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La mata exterior era la más próxima: la mata de los ciudadanos. Los ciudadanos serían los primeros en ver el terror que se acercaba: una masa verde de varios klomters de diámetro volando hacia el tronco, verdes guerreros saliendo del cielo. No había muchas oportunidades de darles una sorpresa. La jungla era también lo bastante grande para ser vista desde lejos.

De un modo realista, no tenían más que un fantasma de posibilidad de rescatar a alguien. Harían tanto daño como les fuera posible y morirían. ¿Por qué no atacar primero la mata exterior? Si mataban ciudadanos los recordarían mejor.

Pero ya era demasiado tarde. La Cresidenta estaba a varios klomters de distancia, cuidando una columna de vapor llameante, dirigiéndola para enviar la jungla, que era del tamaño de una uña vista desde el árbol. ¡Era impensable hacerla cambiar ya de planes!

La línea dentro de la niebla se había solidificado en un tremendo signo de integración. Cada uno de los cartheros alzaba una espada. Clave sacó la suya.

—¡Guerreros! —bramó Anthon. Esperó a que se hiciera el silencio, luego gritó—: ¡Nuestro ataque debe ser recordado! No es un ataque sólo para romper algunas cabezas. Debemos dañar el Árbol de Londres. El Árbol de Londres deberá recordar, para las generaciones venideras, que ofender a los Estados de Carther es peligrosamente estúpido. A menos que lo recuerden, volverán cuando no podamos movernos.

—¡Qué recuerden la lección!

—¡Lanzaos!

Sesenta espadas golpearon las cuerdas que los sujetaban a la jungla. Sesenta manos quitaron los tapones de los extremos de los tallos de sesenta vainas surtidor. Las vainas se propulsaron hacia adelante en un viento que tenía el aroma de las plantas putrefactas. Al principio, avanzaron en grupo, incluso chocando unos con otros. Luego empezaron a separarse. No todas las vainas surtidor tenían el empuje adecuado.

Clave se agarraba con piernas y brazos, aferrándose a la ruidosa vaina. Se tambaleaba un poco más que el resto de los guerreros. Era un inexperto. La sangre se le subía a la cabeza, la marea era más fuerte. El cielo estaba oscureciéndose y deformándose y los relámpagos centelleaban muy cerca. Se estaban acercando al centro del árbol, como había sido planeado. En la zona media estaba el carguero, con la nariz apoyada en el tronco. Su cola era de fuego.

Lawri pulsó el botón azul de una fila de cinco.

Números azules parpadearon y se estabilizaron en el ventanal. Luces azules aparecieron en el panel inferior: cuatro grupos de cuatro pequeños guiones verticales cada uno, con forma de diamante alrededor de una barra vertical más larga. La información cosquilleó los recuerdos del Grad. Las manos de Lawri revoloteaban como las de Harp cuando estaba a punto de empezar a tocar.

—Sujétalo —dijo Klance, Lawri miró hacia atrás con enfado, luego apretó rápidamente. Entonces el Grad lo consiguió. Estaba sentado en una silla cuando el mac rugió y tembló y embistió.

La gravedad impulsó al Grad contra su asiento, luego se suavizó. (No habría importado en la Mata de Quinn, pero el Científico le habría tamborileado en la cabeza. ¡Sin gravedad! ¡Aquello era empuje! Podía sentir lo mismo, pero las causas y las consecuencias eran diferentes. El legado del Científico muerto: ¡empuje!)

La ventana arqueada apoyaba cómodamente contra el tronco. Una brisa se levantó: los remolinos giraban a través de las puertas de la esclusa de aire. El Grad no podía ver nada importante a través de las ventanas laterales.

Lawri activó las marcas verdes y las pulsó. Dentro de la ventana arqueada apareció una ventana más pequeña en la que un filo de cielo miraba furtivamente alrededor de un resplandor de luz blanca. Una imagen de la popa dentro de la parte delantera: desconcertante.

Klance se había desplazado para buscar una vista mejor. Se dirigió hacia la esclusa de aire, agarrándose a los respaldos de los sillones mientras lo hacía. El Grad le siguió. Unos pocos kilos de marea… un impulso que dominó las paredes delanteras, le adelantó, hasta que el Grad golpeó en la pared de popa con un sólido trompazo.

Klance se abrazaba a la puerta exterior, con los dedos de manos y pies asiendo el borde.

—Te dejaré mirar en un minuto, Jeffer. No te vayas a caer. No podrías regresar. —Estiró la cabeza hacia afuera—. ¡Maldición!

—¿Qué pasa?

—La jungla. ¡No tenía ni idea de que pudieran mover la jungla! Ah. Les daremos una sorpresa. Vamos a dirigirnos hacia ellos. —Klance miró por encima del hombro. Vio que el Grad se estaba atando, demasiado tarde.

El pie del Grad restalló y golpeó al Científico por encima de la cadera. Klance aulló y se cayó hacia afuera. Largos dedos de manos y pies aún le sujetaban. El tacón del Grad machacó manos y pies. Klance desapareció.

Se acercó a la puerta exterior y se inclinó hacia afuera. La energía le chillaba en los oídos.

El árbol era pesado, pero se estaba moviendo. Klance derivaba lentamente por la popa, moviendo las piernas, intentando alcanzar las redes que colgaban del casco del mac. En su terror, parecía haberse olvidado de su cuerda. Vio que el Grad se asomaba hacia fuera y le gritó: maldiciones o súplicas, el Grad no podía decirlo. Miró a lo lejos.

El árbol estaba ligeramente, como el arco de Minya. El mac empujaba en el centro, y las matas se arrastraban por detrás, no muy lejos. Un empuje mayor podía llegar a partir el árbol por la mitad. Pero el mac era mucho más pequeño que el árbol; probablemente estaba empujándolo con su fuerza al límite.

Klance era una sombra negra y aleteante contra un resplandor, como si Voy hubiera estado muy cerca. El motor principal del mac esparcía llamas blanco azuladas, impulsándolo hacia adelante contra la masa del árbol. Klance flotaba entre las llamas.

Ordon, a medio camino del elevador, los había visto.

La jungla ocupaba medio cielo. Objetos estriados se movían a lo largo: formas como aquellas las había visto el Grad antes de que la balsa de madera se estrellase en la jungla. ¡Gigantes de la jungla en vainas surtidor! Pero no iban a llegar nunca si el mac continuaba empujando el árbol. ¡Debía apagar el motor principal en aquel preciso momento!

Así él no se habría precipitado, no habría matado a Klance por nada.

¡Lawri! Volvió a entrar en el mac y saltó hacia la ventana arqueada. Lawri no le había visto. Lawri se tensó súbitamente y medio se levantó, mirando espantada el reflejo de la pantalla. Una sombra braceaba en la llama, disolviéndose.

Se dio la vuelta. Le miró a los ojos mientras el Grad la golpeaba en la mandíbula.

Su cabeza chasqueó hacia atrás; rebotó en las correas y colgó laxamente. El Grad usó su cuerda para atarla a una de las sillas. Se sentó ante los controles y los observó.

El amarillo gobernaba los sistemas de soporte vital, incluidas las luces interiores y la esclusa de aire. El verde gobernaba los sentidos del mac, internos y externos. El azul permitía mover el mac, incluyendo los motores, las dos clases de combustible, el tanque de agua y el flujo de combustible. El blanco leía las cintas grabadas.

¿Cuál había apretado Lawri para activar la energía? Tenía la mente en blanco. Apretó el botón azul. No era el adecuado: la pantalla azul desapareció, pero el motor continuó rugiendo. Reconstituyó la pantalla.

A través de la ventana lateral vio manchas que se deslizaban, manchas con las ropas azules de la Armada moviéndose a lo largo de la corteza. No tienes tiempo. Piensa. La barra vertical azul rodeada de guiones azules… en un diseño como el de los motores de la parte trasera. Apretó la barra azul.

El rugido y el temblor cesaron hasta morir. El árbol retrocedió: el Grad se sintió empujado hacia adelante. Luego el mac se detuvo.