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El Grad sonrió.

—Klance, ¿cómo voy a tener hijos si me paso la vida en la Ciudadela?

—¿No sabes nada sobre las Vacaciones?

—No he oído nada de eso.

—Bien, cada fin de año, cuando Voy cruza frente al sol, todos los copsiks son reunidos junto a la boca del árbol. Durante seis días hay vacaciones, y en ellos los copsiks se emparejan y hablan y juegan. Incluso la comida llega desde la mata exterior. Las Vacaciones empiezan dentro de treinta y cinco días.

—¿Sin excepciones? ¿Ni siquiera para el Aprendiz del Científico?

—No te preocupes, irás —cloqueó Klance.

Lawri se había dado la vuelta, mostrando la espalda arqueada, con la mata de rubios cabellos flotando a su alrededor. Entonces el Grad se preguntó: ¿Quién podría tener hijos con Lawri? El Científico no parecía ser su amante; el Grad sabía que Klance importaba mujeres copsiks desde la mata interior. Si ella nunca dejaba la Ciudadela… ¿cómo iba Lawri a encontrar a un hombre?

¿Yo?

Un copsik podía tener hijos, pero con Lawri no. Aquello no iba a ayudar. No se atrevía a pensar en Lawri más que como en un enemigo.

Había carne junto a ella cuando se despertó. Ocurría con frecuencia. Minya cambió de posición y evitó rodear con sus brazos al ciudadano que dormía junto a ella. Podría dañarle.

Su movimiento lo despertó. Se dio la vuelta cuidadosamente —tenía un brazo sujeto por vendas al pecho— y dijo:

—Buenos días.

—Buenos días. ¿Cómo está el brazo? —Rebuscó en su memoria para encontrar el nombre.

—Has hecho un buen trabajo con él. Curará.

—Me estaba preguntando por qué has venido conmigo, ya que fui yo quien te lo rompí.

Él hombre frunció el entrecejo.

—Me golpeaste en la cabeza. Mientras Lawri estaba colocando el hueso, pude ver tu cara a dos cémetros de la mía, con los dientes apretados como si me fueras a saltar a la garganta… sí. Así que estoy aquí. —El ceño se aflojó—. Bueno, en otras circunstancias.

—¿Mejores ahora?

—Sí.

El nombre afloró.

—Karal. No me acuerdo de Lawri.

—Lawri no es copsik. Es la Aprendiz del Científico —uno de sus aprendices, ahora— y es quien cuida de los hombres de la Armada cuando están heridos.

¿Uno de sus aprendices? Minya se arriesgó.

—He oído la noticia de que uno era un copsik.

—Sí. Lo he podido ver a distancia, y no parece un gigante de la jungla. ¿Es uno de los vuestros?

—Quizá. —Minya se levantó, poniéndose el poncho—. ¿Nos reuniremos otra vez?

El hombre dudó.

—Quizá… —y añadió—: Sólo faltan ocho sueños para las Vacaciones.

Minya dejó aflorar una sonrisa. ¡Gavving!

—¿Cuánto duran?

—Seis días. Todos los trabajos se paran.

—Bueno, pero ahora tengo que empezar a trabajar.

Karal desapareció entre el follaje y Minya paseó hasta los Comunes. Había perdido la Mata de Dalton-Quinn. Había crecido usando casi las mismas estúpidas diferencias: los grandes Comunes, los omnipresentes supervisores, su propio servilismo. Pero le preocupaban las cosas pequeñas. Había perdido copas de vino y plantas cóptero. Allí no crecía nada más que el follaje y las cuidadosamente cultivadas formas de vida terrestres, como judías y melones y maíz y tabaco, tan minuciosamente reglamentadas como ella misma.

Una docena de copsiks estaban en pie y moviéndose. Minya buscó a Jinny y la encontró junto a la boca del árbol, con sólo la cabeza asomando por encima del follaje mientras alimentaba al árbol.

Los horarios eran flexibles. Si llegabas tarde, trabajabas hasta tarde. Aparte de aquello, los supervisores no molestaban demasiado… ¡pero Minya sí! No hacer nada mal. Sería un copsik ejemplar, al menos hasta que llegara el momento de ser otra cosa.

Intentó recordar los matices de la forma de hablar de Karal. El acento de los ciudadanos era muy peculiar, y ella había estado practicándolo.

La actitud que había adoptado era difícil para Minya. Tenía que dominar sus instintos guerreros: un reflejo condicionado que rechazaba el asalto sexual como a la encarnación de la blasfemia. Pero tenía voluntad de vivir.

Ganó la supervivencia. ¡No haría nada mal!

Jinny se levantó, se colocó el poncho cuidadosamente, y luego echó a correr a toda velocidad hacia el oeste.

—Minya chilló. Estaba demasiado lejos de ella para poder hacer algo más que gritar y señalarla mientras corría. Una pareja de supervisoras, mucho más cercanas, vieron lo que pasaba y también echaron a correr.

Jinny saltó desde un último reborde de follaje, hacia el cielo.

Minya disminuyó su velocidad. Las dos supervisoras (Haryet y Dloris, de rostro endurecido, gigantes de la jungla de indeterminada edad) habían llegado al borde. Dloris hizo girar una cuerda lastrada por encima de su cabeza, por dos veces, y la lanzó. Haryet esperó su turno, luego giró su propia cuerda mientras Dloris tiraba. La cuerda resistió los tirones, luego se tensó bruscamente. Dloris vaciló, desequilibrada.

Minya llegó hasta el borde con tiempo para ver cómo la piedra que había en el extremo de la cuerda de Haryet daba vueltas y enroscaba la cuerda alrededor de Jinny. Dloris lanzó su cuerda mientras Jinny seguía combatiendo con la de Haryet. Jinny se debatía, luego se relajó.

Haryet tiraba de ella.

Jinny se acurrucó, con la cara enterrada en brazos y rodillas. Estaban rodeadas de copsiks. Mientras Dloris les hacía gestos para que se alejaran, Haryet puso a Jinny de espaldas, agarrándola de la barbilla y liberando su cara de la protección de los brazos. Los ojos de Jinny estaban cerrados fuertemente.

—Señora Supervisora —dijo Minya—, un momento de atención.

Dloris miró alrededor, sorprendida por el sonido de la voz de Minya.

—Más tarde —dijo.

Jinny empezó a sollozar. Los sollozos la sacudían lo mismo que la sacudieron el día en que el Árbol de Dalton-Quinn se desmanteló. Haryet esperó un rato, impasible. Luego puso sobre la chica un nuevo poncho y se sentó a observarla.

Dloris se volvió hacia Minya.

—¿Qué pasaba?

—Si Jinny vuelve a intentarlo y lo consigue, ¿puede afectaros de alguna forma?

—Es posible. ¿Y qué?

—La hermana gemela de Jinny está con las mujeres que llevan huéspedes. A Jinny la gustaría verla.

—Eso está prohibido, —dijo la gigante de la jungla cansadamente.

Cuando los ciudadanos hablaban así, Minya había aprendido a ignorar lo que decían.

—Estas chicas son gemelas. Han estado juntas toda su vida. Necesitan estar juntas unas cuantas horas para poder hablar.

—Ya te lo he dicho, está prohibido.

—Ese es vuestro problema.

Dloris la miraba exasperada.

—Vete con el destacamento de basura. No, espera. Primero habla con esta, Jinny, si quiere hablar.

—Sí, Supervisora. Y me gustaría ser investigada para embarazo cuando lo estimes oportuno.

—Más tarde.

Minya empezó a hablar directamente junto al oído de Jinny.

—Jinny, soy Minya. Le he hablado a Dloris. Intentará que puedas reunirte con Jayan.

Jinny estaba apretada como un nudo.

—Jinny. El Grad lo hará. Está en la Ciudadela, donde vive el Científico.

Nada.

—Sólo aguanta, ¿podrás? Aguanta. Algo pasará. Procuraremos hablar con Jayan, quizá ella ha aprendido algo, —comida de árbol, debía encontrar algo que decir…—, averiguar dónde tienen a las mujeres embarazadas, enterarnos de si el Grad las examina. Puede que lo haga. En ese caso, le diremos que nosotras resistimos. Esperando.

Jinny no se movía. Su voz era apagada.

—De acuerdo, te escucho. Pero no puedo levantarme. No puedo.