… todo parece bien. Lawri, quiero que me des un informe detallado, pero cuéntame ahora mismo si ha pasado algo.

—Parece que sabe lo que se hace. No me gusta el alimentador de árboles, pero no se ha dado ningún golpe con una piedra. El grupo de saqueo estaba volviendo con esto, y con él. El Científico tomó uno de los objetos de plástico que Lawri le ofrecía.

—¡Una lectora! —susurró—. Me traes un tesoro. ¿Cuál es tu nombre?

El Grad titubeó, luego contestó: —Jeffer.

—Jeffer, estoy esperando oír tu historia. Primero nos lavaremos a fondo. Durante años he temido que la Armada perdiera mi mac, con lectora y todo. No puedo decirte lo que me gusta tener una de reserva.

La gravedad era más ligera. Por otra parte, Minya no quería decir nada en el Árbol de Londres acerca de su propia mata. Allí había la misma penumbra verdosa, los mismos aromas vegetales. Túneles de enramada corrían a través del follaje sin que nadie pasase por ellos. Las mujeres altas las conducían en silencio. Jinny y Minya las seguían. Nadie las adelantó.

Todavía estaban desnudas. Jinny caminaba encorvada, como si aquello la pudiera tapar. No había hablado desde que Jayan había sido apartada. Minutos después, el túnel desembocó en una gran cavidad, iluminada por la deslumbrante luz del día en el extremo más lejano.

—Jinny. ¿Los Comunes eran así de grandes en la Mata de Quinn?

Como por obligación, Jinny miró a su alrededor, y no pareció reaccionar.

—Los nuestros tampoco. —La cavidad rodeaba el tronco y todo el camino que había hasta la boca del árbol. Más allá, pudo ver el cielo vacío. Las sombras eran extrañas, con el azul teñido de la luz de Voy brillando por debajo. En la Mata de Dalton-Quinn siempre lo hacía por encima.

Todo el follaje había sido desarraigado. ¿Acaso no temían los cazadores de copsiks matar el árbol? ¿O les bastaba con sólo desplazarse a otro?

Treinta o cuarenta mujeres habían formado una hilera para la comida. Muchas iban cargadas con niños: tres años, o incluso más pequeños. Ignoraron a Minya y a Jinny cuando estas pasaron a su lado, hacia la boca del árbol.

—Dime qué es lo que más te preocupa —dijo Minya. Pasaron varias inhalaciones antes de que Jinny contestara. Luego dijo:

—Clave. No iba en la caja. Todavía debe estar en la jungla.

—Jinny, tendrá que curarse la pierna antes de poder hacer algo.

—Lo perderé —dijo Jinny—. Volverá, pero lo perderé. Jayan espera un hijo suyo. Nunca más será mío.

—Clave os ama a las dos —dijo Minya, pensando que ella no tenía ni la más remota idea acerca de los sentimientos que Clave pudiera tener en aquellos momentos. Jinny sacudió la cabeza.

—Pertenecemos a los cazadores de copsiks, a los hombres. Mira, siempre están ahí.

—Minya frunció el ceño y miró a su alrededor. ¿Estaba Jinny imaginando cosas…? Su mirada percibió algo en la verde curvatura que sobremontaba los Comunes, una forma oscura oculta entre las sombras y el follaje. Luego vio otras dos más… cuatro, cinco… hombres. No dijo nada.

Las llevaron hasta la entrada de la boca del árbol, casi debajo de la gran reserva montada donde la rama emergía del tronco. Minya miró hacia abajo. Despojos, basura… dos cuerpos en una plataforma, completamente cubiertos de ropa. Cuando Minya se apartó, las mujeres que las escoltaban se habían quitado los ponchos.

Las habían tomado por los brazos y las habían llevado junto al gran estanque. Una de las supervisoras tiró de una cuerda, y el agua cayó como en una inundación en miniatura. Minya se estremeció, impresionada. Las mujeres tenían una especie de masa, y una empezó a frotarla en el cuerpo de Minya, amasándola sobre ella.

Minya nunca antes había sabido lo que era el jabón. Estaba atemorizada, era algo extraño. Las supervisoras también se enjabonaron, luego dejaron que la inundación volviera a producirse. Después de que se hubieron secado con sus propias ropas, se las pusieron. A Minya y a Jinny las dieron unos ponchos escarlatas.

La espuma de jabón les había dejado la piel extraña. Minya tuvo pocos problemas para ponerse el poncho; pese a que la apretaba un poco entre las piernas, parecía confortablemente holgado. ¿Estaría hecho para la gente más voluminosa de la jungla? Esto la preocupaba más que el color rojo de las bayas de la mata. Allí, los copsiks vestían de rojo; en su hogar, los ciudadanos vestían de rojo. Minya había llevado mucho tiempo aquel color.